"La gente aspira cada vez a más belleza, a más emoción"
Entrevista con Gilles Lipovetsky. En su libro La estetización del mundo, escrito con el crítico de cine Jean Serroy, el ensayista francés desarrolla el concepto de "capitalismo artístico" para explicar el estrés del hombre actual, sometido a la tensión entre el deseo de placer y el deseo de éxito, y propone, como salida, reforzar la educación y crear una política y una "estética de la calidad" que pongan freno a la espiral del consumismo
Habrá notado usted, estimado lector, que últimamente sufre más de lo debido, que la vida, paradójicamente, se ha vuelto demasiado complicada y angustiante. Cada vez más facilidades a su alcance, cada vez más avances de la técnica y, sin embargo, el estrés se le trepa por los huesos como una enfermedad social. Es atroz y triste, pero la queja es tan absurda como la rendición. El francés Gilles Lipovetsky, uno de los sociólogos más certeros de la época contemporánea, está convencido de que nada está perdido. El capitalismo artístico en el que estamos inmersos, ese que busca nuestra emoción para ser efectivo hasta el punto de engañarnos a través de la belleza, no es ningún demonio, sino todo lo contrario: emerge, para él, como una posibilidad. Nunca antes hubo tantas puertas abiertas a la esperanza porque nunca antes hubo tanto auge de la creación humana. ¿Pero cuál es la solución? En esta era transestética del mundo en que vivimos, en la que todo se hibrida y lo hace, además, a nivel global, la salida del laberinto tiene una pista en principio bastante poco novedosa: la educación. Pero modificada. Debe ser entendida como potenciadora de la belleza, capaz de enseñarnos a admirar la calidad por encima de la cantidad, es decir, capaz de estructurarse como un proceso a través del cual seamos capaces de desentrañar y ejercer la práctica de lo rico, lo bello, lo que da verdaderamente sentido a nuestra existencia y diferenciarlo de entre toda la maraña de productos que nos emborrona los ojos y hace que el peso de la vida nos ahogue cada día un poco más la garganta. Lipovestky, autor de obras como La era del vacío, ha escrito esta vez, con la ayuda del crítico de cine Jean Serroy -nada casual: la aparición del séptimo arte es uno de los mejores ejemplos de fundición entre belleza e industria-, La estetización del mundo, una obra tan necesaria como liberadora. Nuestra vida transcurre en constante contradicción pero con este texto entendemos por qué esto es, en principio, una esperanza.
-Vivimos en un tiempo en el que buscamos constantemente la belleza, pero esta misma búsqueda nos agota, nos hace infelices. ¿Qué opina de esta maldición en la que estamos inmersos como sociedad?
-En el capitalismo artístico hay una tendencia a la estetización de la vida pero no es única. El hombre moderno tiene los imperativos del trabajo, de la competencia, de la salud, además de los conflictos políticos. Pero si bien la cultura moderna está tomada por toda una esfera de mecanismos contradictorios y paradójicos, no pienso que esto sea una maldición: esta palabra tiene una connotación negativa. Para mí el capitalismo artístico no consigue llegar a tener éxito en sus objetivos precisamente porque hay otros que lo constriñen. Queremos placeres, distracciones, pero a la vez queremos ganar dinero, tener una buena salud. Es lo que yo llamo las "tensiones paradójicas". Si el sistema renunciase a la contradicción significaría que sólo habría un camino: el del consumo. No es deseable. Hay, por suerte, otras lógicas: sobre todo éticas, que nos permiten juzgar, condenar, distinguir el sentido de la existencia.
-La solución pasaría por la educación en la calidad de lo que se consume.
-Exacto. Debemos desarrollar una política, una estética de la calidad para poner freno a la espiral del consumismo. Y para esto no hay que esperar que se hagan cargo los medios de comunicación. Tampoco será la moral quien hará recular a la estética comercial. Se trata de potenciar nuevas pasiones creativas. Tendremos mejor calidad de vida si tenemos una educación más rica. Debemos considerar que la estetización del mundo tiene una cara que es buena, pero tiene otra que no lo es. Es paradójico, sí, pero no debemos tiranizar el capitalismo artístico sino que debemos hacerlo evolucionar de una lógica cuantitativa a una lógica cualitativa. Nosotros, como padres, ciudadanos, profesores, debemos trabajar para ello. Hoy en día la gente aspira cada vez a más belleza, a más emoción, pero es necesario entender que la emoción no pasa únicamente por las marcas, por el turismo. La búsqueda de la belleza puede consistir también, por ejemplo, en escribir poemas, hacer cine, fotografía? Lo que yo apoyo es una política de la creación. Debemos impulsarla: es la única manera de que verdaderamente seamos más ricos.
