La genial Colette, un Nobel español y más obras que entran en dominio público a partir de este año
Qué autores quedan libres de derechos en 2025 en la Argentina y qué dice la legislación en los Estados Unidos, donde podrán usarse sin pagar los personajes de cómic Tintín y Popeye, “Adiós a las armas”, de Hemingway, y el “Bolero” de Ravel
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A partir de este año, las obras de los autores fallecidos en 1954 pasan a dominio público según la legislación argentina, que establece un plazo de setenta años de la muerte de un autor para “liberar” sus obras. En la Argentina, el dominio público es relativo, porque editoriales y productoras audiovisuales (interesadas en la literatura como un “insumo” para proliferantes series y películas) deben contribuir a la rueda creativa con el pago del “dominio público pagante” con que se financia el Fondo Nacional de las Artes, creado en 1958. Cabe recordar que el diputado radical Rodrigo de Loredo presentó en 2024 un proyecto para eliminar esa norma.
Entre los escritores cuyas obras ingresan al dominio público en 2025, se destacan las del Premio Nobel de Literatura 1922, el español Jacinto Benavente, reconocido por su producción teatral, y la audaz e inspiradora escritora francesa Sidonie-Gabrielle Colette, “madre” del personaje de Claudine y catalogada como uno de los “genios femeninos” del siglo pasado. En 1954 murieron dos importantes autores argentinos: la escritora y periodista Herminia Brumana, que colaboró en LA NACION y cuyos libros son muy difíciles de hallar, y el historiador, jurista y político Emilio Ravignani.
Se suman además el francés Maurice Bedel (ganador del Premio Goncourt en 1927), el uruguayo Constancio C. Vigil (autor y promotor la literatura infantil y juvenil latinoamericana), el español Eugenio d’Ors, el sueco Stig Dagerman (que se quitó la vida a los 31 años), el chileno Luis Durand, el británico James Hilton (autor de dos novelas que fueron llevadas con éxito al cine: Horizontes perdidos y Adiós Mr. Chips), el estadounidense William March (autor de La mala semilla), la polaca Zofia Nalkowska, la alemana Thea von Harbou (autora de la novela Metrópolis, que su marido, el cineasta Fritz Lang, adaptó al cine; la autora apoyó el nazismo y Lang se refugió en Estados Unidos), el italiano Vitaliano Brancati, el sueco autor de las “novelas vikingas” protagonizadas por Orm el Rojo, Frans Gunnar Bengtsson, y el director y teórico ruso Dziga Vertov, autor de Memorias de un cineasta bolchevique.
Benavente, que se destacó como director de teatro, abordó varios géneros teatrales, de la tragedia al sainete y de la comedia al melodrama, con piezas que transcurren en ambientes rurales, urbanos y aristocráticos; además de 172 obras teatrales, escribió poesía, cuentos y artículos periodísticos. Fundó en Madrid, en 1899, el Teatro Artístico, en el que colaboró Ramón del Valle Inclán. Muchos autores y artistas españoles tomaron distancia del autor de Rosas de otoño y Los intereses creados (dos de los grandes éxitos de Benavente junto con La malquerida) por sus posiciones políticas, que pasaron del apoyo a Alemania durante la Primera Guerra Mundial a ensalzar a la Unión Soviética (en 1933 publicó Santa Rusia), y de defender la República española a participar de desfiles militares durante el franquismo (por ese motivo al autor se le atribuye la “virtud” de haber sido siempre oficialista). En 1912, ingresó a la Real Academia Española, y en 1922, Benavente supo que le habían entregado el Nobel mientras estaba en una gira teatral por Buenos Aires. Por la trascendencia de su producción, en especial las comedias, se ganó un adjetivo en el Diccionario de la lengua española: “benaventino”. Falleció a los 87 años el 14 de julio de 1954.
Novelista, periodista, guionista, artista de teatro de variedades, ícono feminista y celebridad internacional desde que su novela Gigi, de 1944, fue llevada al cine por Vincente Minnelli en 1958, Colette dejó una obra audaz y aún vigente (en comparación con las de otras “vacas sagradas” de las letras francesas, aún permanece subestimada). Fue miembro de la Academia Goncourt desde 1945 y llegó a presidirla entre 1949 y 1954. Los inicios de Colette, vistos a la distancia, despiertan asombro: la creadora de la serie de Claudine fue por varios años una “escritora fantasma” al servicio de su marido, el escritor Henry Gauthier-Villars, que firmaba las novelas de su joven pareja. Realista, provista de sentido del humor y con el don para describir aromas, sonidos, texturas e imágenes, se destacó como una pionera de la novela corta. Gran parte de su obra -atrevida, sensual y original- se puede leer en clave autoficcional, como pasa con Chéri y La vagabunda; a su madre, le dedicó la novela autobiográfica Sido. Colaboró con el compositor Maurice Ravel para hacer la ópera El niño y los sortilegios, escribió artículos en varios medios (muchos reunidos en Prisiones y paraísos) y en su madurez fue condecorada con la Legión de Honor. Murió a los 81 años el 3 de agosto de 1954.
Mientras tanto, en Estados Unidos
Las estrellas del cómic Tintín y Popeye, y obras maestras de la literatura, el cine y la música de Faulkner, Hemingway y Ravel -todas de 1929- pasaron el 1° de enero al dominio público en los Estados Unidos, donde la legislación indica que los derechos de autor caducan con 95 años de creación. Esto significa que pueden copiarse, compartirse, reproducirse o adaptarse libremente sin que haya que pagar por ello.
Cada diciembre, el Centro para el Estudio del Dominio Público de la Facultad de Derecho de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte publica la lista de obras culturales que han pasado a la posteridad. El primer día de 2025, los protagonistas son Popeye el marino, creado en 1929 por el estadounidense Elzie Crisler Segar, y el reportero Tintín, presentado por el belga Hergé. ”En los últimos años, hemos celebrado la entrada en el dominio público de personajes fascinantes como Mickey Mouse (2024) y Winnie the Pooh (2022)”, señaló Jennifer Jenkins, directora del centro, en su página web. “En 2025 expiran los derechos de más encarnaciones de Mickey que se remontan a 1929 y de las primeras versiones de Popeye y Tintín”, señala la abogada.
El año 1929 fue también el de grandes obras de la literatura estadounidense y europea, adaptadas varias veces al cine. El sonido y la furia, de William Faulkner, Adiós a las armas, de Ernest Hemingway, Un cuarto propio, de Virginia Woolf. En cuanto al cine, la Universidad de Duke menciona la primera versión de Singin’ in the Rain, de los estadounidenses Ignacio Herbert Brown y Arthur Freed, que ha sido adaptada en numerosas ocasiones. También ha perdido sus derechos el famoso Bolero del francés Maurice Ravel, compuesto en 1928, pero registrado al año siguiente.
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