Tours virtuales, documentales, videos y galerías de fotos para disfrutar a la distancia de la visita a las residencias en América Latina de Frida Kalho, Pablo Neruda, Ernest Hemingway y Carlos Páez Vilaró
La Casa Azul de Frida Kahlo, entre el templo y la visita 360º
por Celina Chatruc
Junto a las camas donde pintaba frente al espejo, una urna de barro protege las cenizas de Frida Kahlo en la Casa Azul. Se siente aún la presencia de la artista mexicana, venerada como una santa en el lugar donde nació, vivió con Diego Rivera y murió hace más de seis décadas. Hasta la llegada de la pandemia, más de dos mil personas llegaban por día hasta el antiguo barrio de Coyoacán aunque no tuvieran dinero para pagar la entrada del museo que muchos consideran un templo. "Viva la vida" dice la frase escrita sobre una sandía en una de sus pinturas, expresión de la alegría que contagia este oasis: mariposas y aves habitan un jardín de plantas autóctonas, donado por Charles Chaplin cuando León Trotski se alojó allí a fines de la década de 1930.
Esa energía es lo único que queda afuera del recorrido virtual en 360º disponible en el sitio museofridakahlo.org.mx, y del material reunido por Google Arts & Culture en el proyecto online Caras de Frida. La tecnología ofrece en forma gratuita la ilusión de entrar en el estudio diseñado por Juan O’Gorman, donde la artista se sentaba a pintar en su silla de ruedas frente al amplio ventanal. O en la cocina, decorada con muebles pintados de un vibrante amarillo, que permitían la preparación cotidiana de los típicos platos mexicanos. La casa aloja también su colección de exvotos, decenas de artesanías y piezas de arte prehispánico, y una muestra con los vestidos que inspiraron a diseñadores como Jean Paul Gaultier. Un estilo único, que consagraría a Frida como ícono mundial de la diversidad.
El imaginario de Pablo Neruda, a orillas del mar en Isla Negra
por Constanza Bertolini
De las tres casas en las que vivió el escritor chileno Pablo Neruda en su país, la de Isla Negra confirma no solo su alma de poeta sino su pasión por el mar. Como La Chascona y La Sebastiana –las otras dos viviendas, ubicadas en Santiago y en Valparaíso–, el "barco" que primero encontró a fines de los años 30 y que luego amplió y reconstruyó, a poco más de cien kilómetros de la capital, pertenece a la fundación que lleva el nombre del capitán.
Isla Negra cruje sobre pisos de madera y está habitada por mascarones de proa que, si los dejan, cuentan historias extraordinarias sobre sus orígenes y viajes salados; hay repisas repletas de botellas extraordinarias, cientos de "juguetes" que atesoran recuerdos, caracoles suficientes para recubrir los pisos y unas vistas del mar –por ejemplo, desde la cama del cuarto– que justifican cualquier inspiración. Como toda embarcación, esta también tiene un ancla, afuera de la vivienda, y un conjunto de campanas que son punto obligado para la foto del turista con la espuma de las olas detrás.
Estiman que unas 120 mil personas la visitan anualmente, pero acorde a este sorpresivo 2020 y sus tiempos de pandemia, la Fundación Pablo Neruda puso a disposición un tour audiovisual guiado para viajar hasta el rincón en el que el premio Nobel escribió buena parte de sus libros, se reunió con amigos, intelectuales y políticos, y también donde decidió en vida que descansaran sus restos y los de Matilde, su tercera y última mujer. El recorrido virtual está en el sitio www.fundacionneruda.org y cuesta cuatro dólares.
Finca Vigía, el refugio en La Habana de Ernest Hemingway
por Andrea Ventura
Sobre una de los estantes de una biblioteca de la Finca Vigía aún reposa la máquina de escribir de Ernest Hemingway. Según cuenta el mito, escribía de pie y descalzo. Seguramente en ese lugar la debe haber usado el escritor, antes de dejar Cuba, en 1960. Todas sus cosas se encuentran tal como él las dejó en la que fue su residencia durante 21 años y donde escribió El viejo y el mar, París es una fiesta y otros libros que se publicaron de manera póstuma. Pensaba volver, pero al año siguiente se suicidó.
Convertida en el Museo Ernest Hemingway un años después de su muerte, la gran casona en el barrio San Francisco de Paula, a unos 24 kilómetros de La Habana, está rodeada por una exuberante vegetación. La casa fue elegida por su tercera esposa Marta Gellhorn (en 1946 se casó con Mary Welsh), como refugio para alejarlo de los bares y la noche y que tenga un buen lugar para escribir.
En las paredes se lucen cabezas de animales, trofeos de caza de sus famosos safaris por África. También se ven, cuchillos, escopetas, cañas de pescar, una de las grandes pasiones del Nobel de literatura y hasta su guardarropa con sus pertenencias. Y una extraordinaria colección de 9000 libros, desparramados en bibliotecas por toda la casa, incluso en el baño.
Para conocer un poco más, el documental La casa de Hemingway (https://youtu.be/1YqI1toCH_8) recrea una visita a La Vigía y recorre la vida de Hemingway, con la participación del escritor Norberto Fuentes, que escribió el libro Hemingway en Cuba.
Casapueblo, la escultura habitable de Carlos Páez Vilaró
por Andrea Ventura
Visitar Casapueblo es como zambullirse en el interior de una obra de arte que se pisa, se toca, se siente. No hay dudas que es una escultura habitable, como muchas veces la definió el artista uruguayo Carlos Páez Vilaró, su creador. Fue su taller, su casa de verano, la residencia donde vivió sus últimos años, su fuente de inspiración, pero principalmente su obra cumbre y emblema de Punta Ballena, a 13 km de Punta del Este. A diferencia de otras casas que se visitan cuando su dueño ya no está, Casapueblo se pudo recorrer durante años con Páez Vilaró como habitante.
En la cúpula principal está el taller museo, con salas que exhiben obras del multifacético artista uruguayo como pinturas, cerámicas y esculturas. Casapueblo, que parece como tallada sobre los acantilados con vista al mar, no fue tarea sencilla: le demandó cerca de 40 años de construcción, a puro instinto, un trabajo manual sin planos que lo guiaran. Tiene trece pisos con balcones, recovecos, pasadizos y sobre todo muchas curvas, que remiten a las casas de las islas griegas. Casi no hay líneas rectas.
Aunque Páez Vilaró ya no está físicamente su presencia se intuye en cada curva, en cada desnivel y su voz se perpetua en la Ceremonia del Sol. Cada atardecer, mientras el astro comienza su descenso hacia el horizonte se escucha un poema grabado de despedida, un ritual que se repite desde hace años, el mejor momento para una visita. Mientras tanto, se pueden ver las muestras y escuchar el poema al sol en el canal de YouTube del museo y en http://casapueblo.com.uy/.
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