La intimidad de una mujer que sabe escuchar
Todos mis temas nacen de la vida. El primero fue una serie de libros. Una historia sobre aquellos tiempos, los tiempos rojos, cuando la idea en sí era lo más importante. En menor o mayor grado, todos estábamos contagiados por esa idea. O limitados por ella – reflexiona Svetlana Alexiévich en una entrevista que el director sueco Staffan Julén le realizó durante el proceso de rodaje deLyubov, amor en ruso y que publicó originalmente en Ord & Bild–. Muchas cosas pasaron durante ese tiempo, durante el reino de la idea. Yo elegí los sucesos más fuertes, los más dramáticos, aquellos que pudieran mostrar qué tipo de gente éramos. Y mientras pasaba de un libro a otro, hubo algo que me impactó. La gente hablaba de la guerra o de Chernóbil. Pero las veces que se habla de la felicidad son rarísimas. Tuve la sensación de que sobre las cosas más importantes de la vida humana simplemente no se hablaba. Fue así como empecé a recordar mi propia vida. Mi infancia, por ejemplo. Mis padres nunca hablaban de la felicidad (…) Las cosas importantes y humanas no eran tema de conversación (…) Siempre había algo más importante. Algo que estaba por encima de la gente. Algo parecido a un esfuerzo, a un sacrificio. Algo para lo que siempre tenías que estar preparado. Así, cuando terminé esa serie de libros –cuando la utopía sufrió su derrota, cuando acabamos rodeados de escombros– empecé a sentir que quería escribir sobre lo que de verdad éramos, pero desde otro punto de vista (…) Pensé: "¿Cuál podría ser el núcleo de esto?" Si ya se ha hablado sobre Afganistán, la guerra o Chernóbil: ¿qué podría el lector encontrar aquí? (…) Me vino a la mente un título preliminar: El amor y la muerte. Así me decidí por esta idea y empecé a pedirles a diferentes personas que me contaran sus vidas. Lo más importante iba a ser el amor, existiera o no. Porque las personas se pueden dividir en dos grupos: aquellas que conocen el amor y aquellas que no", confiesa la nobel bielorrusa el motor de lo que se convertiría más tarde en el documental que se presentará en el marco de la tercera edición del Festival de No ficción Basado en Hechos Reales y que tendrá a su director como uno de los invitados internacionales del encuentro.
"Al comienzo se mostró escéptica, no la convencía la idea de hacer un documental y, menos aún, que ella fuera protagonista –reconoce el cineasta vía Skype a LA NACION revista–. Yo quería hacer un retrato fílmico de Alexievich como escritora. Reconozco que escuchó de manera muy atenta la propuesta. Rápidamente me dijo que no estaba interesada en una película sobre ella. Fue también muy respetuosa al develar sus reparos, sobre todo con el género documental, al que no ve con buenos ojos porque lo suele asociar con mentiras y propaganda". La reflexión de la autora de Voces de Chernóbil llevó a Julén a titular con la frase Las mentiras más grandes son documentadas otra película suya, que se exhibió en la edición pasada de este mismo encuentro de narrativas y que es el detrás de escena de Lyubov, amor en ruso.
"Ya lo sé todo sobre mí", le dijo Alexiévich. Tras un tiempo de negociaciones, la autora aceptó y juntos diseñaron el camino que daría luz a Amor en ruso. "La idea fue internarnos en Rusia y Bielorrusia, seguirla de cerca, ser testigo en su forma de trabajar, estar presente, sin estarlo, en cada una de las entrevistas que llevó adelante para su nuevo proyecto, un libro sobre el amor", cuenta el director que grabó más de 90 horas de reportajes, en un período de más de cuatro años.
Registrar el trabajo de la escritora de títulos como Los muchachos de Zinc y La guerra no tiene rostro de mujer, fue el objetivo principal de Julén. "Resultó simplemente fantástico verla en acción. Escuchar a esos hombres y mujeres, cómo eran capaces de abrirse ante ella y su grabador para hablar de amor y exponer sus experiencias más íntimas, muchas de ellas inevitablemente relacionadas con el comunismo y su caída. A lo largo del film uno conoce a gente muy diferente entre sí y también descubre otros sentimientos, muy comunes en la sociedad actual, como la locura, el dolor, el vacío y también el anhelo".
El equipo de rodaje por aquellas tierras fue mínimo. "Éramos mi hijo, el fotógrafo Majaq Julén Brännström, la traductora y yo –describe–. No teníamos permiso para filmar, así que nos movíamos como turistas". A lo largo del film se cuelan imágenes de los antiguos monumentos de hormigón soviéticos que enmarcan a la sociedad moderna postsoviética, en la que se entremezclan los grises y los coloridos negocios. Un cruce visual entre lo que fue el comunismo y la hoy llamada economía de mercado. "Cambio s revolucionarios que marcaron a una sociedad y también su manera de ver el amor", reflexiona Staffan, el realizador del multipremiado documental Inughuit (1985), en el que plasmó la vida de la aldea más septentrional del mundo, Qaanaaq, en Groenlandia.