-Pero el mundo artístico está absolutamente polarizado: unos pocos ganan mucho, mientras que la mayoría apenas sobrevive de su trabajo. ¿No es la lógica del capitalismo?
-Sí, absolutamente. Hay algo muy triste aquí porque se denuncia el capitalismo artístico argumentando que ha destruido la creatividad -en los años 60 se decía que el cine había muerto-: es una estupidez. El problema es que el capitalismo crea tantos productos que se destruye a sí mismo, porque no tenemos tiempo para absorber todo. El deseo de creatividad es muy grande en el mundo, por eso no conviene demonizarlo. Se debe, eso sí, buscar vías que permitan a esa creación existir. El capitalismo no busca la belleza por sí misma sino en tanto que es rentable. Es normal: es un sistema económico. La crítica mayor debe ir encaminada, sobre todo, al modo de distribución.
-Hablemos de ecologismo. ¿Se trata de un camino hacia la responsabilidad o es una estrategia para llegar al fondo de la emoción humana?
-Es otra contradicción, porque el capitalismo artístico está anclado en el presente: el objetivo es ganar dinero, tener una rentabilidad inmediata. Sin embargo, el planeta posee una temporalidad basada en el futuro. Entonces, de nuevo, vemos una contradicción entre el presente, que domina, y el imperativo moral del futuro. ¿El capitalismo va a corregirse por sí mismo? Probablemente no. El mercado está bien, a condición de que no esté solo. Es necesario que el Estado invierta para regularlo -no estoy hablando de dirigirlo, como en el comunismo, que fue un desastre-; son necesarias reglas para no destruir las oportunidades del futuro. Sobre todo hay que invertir en investigación y desarrollo. Aquí también es la creación la que podrá ayudarnos a ir en el sentido de la ecología. Hemos encontrado nuevas fuentes de energía pero que requieren inversiones tecnológicas, científicas. Los autos eléctricos, por ejemplo, son opciones que permiten continuar con el desarrollo humano pero sin agredir el planeta. Yo estoy en contra de los excesos del mercado, pero también estoy en contra de los que defienden el "decrecimiento". No sucederá: los países emergentes quieren consumir y tienen razón; quieren tener acceso al bienestar. No pararemos esto. La perspectiva correcta, pienso, es una política de innovación científica y técnica. No es la belleza la que salvará el mundo, sino la inteligencia. Lo digo en el libro haciendo un juego con la frase célebre de Dostoievski.
-Ya no estamos en la sociedad del espectáculo de Guy Debord. No somos más espectadores pasivos. Debemos elegir, todo el tiempo, lo cual genera estrés porque, además, debemos ser siempre exitosos. ¿Qué ha cambiado para que esta presión sea tan fuerte?
-Pienso que la paradoja es que el capitalismo artístico ha puesto como bandera la felicidad individual pero el resultado final es que hay cada vez más estrés. Es el resultado de una sociedad de la globalización y de la competencia. Las sociedades antiguas tenían una gran seguridad psicológica: estaban la religión, las tradiciones. Hoy en día no se acepta: estamos en una sociedad individualista en la que queremos siempre, de todo, lo mejor y lo novedoso. La vida privada ha cambiado su apoyo en la tradición. No aceptamos la posibilidad de no ser felices. Antiguamente la religión enseñaba a aceptar este tipo de cosas. Entonces tenemos muchísima más libertad, es cierto, pero vivimos mucho más presionados, estresados. Las mujeres, por ejemplo, pueden casarse, divorciarse, tener hijos, trabajar: no existe más la condena colectiva sobre ello en el pensamiento de Occidente. Pero al mismo tiempo, la vida privada se ha convertido en algo extremadamente angustiante. También está la presión sobre estar bien físicamente: hay que hacer dieta. Muchas mujeres no consiguen llegar a la imagen que desean y no están conformes según el modelo de belleza. Además, las empresas están metidas en un círculo de competencia internacional, lo que supone una gran inquietud personal para los trabajadores. Y esta situación va a continuar: es el precio de la libertad y se paga con el bienestar interior.
-¿Piensa que esta presión es más fuerte para la mujer?
-Creo que esto depende del sector. Pero en general, ellas quieren tener éxito en la vida privada y, al mismo tiempo, en el campo profesional. Mientras que los hombres, por lo general, privilegian el desarrollo profesional. Esto no significa que los hombres no sufran esta situación global porque se trata de eso, de algo global, y que luego, según el sector, puede tener parámetros diversos.
