"La historia está hecha de violencia"
En Anatomía de un instante, el autor español indaga el intento de golpe de Estado contra el gobierno de Adolfo Suárez, a principios de 1981. Tras Soldados de Salamina, el escritor vuelve a trabajar sobre hechos reales, pero ahora con otros procedimientos, como cuenta aquí
El español Javier Cercas escribió una de las novelas más celebradas acerca de la Guerra Civil de su país, Soldados de Salamina (2001). Ahora el escritor, nacido en 1962, vuelve sobre la historia española para poner el foco en un hecho clave: el fallido golpe de Estado perpetrado en febrero de 1981 por el teniente coronel Antonio Tejero contra el aún frágil gobierno de Adolfo Suárez. En Anatomía de un instante (Mondadori), que acaba de llegar a la Argentina, el autor se sumergió en un complejo y arduo proceso creativo que dio a luz una obra impura y difícil de clasificar, tal como cuenta en esta entrevista realizada a través del correo electrónico.
-En Soldados de Salamina se mezclan ficción e historia. ¿Cómo se interrelacionan esos dos mundos en Anatomía de un instante?
-En Anatomía de un instante no hay ficción, suponiendo que se pueda escribir un libro donde no haya ficción. Allí todo es historia, suponiendo que se pueda escribir un libro donde todo sea historia.
-Técnicamente hablando, ¿Anatomía de un instante es un "ensayo novelado" o una "novela verídica"?
-Es un libro raro, que no sé a qué género pertenece, ni me importa. La estructura del libro es, supongo, novelesca; algunos procedimientos también, o por lo menos son muchos de los procedimientos que he usado en mis novelas. Y el lector tiene todo el derecho del mundo a leer el libro como una novela, porque novela es todo lo que se lee como tal. Pero también uso procedimientos de la crónica y de la historia y de la poesía y de todo lo que tengo a mano. Nada tiene que ver ni con la non fiction novel a lo Capote o Mailer ni con el New Journalism a lo Wolfe. Si me obligaran a dar de él una definición, podría decir que es el libro de un disidente del Oulipo que ha perdido la cabeza de tanto leer a Tácito.
-¿Qué opina del género crónica? ¿El periodismo narrativo es una de las bellas artes?
-Para mí, la crónica -el periodismo narrativo- es sólo una forma de la historia. ¿Forma parte de las bellas artes Jenofonte? ¿Y Tácito? ¿Y Gibbon? ¿Y Trevor Roper?
-¿Por qué eligió este episodio? ¿Cómo fue la investigación, y qué decisiones que tomó luego al escribir Anatomía de un instante?
-Me puse a escribir este libro porque me obsesioné con una imagen, una imagen archiconocida tomada el 23 de febrero de 1981 en Madrid: la imagen del presidente del gobierno que hizo el cambio de la dictadura a la democracia en España sentado en su escaño de presidente mientras todos los demás diputados presentes en el Parlamento se refugiaban de las balas de los golpistas bajo sus asientos. Me pregunté por qué ese tipo permaneció en su escaño y no los demás y, partiendo de la idea elemental de que lo verdaderamente enigmático no es lo que nadie ha visto, sino lo que todo el mundo ha visto y no acabamos de entender del todo, me puse a trabajar. El trabajo fue una locura; nunca he tenido que documentarme tanto para escribir un libro: simplemente, había que sumergirse en el hecho más decisivo de los últimos cincuenta años de la historia de mi país, lo que significa sumergirse en toneladas de información que incluyen toneladas de fantasías, mentiras y medias verdades, que son las mejores mentiras. En cuanto a las decisiones, hubo dos fundamentales: la primera consistió en no escribir una ficción, en tratar de ceñirme a la realidad. La segunda consistió en partir de la única o casi la única evidencia documental del golpe de Estado: una grabación televisada de 35 minutos en la que se recoge el asalto a tiro limpio de los golpistas al Parlamento y que, aunque parezca increíble, sólo se ha proyectado una vez en televisión.
-¿Qué aprendió sobre la verdad histórica en este proceso?
-Aprendí que la verdad histórica existe, pero también que, por mucho que te acerques a ella, siempre se te escapa lo esencial. También aprendí que quizá sólo la ficción nos permite rozar lo esencial o algún simulacro de lo esencial que se parece tanto a lo esencial que a veces es casi imposible distinguirlo de él. Aprendí otras cosas; por ejemplo que la violencia no es la partera de la historia, como creía Marx, sino su cantera: el material del que está hecha.
-¿Cambió su perspectiva sobre la política?
-Sobre la política y sobre los políticos. Sobre la política en general y sobre la política de mi país, en particular. Antes de escribir este libro, por ejemplo, creía que el cambio de la dictadura a la democracia en mi país había sido un fracaso estrepitoso, o casi; ahora pienso que fue un éxito inverosímil, o casi. Antes el político me inspiraba fundamentalmente curiosidad, desinterés y a veces desprecio; mientras escribía el libro el político me interesó muchísimo y ahora sigue inspirándome curiosidad, pero sobre todo compasión.
-Si tuviera que hacer su canon de los grandes cronistas (Capote, Mailer, Kapuscinski), ¿qué libros elegiría?
-Mailer me parece un buen escritor estropeado por su megalomanía. Capote me gusta más -aunque menos su no ficción que su ficción, menos sus crónicas que sus cuentos- y todavía más Kapuscinski. Pero, ¿qué hay de los que mencioné antes? ¿Qué hay de La retirada de los diez mil? ¿Y de los Anales? ¿Y de Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano? ¿Y de Los últimos días de Hitler?
-Practicó el periodismo cultural y se lo reconoce como un gran lector. ¿Qué pasa con la actual novela española? ¿Ha leído algunos latinoamericanos últimamente?
-¿Cómo no voy a leer a los latinoamericanos? Me guste o no, mi tradición no es la tradición española, sino la del español. Y Borges y Bioy son para mí muchísimo más importantes que cualquier narrador español desde Cervantes, que más que español parecía inglés. Así que sigo bastante lo que se hace tanto en España como en Latinoamérica, y en ambos casos me parece que el principal peligro no es la literatura de consumo, anacrónica, sumisa y convencional -es decir, la literatura cuya mala calidad se reconoce a legua-, sino el esnobismo pseudoliterario para pseudoliteratos, que quiere pasar por gran literatura y a veces no llega ni a charlatanería.