La hija del restaurador
DETRAS del auge de la novela histórica, además de razones más profundas -¿tal vez la necesidad de aferrarse a la identidad nacional, frente a la amenaza de un mundo cada vez más globalizado?- están también, qué duda cabe, las estrategias del marketing editorial. Estrategias que tuvieron el mérito de encontrar nuevos lectores para un género redescubierto, que empezó entonces a multiplicarse en infinidad de títulos, algunos excelentes, otros improvisados o superficiales.
La princesa federal se halla entre los primeros. Su autora, poeta, narradora y ensayista con notables aptitudes en cada uno de esos géneros, había mostrado ya su atracción por la historia argentina en La pasión de los nómades (finalista del premio Planeta y primer premio municipal "Eduardo Mallea"), libro para cuya ejecución recorrió previamente los lugares en que transcurre Una excursión a los indios Ranqueles , de Lucio V. Mansilla. Este detalle habla de la seriedad de María Rosa Lojo para encarar el trabajo de investigación, imprescindible siempre cuando se escribe sobre figuras y hechos de la historia.
La novela de tema histórico no sólo tiende a desalmidonar y humanizar a los próceres, también hace conocer aspectos que la historia oficial generalmente omitió. Como por ejemplo, las intimidades del período rosista evocadas por Manuelita, ya anciana, en esta novela que María Rosa Lojo desarrolla mediante una prosa pulcra, rica, con sabor de época, por momentos deslizada hacia lo poético.
El argumento es simple y la acción se limita prácticamente a lo que revelan los abundantes diálogos. El joven médico Gabriel Victorica, nieto de quien fue jefe de policía de Rosas, viaja a Europa en 1893. Su propósito es visitar en Viena a un médico de 37 años llamado Sigmund Freud, que ha enunciado ideas revolucionarias sobre el arte de curar. Su otro objetivo: conocer en el Londres victoriano a la hija de aquel "restaurador de las leyes" que gobernó autoritariamente su país durante un extenso lapso hasta su exilio en Southampton, cuarenta años atrás.
Gabriel encuentra en su mansión de Belsize Park 50 a Manuelita, ahora una dama venerable, de conversación seductora, que recuerda a seres y episodios de sus años juveniles en la "corte" de su tatita, en Palermo. Entre esas reminiscencias, narra la de haber bailado a los 18 años con un Facundo Quiroga nada parecido al ogro que retrató Sarmiento; se refiere con cierta displiscencia a María Eugenia Castro, manceba de su padre tras la muerte de doña Encarnación Ezcurra, cuya efigie lleva sobre el pecho, en un relicario; accede a hablar de los galanteos de Lord Howden, enviado de su majestad británica al Río de la Plata; del conde Wallensky, hijo bastardo de Napoleón; del indio Mariano Rosas, del bloqueo, de los candombes federales y de su amistad con Camila O´Gorman, fusilada por orden de su padre, el Restaurador.
En el relato, por el que pasa fugazmente Máximo Terrero, esposo de la hija de don Juan Manuel, juega un papel importante un supuesto cuaderno íntimo escrito por Pedro de Angelis, el erudito napolitano al servicio de Rosas -y preceptor de Manuelita- en cuyas páginas, llegadas al protagonista a través de su padre y transcriptas a lo largo de la novela, no siempre se hace quedar bien al poderoso caudillo bonaerense.
Antonio Requeni
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La Nacion