La gran aventura de Héctor G. Oesterheld, creador de mitos de impronta humanista
"El héroe se equivocaba, perdía, y esas son lindas cosas para poner en una historieta, porque entonces el personaje se ve verdaderamente de carne y hueso". La frase pertenece al guionista y escritor Héctor Germán Oesterheld, nacido el 23 de julio de 1919 y desaparecido durante la última dictadura, el 27 de abril de 1977. La aseveración, que les hizo en una extensa entrevista de 1975 a Carlos Trillo y Guillermo Saccomano, dos de los muchos guionistas que brillaron en el esplendor del género de la historieta en los años 50 y 60, da en el núcleo de su obra y devela su dogma y su nervio.
A 100 años de su nacimiento –se cumplen hoy–, esa idea ilustra aquello que convirtió a Oesterheld en creador de mitos populares de la ficción argentina. Allí está como ejemplo de esa popularidad, todavía sin parangón, El Eternauta, paradigma narrativo del cómic argentino y del género que ha sido utilizado como ícono político y es a la vez una obra vital, moderna y excepcional del género.
Un héroe colectivo
Mientras Stan Lee y Jack Kirby creaban en Marvel, en los años 60, a sus superhéroes con problemas, Oesterheld ya había revolucionado la historieta y puesto en escena su obsesión: el héroe colectivo como desafío al individualismo, la persona común que se convierte gracias a la aventura y, además, la compasión como principal virtud para eludir lugares comunes de cualquier género, fueran el western, el cuento infantil o la ciencia ficción.
El amplio recorrido que hizo desde su graduación universitaria como geólogo –fue militante montonero, colaboró con nombres mayúsculos del medio (Hugo Pratt, Solano López y Alberto Breccia, entre otros), fundó la editorial Frontera y fue el eje de una tragedia familiar (sus cuatro hijas y dos yernos también fueron desaparecidos)– lo convirtió en un especie de profeta: el creador de leyendas que la historia hizo de carne y hueso. El hombre que inventó las ficciones ideales de nuestra infancia, imaginó un modo moderno para la historieta argentina y, al mismo tiempo, padeció la historia, que lo arrancó de las páginas de sus obras e inscribió su nombre en el Nunca más.
"¿Qué otro autor podía en los años 50, en un western popular, mostrar a un oficial de la caballería de Estados Unidos que desertaba después de ver una masacre en la que sufrían los nativos norteamericanos?", se pregunta el periodista Paul Gravett, que ha montado muestras del autor en Londres y lo incluyó en su libro 1001 cómics que hay que leer antes de morir. Y agrega: "El valor de Oesterheld nace de entender la historieta popular que apuntaba a adolescentes e imbuirla de la idea de que hasta el villano podía ser complejo, radical, antiautoritario; que podía ser como nosotros".
Eso que Gravett marca puede verse en casi todo Oesterheld, que aprovechaba la masividad para forjar leyendas humanistas de nuestras viñetas, como la recientemente reeditada Ernie Pike, Sherlock Time, Mort Cinder, Ticonderoga, Uma Uma, además de sus cuentos e historietas infantiles para la revista Gatito, entre muchísimos otros. Hasta el lanzamiento de Hora Cero, la revista en la que se publicaba El Eternauta y parte de su caótico proyecto editorial junto a su hermano Jorge, se usa hoy como efeméride para celebrar el Día de la Historieta Argentina, el 4 de septiembre.
Adorador de la literatura clásica, hereje del cómic (que no había leído ni leería), cinéfilo "de John Ford a Antonioni" y siempre afincado en su chalet familiar de Beccar –que, como él, aparece en las primeras páginas de El Eternauta y donde vivía "encerrado en un cuarto"–, Oesterheld era, según el escritor y guionista Juan Sasturain, "consciente de lo que estaba haciendo y, a contramano de cómo se vivía trabajar en la historieta en aquel entonces, tenía un gran respeto por la tarea que desarrollaba. Era un autor que ponía la osadía y la pretensión didáctica antes del salvajismo".
La fallecida Elsa Sánchez de Oesterheld, su mujer, que sobrevivió a Héctor, sus hijas y sus yernos, lo definía como "un señor muy estructurado, un alemán estructurado que escribía cuentos para nenes y hacía difusión del tema científico en las revistas populares, que creía en la didáctica del buen sentido y el humanismo".
Oesterheld es leyenda por sus contenidos y obras, pero también generó algo clave con Frontera, un proyecto editorial que desbarrancó por su falta de experiencia, el fin de la edad dorada de la historieta nacional y la llegada de la televisión. Dirá Sasturain: "Cada dibujante tenía una libertad formal fundacional y se generó una selección soñada, con Pratt, Breccia y más nombres, además de tocar temas que no subestimaban al lector".
El sentido de la aventura
Oesterheld decía, sin ínfulas, que vendía más que su querido Borges (Elsa siempre soñaba con la idea de que él escribiera literatura). "Para mí –dirá en la entrevista con Grillo y Saccomano–, género mayor es cuando se tiene una audiencia mayor". Es cuando esa audiencia empieza a caer el momento en que Oesterheld vuelve a salir a la calle a pelear por lugares donde escribir para caer en la editorial Record, y también aparece en su vida la militancia política, que lo lleva a una biografía de Ernesto "Che" Guevara y, más tarde, a la politización evidente de su obra, desde las secuelas de El Eternauta hasta historietas inconclusas sobre un joven que descubría la Juventud Peronista.
Llegan luego la persecución y una vida familiar muy bien retratada en Los Oesterheld, biografía de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami.
Los años pasan, pero la reedición constante de sus obras (como ahora la de Ernie Pike, en Planeta Cómic) y los documentales, las muestras y las series sobre su vida, además del lugar que le han asignado sus colegas, dejan en claro que Héctor G. Oesterheld se ha convertido en aquello que pregonaba: un autor colectivo, definido por su humanismo y su sentido de la aventura.
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