La ignorancia vista como una forma de esclavitud
He advertido este traspié –mejor dicho, lo que creo que es un traspié– incluso entre las personas más despabiladas. Me refiero a separar lo que sabemos de nuestra capacidad para pensar. La ilusión de que todo está en internet marinada en los jugos gástricos de la prepotencia alfa dan como resultado una ecuación nefasta. Dicho en términos termodinámicos, estamos tratando de que nuestro motor mental funcione sin combustible.
¿Qué es lo que está en internet? ¿El conocimiento? ¿Los datos? Supongamos que se trata de eso. Las fechas. Las fórmulas. Los ríos de Europa. La Tabla Periódica. O, para alcanzar una definición más refinada, todo aquello que deberíamos de otro modo memorizar, lo que supone una pérdida de tiempo porque todo está en internet. Dejando de lado que toda circularidad viene siempre floja de papeles, intentemos pensar en algo sin memorizar nada. Probemos.
OK, calma, ya se dieron cuenta por dónde voy. Sí, notable como pueda sonar, parece que no podríamos siquiera empezar a pensar si no tuviéramos absolutamente nada en la memoria. Sin recordar nada de nada, no podemos pensar del todo. Para que no parezca una prestidigitación tramposa, muestro mis cartas: he convertido en ley universal esto de que no hace falta memorizar nada porque todo está internet.
Ahora tenemos una tabula rasa. Y para continuar en la línea latinista, añadiré en este punto que ex nihilo nihil fit. O sea, de la nada, nada sale. Si fuera cierto que no hace falta aprenderse cosas de memoria, entonces podríamos pensar incluso sin saber nada. Ni siquiera necesitaríamos muchas palabras; es una de las lagunas más pasmosas con las que nos encontramos hoy en el aula. El léxico es raquítico. Así que hagamos el experimento mental. Dejemos solo lo elemental. Cincuenta o cien palabras de uso cotidiano. Y nada más. ¿Podemos pensar así?
El problema es que sin saber nada tampoco podríamos captar el concepto de pensar. En nuestra tabula rasa, tras la ablación de la memoria y el conocimiento, no sabemos siquiera qué es pensar. No exagero. También intento obtener una buena definición de este verbo en clase, y solo recibo silencio de radio. O alguna definición leída a las corridas en internet, y ciertamente mal comprendida. Hola, Descartes.
Dicho más simple: sáquenle todo de la cabeza a una persona, salvo los términos más básicos que requiere la supervivencia, y no podrá pensar ni en qué es pensar. En este punto del debate, suelen cruzarme con un “Bueno, no, tampoco es que no hay que saber nada del todo”. Excelente. Ahí quería llegar.
¿Cómo decidimos qué aprender? Más aún, ¿cómo lo decidimos de antemano, si no sabemos qué desafíos nos va a imponer la vida? ¿Acaso tiramos por la borda la teoría? Cuidado, porque hay disciplinas donde la teoría es una fuente de inspiración; la música, por ejemplo. ¿O, arrinconados, vamos a condenar al olvido todo aquello que no quepa en un Reel? Nada de fechas. Nada de conceptos complejos; el metabolismo humano es de una complejidad casi inabordable, y ahí hacen pie todas esas dietas delirantes que en el mejor de los casos solo resultan inofensivas. Es en serio, ¿qué es lo que vamos a condenar al olvido?
Supongo que a estas alturas se nota que estoy muy preocupado por la facilidad con la que nos han persuadido de que la existencia de bibliotecas garantiza una ciudadanía formada y crítica. El que la biblioteca ahora sea electrónica, quepa en tu bolsillo y sea un sueño para los que amamos aprender es un asunto menor. Pasé gran parte de mi vida en las bibliotecas públicas, y recuerdo que nunca estaban abarrotadas de gente. Con internet ocurre lo mismo. No importa que contenga un milagro de conocimiento. Si solo vamos a alimentarnos con la comida rápida del Reel y del tutorial de YouTube, es cuestión de tiempo antes de que nos convenzan fácilmente de cualquier embuste, hasta el más surrealista. Ah, ¿ya está ocurriendo?