La identidad latina como un carnaval mestizo, según Marcos López
En Santa Fe, la ciudad donde nació su pasión por la fotografía, el artista curó una muestra de artistas emergentes y consagrados que refleja la naturaleza ecléctica de la región
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SANTA FE.- No hay manteles de hule ni colores estridentes ni empapelados exóticos en el moderno café donde Marcos López se dispone a hablar sobre la muestra que acaba de curar en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de Santa Fe. Pero es en esta ciudad, a la que llegó a los 12 años desde su natal Gálvez, donde comenzó su pasión por la fotografía, que lo llevaría a crear su legendario “Pop Latino”. Esa estética con la que reflejó la particular identidad mestiza de la región, especialmente la de los años 90 en el extremo sur del continente americano.
“El Pop Latino parece una foto de David LaChapelle, pero está hecho con chancletas del Once o falsos anteojos Ray-Ban, comprados en La Salada -dice a LA NACION-. Con la puesta en escena documenté el carnaval del menemismo mientras sucedía, la Argentina como un shopping center de cartón pintado. El uno a uno era un bluff que todavía estamos pagando”.
Algunos de esos recursos estéticos están presentes en el registro de comparsas locales que la joven Aimé Luna realizó bajo su dirección durante un mes y medio para presentarlo desde ayer en esta muestra junto con obras de otros catorce artistas, que incluyen desde emergentes que exhiben por primera vez, artesanos y bordadoras, hasta consagrados como León Ferrari y Nicola Costantino. El título de la exposición, Mboyeré, es un término de la lengua guaraní que significa revuelto, rejunte, enredo, revoltijo. “Es una mezcla de cosas sin orden aparente -explica el texto de sala-, pero también es mestizaje”.
Convocada por López, Luna recorrió barrios humildes y conoció a fondo la forma en que las familias trabajan durante todo el año para celebrar el carnaval durante todo febrero. “Participan desde abuelos a nietos: hacen los trajes, que todos los años son nuevos, preparan los instrumentos, desfilan, venden los choripanes -cuenta Luna-. Se organizan de forma independiente, sin fines de lucro. Hay mucho afecto en la construcción de un momento de goce comunitario”.
En el caso de la comparsa Flor del Litoral, creada hace 36 años en el barrio Alto Verde, ya son cuatro las generaciones involucradas. Entre ellas Ramona, que confecciona en su pequeño taller los espaldares y accesorios de plumas de colores, y su nieta. Ambas posaron con orgullo para Luna. Al igual que “Toli”, un músico que llama la atención por la enorme cicatriz vertical que atraviesa su rostro desde la frente hasta la mejilla. “Ya desde adolescente, tocaba muy bien el bandoneón -explica Luna-. Su tío le pegó con la faca por celos, porque le robaba protagonismo, y perdió un ojo”.
El carnaval en América latina “tiene un contexto trágico altísimo”, observa López, ya que la gente sale a bailar y agradecer pese a los altos niveles de violencia y pobreza. ¿Por qué? En este punto cita una frase del libro que está leyendo: Vida contemplativa, de Byung-Chul Han: “La cultura no se forma con caminos que van directos hacia la meta –escribe el filósofo surcoreano-, sino por digresiones, por excesos y desvíos. La esencia de la cultura es ornamental […] Con lo ornamental, que se emancipa de toda meta y todo uso, la vida insiste en que es más que la supervivencia”.
“Hay que tener cuidado al juzgar la cultura popular”, señala López, al comparar la celebración del carnaval con una costumbre mexicana que lleva a muchos a ahorrar durante tres años para organizar la fiesta de quince de una hija. “En ese festejo hay una sabiduría ancestral, que proviene de los tiempos precolombinos –observa-. Creo que en la Argentina se diluyó, nosotros somos más melancólicos. Nuestros abuelos huyeron de las guerras, y en sus abrazos había tristeza. Trabajaron demasiado para construir un país que finalmente no fue”.
Así como nuestros antepasados añoraron lo que habían dejado atrás, según él, “el arte argentino sigue mirando a los centros de poder, pero siempre te sale mal porque no hay presupuesto”. De todos modos, López se las arregló muy bien para hacer mucho con poco. De los tiempos en que estudió cine en Cuba y guion con Gabriel García Márquez, recuerda especialmente la influencia que tuvo en su formación el proceso creativo del director brasileño Glauber Rocha, que filmó Dios y el diablo en la tierra del sol con “el desierto como escenario teatral, el sol como iluminación y los campesinos como actores”. Recuerda especialmente su máxima: “Para hacer una película, basta una cámara en mano y una idea en la cabeza”.
Con esa misma actitud, López suele emprender excursiones al Ejército de Salvación o al Cotolengo Don Orione, en una entusiasmada búsqueda de todo tipo de materiales que convierte en arte. Una alquimia similar a la que logró Jorge Moyano con restos de neumáticos, para crear el rugiente león que recibe al público ni bien se atraviesa la puerta del MAC.
“Queríamos traer un Chancho Bola de Nicola Costantino pero no había presupuesto para el seguro ni el transporte. Así que, como es amiga, traje en mi auto las fotos en las cuales cita obras de Antonio Berni, Grete Stern, Diane Arbus o Man Ray”, explica López. Agrega que la imagen de Ananké Asseff llegó vía digital para que pudiera plotearla en la vidriera, y los collages de Ferrari pertenecen a la colección del museo gracias a una donación del artista. Hay también copias vintage del fotógrafo local Mario Platini, cedidas por su familia.
“Sus retratos y trucos de laboratorio son parecidos a los de Anatole Saderman o Annemarie Heinrich”, observa el curador sobre este maestro suyo que además fue músico y pintor. “Mi primer viaje por América Latina lo hice con él, a los 19 años”, recuerda sobre aquella época en que dejaba Santa Fe para descubrir –y recrear- el mundo.
Para agendar:
Mboyeré, muestra curada por Marcos López en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, hasta el 31 de marzo.
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