"La frialdad no me interesa"
La autora española presentó en Buenos Aires dos libros: Don de gentes (una selección de sus artículosperiodísticos) y la novela Lo que me queda por vivir
Aunque no se considera una escritora de relatos infantiles, Elvira Lindo (Cádiz, 1962) se inició en la literatura de la mano de un niño. Entre los muchos guiones que preparaba para la radio en la que trabajaba en la década de 1980, apareció Manolito Gafotas, un muchachito curioso que comentaba su vida familiar y la realidad española con inteligencia y humor negro. El éxito del personaje, que pronto se convirtió en una serie de libros y llegó a ser retratado en el cine y la televisión, le permitió a Lindo dejar sus otras ocupaciones para dedicarse a escribir, no sólo historias de Manolito y otras series para niños, sino también literatura para adultos, guiones cinematográficos y columnas de opinión en medios gráficos españoles.
De visita en Buenos Aires, la escritora presentó sus dos últimos libros: Don de gentes (Alfaguara), una selección de artículos publicados en el diario El País, en los que desmenuza con gracia e ironía desde el cine de Luis García Berlanga hasta los intrincados vericuetos de la identidad española, y la novela Lo que me queda por vivir (Seix Barral). En esta última, un relato intimista con muchos rasgos autobiográficos, Lindo retrata la Madrid de los años ochenta a partir de la mirada de Antonia, una joven periodista de radio, madre de un niño de cuatro años y separada de su pareja, que intenta afianzarse en un mundo revolucionado, en el que parece no haber tiempo ni lugar para su personalidad aún dubitativa y su lento aprendizaje como madre.
-Esta novela surgió de cuatro páginas en las que escribí un recuerdo muy personal. La noche de un día de la semana, en Madrid, en los años ochenta, llevé a mi hijo muy pequeño al cine. La memoria empezó a dispararme imágenes, las seguí, y escribí esa noche como la recordaba y según el recuerdo que me contó mi hijo. Cómo él estaba en España, se la mandé, y lo emocionó mucho. Pensé que ése podía ser el inicio de un material más amplio que un cuento. Es muy difícil contar una época, así que, en lugar de hacer una crónica, abordé el relato desde la intimidad de una persona.
-Aunque es una obra de ficción, aparecen muchos datos autobiográficos, ¿cómo trabajás la relación entre tu vida privada y tu escritura?
-Durante la producción de la novela fue mi pesadilla, porque en España mi vida es conocida, entonces aclaré desde el primer momento que se trataba de una novela. Utilicé elementos de mi vida como materia prima para algo que quería contar literariamente. Sé que si hubiera dicho que esta mujer era contadora o trabajaba en un ministerio me habría librado de muchas preguntas. Pero me gustaba que trabajara en la radio, porque es un medio que conocí muy bien. Trabajé en medios de comunicación desde muy joven y no quería renunciar a un mundo tan interesante en aquella época. En el caso de esta novela, que es muy melancólica aunque tenga algo de humor, afronté el riesgo.
-¿Por qué elegiste describir esos años desde la mirada de un personaje tan vulnerable emocionalmente?
-Era una época excitante y difícil. Me parecía interesante que fuera una mujer vulnerable que, por sus propios conflictos internos, se salva de un montón de peligros en los que podría caer por el ambiente que se vivía en ese momento. Hay un tipo de personas un poco infantiles, que tardan en madurar, que no saben qué camino elegir y se dejan llevar. Maduran de pronto y más tarde que el resto. Me identificaba mucho con ese crecimiento tardío. Son personas un poco temerarias, que se equivocan y asumen riesgos. Me parecía más interesante que un personaje seguro de sí mismo, más típico en la literatura.
-Es crucial en la novela el contraste entre la Madrid de principios de los años ochenta y el mundo de provincia.
-Es algo que está en la vida de muchas personas de mi generación. De la misma manera que en Buenos Aires la gente tiene relación con sus antepasados que venían de otros países, en España, un país que no tenía inmigración, las migraciones eran nacionales. La gente tenía mucha relación con el pueblo, la ciudad pequeña o la provincia de la que venían sus padres. En un momento de explosión de las libertades, como fueron los últimos años setenta y los ochenta, realmente las vueltas a los pueblos eran muy curiosas. Era natural un choque entre dos mundos cuando llegaban a los pueblos jóvenes con melenas, vestidos de otra manera, con otras costumbres morales y otra ideología política. Ahora todo está mas cerca, los espacios son más homogéneos, pero en ese momento eran dos mundos muy diferentes.
-¿Cómo recordás la Madrid de aquel tiempo?
-La Madrid del destape se ha contado sólo de una manera. Uno ya se la imagina llena de gente moderna, acostándose por la mañana, personajes muy almodovarianos. Pero en realidad era un ambiente mucho más mestizo que ese estereotipo. Lo viví de cerca porque trabajé en la radio. Conocí mucha gente de la música y el arte, que hacía cosas distintas y creativas en ese entonces, aunque en muchos casos se quedaron en nada. No me sentía parte de eso, sino más bien una cronista.
-¿Por qué?