-En el libro dice que la lógica de Facebook es decir "yo soy lo que me gusta". No hay necesidad de argumento, lo cual me lleva a pensar que tal vez esto sea una contraindicación para trabajar en pos de la calidad.
-Felizmente estamos hablando de un mundo pluralista: está bien que exista también lo superficial. ¡Imagínate que todo fuera serio y profundo! Por suerte la vida pide también cosas ligeras. ¿Qué espera la gente en Facebook? Envían mensajes a sus amigos, ponen fotos, consiguen pequeñas calificaciones, pero ¿eso qué es? Nada. Se trata únicamente de un modo de comunicación. No es Facebook lo que va a cambiar el mundo sino la educación. De Internet se puede hacer un uso inteligente o absolutamente estúpido: depende de la formación que tengas.
-Facebook es también una exposición constante de la creación masiva. Pero no todo lo que allí se expone es de calidad.
-Todo el mundo aspira a ser creativo pero no todo el mundo tiene los medios para conseguirlo. Facebook es únicamente un canal de comunicación que otorga, tal vez, una satisfacción inmediata, pero no es el lugar de la creación. Crear lleva mucho tiempo y trabajo. El mundo de la inmediatez de Internet no debe destruir la educación con todo lo que ésta exige: esfuerzo, disciplina, repetición. Pienso que los viejos métodos no debieran desaparecer totalmente sino que deben continuar formando a las personas. Porque si no, haces una foto y ya piensas que eres un artista. ¡No!
-Sí, pero en Facebook se potencia la confusión. Allá uno llega a ser la persona que desearía ser: una abstracción que dibuja según sus deseos. Y con una respuesta de los otros.
-Es una cuestión de marketing personal. Tiene que ver además con algo que antes no era así: la soledad. Se trata de un modo de conexión que la combate. Pero entre eso y la exigencia de un verdadero embellecimiento de la vida, hay una diferencia. No existen los milagros: es necesario el trabajo, el esfuerzo.
-Con el éxito de la realidad virtual perdemos constantemente el contacto físico, ¿cuál es la consecuencia más grave?
-Bueno, cuando apareció Internet se desarrolló esa idea de que la gente se comunicaría mucho en el plano virtual pero no en la realidad. En ese sentido sí sería un peligro porque destruiría las relaciones reales entre los seres. Pero no es verdad, salvo en los casos extremos, por supuesto, de adicción. La gente usa Internet para comunicarse pero siempre suelen terminar en un encuentro real. Un ejemplo: fíjate en cualquier ciudad el mundo, a la tardecita, ¿no están llenos todos los cafés, los restaurantes? La búsqueda de la belleza, de las sensaciones, no muere en lo virtual, sino que se desarrolla, se agranda. Los turistas son otro ejemplo: buscan en Internet cómo ir a los lugares, sí, pero finalmente van para vivir esa emoción estética.
-¿Hay diferencias entre América Latina y Europa o Estados Unidos en su análisis?
-Europa y Estados Unidos representan la cima de ese desarrollo, pero es algo mundial. El mercado es global. La idea del libro es que el capitalismo, hoy, se combina, se hibrida con la exigencia estética: es transestético. Hay un gran ejemplo en el cine. Hasta los años 60 fue algo únicamente europeo y norteamericano. Hoy es mundial. Está claro que el planeta no se desarrolla al mismo ritmo pero el consumismo sí avanza en todo el planeta y los consumidores demandan cada vez más productos emocionales, tocados por la estética. Para mí esta estetización del mundo por el mercado, porque es esto lo que lo mueve, va a globalizarse: es inevitable.
-Entonces, los mejores preparados para enfrentar esta realidad serán los mejores educados.
-La calidad estética, la calidad en la inteligencia, demanda inversión financiera. Lo que es grave es que cierto número de países considera que la formación es únicamente un gasto en vez de una inversión para el futuro. Las finanzas son difíciles de controlar, es cierto, pero la educación no: ¡no es Wall Street! Es también el rol de los padres: si tienes hijos, tienes una gran responsabilidad. Debes hacer que escuchen música, que lean libros. Acá sí que se ve cómo se pueden hacer evolucionar las cosas de la lógica de la cantidad a la lógica de la calidad. Esto también exige inversión tanto del Estado como de las empresas privadas. El ejemplo típico del capitalismo artístico es Apple. Es la empresa más rentable del mundo y tienen unos productos de extrema calidad: todo lo que es de calidad encuentra un mercado. Dejemos de decir que el capitalismo es horrible, que los consumistas son borregos: no es verdad. Esta dimensión existe, pero hay otras. Estamos en un mundo que promueve la innovación y ésta es la que nos podrá salvar.
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