Una buena parte de las entrevistas de Lyubov, amor en ruso estaban hechas cuando Svetlana Alexiévich fue reconocida en 2015 con el Premio Nobel de Literatura. "En ese momento, su agenda cambió por completo –recuerda–, pero pudimos terminar y lograr lo que buscábamos".
De espalda al retrato de Fiodor Dostoievski, su héroe literario, el autor de Crimen y castigo, la obra a la que siempre vuelve, la escritora asegura en un pasaje del documental que, a diferencia de lo que muchos creen, ella no pregunta sobre la guerra: "A las personas les pregunto sobre la vida y, cuando comienzan a hablar sobre la vida, el amor siempre aparece como tema".
Dieciséis son las voces que se animan a hablar de amor. Dicen haber amado, haber sufrido. También están los que esperan amar alguna vez o los que han sobrevivido al amor. En esos retratos descubrimos historias bien disímiles. Las hay risueñas, románticas, insólitas y tristes. Un mosaico amplio que da cuenta de que no hay amores ideales "cuando se habla de amor –dice Staffan–, aparece el dolor y también la muerte".
La cámara se centra en ellos y en ella, la escritora que con su viejo grabador a casete lo registra todo. Zjanna recuerda cómo conoció a su esposo, un agente de la KGB; Zhanna sonríe al revivir el éxtasis que le provocaba a su pareja ingresar a la Capilla Sixtina. También está Lena, la enfermera que se enamoró de su paciente y que comparte el luto con la mujer del fallecido; Zhenya y Yulia, la joven pareja con dos hijos que se anima a seguir soñando; el diseñador de moda que muestra su costado más vulnerable y Olya, la peluquera divorciada, que comparte la casa con el hombre que supo ser su pareja por más de 20 años. La salvedad es que hoy, en la cocina de Olya, hay dos heladeras.
– Solo nos decimos hola y adiós, confiesa con cierto tono amargo.
La historia que lo atraviesa todo es la de Volodya, un artista que encontró el gran amor de su vida a los 25 años. Ella tenía 20. Era una mujer que no quería sacrificar la libertad de amar a los demás. "Yo era uno de muchos –reconoce en el documental–. No me amaba". Ella se fue y después de un tiempo volvió embarazada. Sabía que ese bebe no era suyo, pero lo aceptó, pensó que podían formar una familia. Hoy, es él quien cuida de Anyusha, la adolescente que sufre de parálisis cerebral. "A veces se ve como un ángel gentil, otra como una bestia que odia. Pero siempre, resulta genuina y verdadera".
Uno de los mayores aciertos del documental de Julén es la forma en la que devela la intimidad que Alexiévich consigue con cada uno de sus entrevistados, esos hombres y mujeres que lo confiesan todo ante la mirada atenta de la autora y el grabador que, poco a poco, se camufla como parte del decorado.
"Voy con un grabador, con un cuaderno. De lo contrario, habría demasiado de mí en el texto –contó la autora en una entrevista pública que le realizó el periodista y escritor estadounidense Philip Gourevicth, en 2016–. Si no tuviera el grabador, habría más de mí que la persona, porque estaría volviendo a contar sus palabras de memoria, y no puedo recodarlo todo. Tienes que capturar esa conversación viva, y debes ser sincero y no falsificar estos sentimientos".
Aquellas mismas voces, las que quedan atrapadas en la cinta de casete, son liberadas por Lyuda, la mujer que escucha, sin auriculares, con el áparato pegado en su oreja. Ella es la que se emociona con cada frase que transcribe en un incesante tipear en una máquina de escribir. Encorvada hacia la máquina, sus dedos golpean cada tecla que cobra forma de palabras en el papel.
–¿Le gustó a Alexiévich el resultado final?
–Se mostró feliz. Lo exhibimos por primera vez en Minsk, su ciudad natal. Ella se encargó de programarlo todo.
La experiencia de Lyubob, amor en ruso fue para Staffan Julén un buen motor para indagar en su propia tierra. "Se ha dicho mucho que Suecia es un país frío y sin amor (el film La teoría del amor sueco, de Erick Gandini, hace referencia a esta cuestión) –sostiene el director–, se dijo lo mismo de Rusia, pero el amor, a pesar de los cambios de épocas, las situaciones económicas y las políticas se mantiene, está entre nosotros, en diversas formas. Amor en Suecia es un trabajo de investigación que cuenta, a diferencia de Lyubov, con una mayor producción".
Su pronta visita a Buenos Aires lo entusiasma, será la primera vez que pisará estas tierras. "En América del Sur están viviendo tiempos de mucha convulsión, no está nada mal llevar algo de amor en un escenario como el del festival". Serán tres días (www.basadoenhechosreales.com.ar) para tomar contacto y reflexionar del alcance de la no ficción y el periodismo narrativo en Argentina.
"Flaubert se llamaba a sí mismo la pluma humana –pronunció Alexiévich en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, el 10 de diciembre de 2015–. Yo diría que soy un oído humano".