-Porque en mí había también una chica de barrio. Podía ir a esos sitios míticos, como el Rock-Ola, donde se juntaban los modernos a tomar copas y lo normal era drogarse. Si no lo hacías quedabas como un poco tonto. Pero vivir en mi barrio de la periferia, tener cierta conciencia social y política y ser madre muy pronto me dieron otra perspectiva de las cosas. Mucha gente a mi alrededor tuvo relaciones con las drogas. Incluso algunos compañeros del colegio, que venían de familias de clase media como la mía, murieron. No sucumbí a eso, aunque lo tenía tan cerca, tan pegado a lo que hacía en mi vida. No probé la heroína, por ejemplo. De la misma forma, tampoco me sentía parte de los modernos que se acostaban a las seis de la mañana, porque sentía que yo no era un personaje. Me gusta ser independiente. Ahora estoy en el mundo de la literatura y tampoco estoy integrada. Siempre que he estado cerca de un gremio, capilla o lobby literario he huido. Ser un carácter independiente me ha traído problemas en la vida, pero también me permitió ser libre y en algunos casos me salvó de cometer errores.
-¿Creés que esa posición entre dos mundos te sirvió para escribir?
-Sí, mucho. Si de algo tengo prestigio en España, es de escribir buenos diálogos. Esa habilidad tiene que ver con el gusto por la observación: cómo se diferencian las personas al hablar, los sitios en que viven, las clases sociales y las personalidades. Ser observadora de la vida me ha servido, pero ha sido duro.
-Gaby, el hijo de la protagonista, es un personaje central en la novela. No tiene una voz directa, pero es quien compensa los estados anímicos de su madre. ¿Cómo le diste forma?
-Fue lo más complicado del libro. Para que el personaje se pudiera conocer en profundidad, empleé varios trucos. No quería tener al niño hablando y dando opiniones porque hubiera quedado antinatural. No quería que el personaje perdiera inocencia y frescura, entonces es la madre la que cuenta lo que el niño siente. Tuve que recurrir a muchas estratagemas literarias para que el lector pueda conocer ese personaje. Era necesario que el niño fuera el contrapunto. Cada vez que aparecía, se me iluminaba el libro. Quería que fueran pequeñas apariciones intensas, no por idealizarlo, sino porque realmente es el ángel de la guarda de ella, una presencia milagrosa. No necesité modelos para el personaje, porque lo copié de mi hijo literalmente. Lo viví así, y así lo recuerdo.
-En un momento de la novela la narradora dice que el recuerdo "literaturiza", que "la nostalgia embellece lo perdido y crea símbolos donde no los hay, pero ese temor a la cursilería no debiera tampoco convertir en prosaico aquello que fue conmovedor". Tu escritura refleja ese conflicto, un lenguaje coloquial y contenido pero potente en la descripción de las emociones. ¿Cómo lograste ese tono?
-Fue muy difícil. En algunos momentos me he emocionado escribiéndolo. Lo abandonaba y volvía luego. No quería sentirme arrebatada por lo que escribía, quería contenerlo. Entre los literatos españoles hay mucho miedo a mostrar la emoción. Esto tiene que ver con nuestro carácter, muy formal y circunspecto, pero también con ciertas modas artísticas. Me encantan los actores argentinos porque son muy naturalistas y demuestran mucho más los sentimientos. A veces se pasan, son excesivos, pero creo que para mostrar algo verdadero es mejor que te pases un poco a que no llegues. La frialdad no me interesa ni en el cine ni en la literatura. No quería que se desparramaran los sentimientos, pero tampoco que faltaran. El lenguaje está muy medido; cada vez que tenía dos adjetivos, quitaba uno. Quería que todo fuera muy puro y que, a veces, esa pureza diera una sensación poética.
-Tus artículos periodísticos, como los recopilados en Don de gentes , también involucran tu mirada, opiniones y gustos de manera muy personal. ¿Cómo lográs captar con ellos el interés del lector?
-Creo que es una mirada personal pero generosa, que no excluye al lector ni lo mira por encima del hombro. Hay columnistas que hablan menos desde su punto de vista pero son más mezquinos. Mi intención es contar algo que me ha pasado a mí pero que al otro le puede servir o interesar. De ese modo soy una excusa, porque aunque tengo los oídos y los ojos para ver lo que ocurre y contar bien una historia, mi actitud es la de compartir algo que me ha pasado. Creo que es lo que permite al lector sentirse parte de las crónicas.
-En una de las secciones, "De Manhattan a Colorado", comentás aspectos de la cultura estadounidense. ¿Cómo cambió tu mirada al vivir la mitad del año en Nueva York?
-Ya no sería yo sin la experiencia neoyorquina. Creo que me ha hecho una persona mucho más tolerante, que puede comprender a gente muy distinta de sí. La tolerancia de esa ciudad, obligada a serlo por la cantidad de inmigración tan diversa que llegó hasta allí, es muy instructiva. He adquirido la costumbre de escuchar un poco más antes de opinar, algo difícil para un español, por nuestra típica vehemencia. Las personas que opinan en los medios de comunicación se expresan tan poco pedagógicamente, se interrumpen, se insultan, hablan de manera tan grosera. España ha avanzado muy rápidamente, se ha modernizado, pero todavía hay muchos tics de un país que estaba muy cerrado al mundo. A veces suena como una crítica, pero no es tan así. Yo no soy otra cosa que española, pero a veces pienso que podríamos entendernos de otra manera.