La frontera del mal
MERIDIANO DE SANGRE Por Cormac McCarthy-(Debate)-Trad.: Luis Murillo Fort-407 páginas-($ 14,90)
Escribir una reseña crítica de Meridiano de sangre no es sencillo luego de que el afamado crítico e historiador Harold Bloom homologó esta novela de Cormac McCarthy con Moby Dick de Melville. Nacido en 1933, McCarthypasó su niñez en Tennessee y, a mediados de los 60, comenzó a publicar una serie de novelas de inspiración sureña, atmósfera gótica y violenta tragicidad: The Orchard Keeper , Outer Dark , Child of Gold y Suttree . Pero su consagración llegó después de la notable transformación temática y estilística de su universo ficcional y la consecuente obtención del National Book Award por Todos los hermosos caballos (1992), primera novela de la Trilogía de la frontera que se completó con En la frontera y Ciudades de la llanura , trabajos aclamados unánimemente por la crítica y apoyados por el público, tanto que hace poco se estrenó una versión fílmica de la primera y se esperan las de las otras dos.
Si esta trilogía se ocupa de revisar severamente la imagen mítica del cowboy y el instante crepuscular del western , también perpetúa los tópicos primordiales del género: el salvajismo asociado a la libertad, el código de honor del pistolero, la ineptitud de la institución jurídica, el individualismo indeclinable, la intensidad vital que desafía a la muerte a cada momento.
Aunque aquí llega recién ahora, después de la trilogía, Meridiano de sangre fue publicada en 1985. Sus páginas ya anticipaban la indagación histórico-mítica de la trilogía, pero sin su nostalgia y sus toques melodramáticos. Muy lejos del tratamiento hollywoodense del Salvaje Oeste, la novela -desde la crónica seca y parsimoniosa de una escalada de violencia extrema- construye una esencialidad de esa condición salvaje al narrar la historia de una expedición paramilitar que extermina indios en la frontera entre los Estados Unidos y México, a mediados del siglo XIX, después de la guerra civil. La partida de mercenarios estadounidenses está avalada extraoficialmente por el Gobierno mexicano y el Estado de Texas e integrada por un grupo de hombres despiadados que matan y mueren con la misma y atroz brutalidad. Comandada por el asesino Glanton, la inclemente expedición siembra horror y muerte a su paso por campamentos, aldeas y, luego también, por poblaciones mexicanas, traicionando así a quienes la contrataron.
La interminable cabalgata, entonces, se ocupa de robar, saquear, masacrar y violar en una alucinante travesía infernal en la que se destaca el líder "espiritual" del contingente, el monstruoso juez Holden, una criatura abominable de extremas gordura, estatura y palidez, desprovisto de pelo en todo su cuerpo, incluso sin cejas ni pestañas. Exento tanto de pudor como de la más exigua moral, se pasea y baila desnudo sobre montañas de cadáveres o en medio de plazas públicas, luego de violar y asesinar niños de ambos sexos. Megalómano, estridente y erudito, el juez sustituye a la figura de Dios en ese marasmo aberrante de crimen y abyección, convencido de ser imprescindible, inmutable e inmortal.
El protagonista de Meridiano de sangre es un muchacho de quince años que se enrola en la partida, después de abandonar su precario hogar. A lo largo del relato, jamás el narrador lo llama por su nombre ni le atribuye más condiciones que un feroz instinto de supervivencia, exteriorizado en una inocencia salvaje, una temeridad sin límites y una increíble resistencia física y psicológica a las peores pruebas. Luego de que la expedición logra saciar parcialmente su sed de riquezas y destrucción y la tribu de indios de Yuma por fin la asalta y diezma, el chico deja el grupo para vagar sin propósito por California. Pero una década después volverá a la frontera y se reencontrará con el único de sus antiguos compañeros que ha sobrevivido y lo espera para ajustar cuentas, el temible e impiadoso juez Holden.
La honda negrura de esta novela, la exploración en la perversidad y la violencia, el calculado estallido de lo depravado, son sólo equiparables a su fascinadora y extraña belleza. La implacable ferocidad de su tono y su atmósfera se apoya en la pasmosa parquedad con que se narran los hechos cruentos y en la poética voluptuosidad de las descripciones de la naturaleza, siempre hostil e insoslayable. El relato abrumador de la barbarie y la corrupción deja paso, lentamente, a una alegoría apocalíptica de la devastación, demoledora si se la extiende en su significación desde lo estadounidense (el antiguo Oeste es una hebra fundamental de la historia mítica norteamericana) hacia una perspectiva de la civilización occidental. El Mal gobierna y triunfa sobre el mundo, lo subsume, lo expropia y lo aniquila.
Quizá en este aspecto podría justificarse que muchos críticos vean renacer, en ésta y otras ficciones de McCarthy, el espíritu de William Faulkner, pero el maestro sureño instauraba la experiencia fatal de la comunidad a partir de la soberbia humana, casi a la manera trágica. McCarthy hace expandir el registro fatídico desde la gratuidad, desde la perennidad inexplicable e inmotivada de la maldad sobre la faz de la Tierra. Así, en el centro semántico de la novela conviven el candor, lo ominoso, el primitivismo y la iniquidad.
Bloom acertó su diagnóstico: la estirpe de Melville se erige por sobre toda visión trágica sureña en Meridiano de sangre . La obsesión de Ahab, la seducción monstruosa de la mitológica ballena blanca y la inocencia brutal del joven Ismael refulgen en el texto promoviendo reflexión y densidad, en una especie de homenaje que combina el juego intelectual con la honestidad estética. En este inigualable recorrido por los abismos, McCarthy va mucho más lejos que en la reciente trilogía: fusiona naturalismo y simbolismo, nihilismo y sacralidad, civilización y barbarie, conciencia y fatalidad. Y, sin atenuantes, arroja al lector a otra gran frontera, la que media entre el arrobamiento y el asombro.
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