La forja de un intelectual
LA COLERA DE LA INTELIGENCIA Por Carlos Páez de la Torre (h)-(Emecé)-408 páginas-($39)
Paul Groussac fue uno de los hombres más completos que dio la Argentina del siglo XIX. En efecto, aunque nacido en Francia, aquel ilustre educador, historiador, literato y bibliófilo, que en días de borrasca espiritual se lamentó de no haber permanecido en su patria donde suponía sin exageración que hubiera alcanzado el pináculo intelectual, tuvo su forja en el país al que llegó adolescente y donde fue recibido por sus ciudadanos eminentes con talante amplio y generoso. Como resultado, su obra refleja un genuino compromiso con esta tierra en la que logró fama y prestigio perdurables.
Carlos Páez de la Torre (h), miembro de número de la Academia Nacional de la Historia, periodista de reconocida trayectoria, autor de libros tan importantes como Historia de Tucumán y una completa biografía de Nicolás Avellaneda, dedicó muchos años al estudio exhaustivo de la vida y obra del ilustre hijo de la ciudad de Toulouse. La cólera de la inteligencia. Una vida de Paul Groussac es el fruto de esas investigaciones. Groussac nació el 15 de febrero de 1848, en un hogar donde no abundaban los recursos pero donde tampoco faltaba lo necesario para desarrollar una existencia decorosa. Con el fin de detectar los pasos posteriores a su etapa en el liceo de Toulouse, el autor debió realizar una cuidadosa exégesis de los propios textos literarios de aquel hombre hermético, que en ocasiones se ubicó como protagonista de sus obras de ficción. Paul se preparó para ingresar en la escuela naval de Brest, propósito que luego abandonó. Cursó durante breve lapso en la Escuela de Bellas Artes de su ciudad natal y se embarcó hacia el Plata movido por razones acerca de las cuales, al menos parcialmente, no es posible superar el terreno de las conjeturas. A pesar de su juventud, poseía un apreciable bagaje literario, fruto de constantes y provechosas lecturas.
Desembarcó en Buenos Aires en febrero de 1866, al cumplir los 18 años, cuando el país libraba la cruenta guerra del Paraguay. No vaciló en ocuparse en tareas rurales que debió aprender desde lo más elemental, para no emplearse en el comercio, pero pronto varió su destino y, tras soportar una frustración amorosa, la amistad de Pedro Goyena y José Manuel Estrada le abrió las puertas del Colegio Nacional, como profesor de matemática. Con mano segura, Páez de la Torre ubica al joven en los cenáculos intelectuales de la ciudad, señalando no sólo los ámbitos donde afianzó amistades perdurables sino los órganos de prensa que pronto recibieron producciones diversas de quien en poco tiempo había logrado un excelente dominio del castellano. El encuentro de Groussac con el ministro de Justicia e Instrucción Pública de Sarmiento, Avellaneda, quien quería conocerlo precisamente a raíz de uno de sus escritos, respondió la pregunta que Estrada le había hecho poco antes: "¿Y usted piensa establecerse en la Argentina?". Don Nicolás le ofreció ocupar dos cátedras del Colegio Nacional de Tucumán, del que luego sería rector ilustre. Después, Groussac volvió a Buenos Aires, donde contrajo matrimonio y nació su primer hijo, mientras se afianzaba su nombre y obtenía los medios para regresar por un tiempo a su patria.
El autor evoca luego los años combativos de Groussac, quien entró de lleno en las luchas de su patria adoptiva, como director del diario Sudamérica, que se batía con el órgano católico La Unión, redactado por sus amigos Estrada y Goyena, como consecuencia del debate sobre la enseñanza religiosa en las escuelas, que enfrentó con extrema dureza a la sociedad argentina. La pluma contundente del ya reconocido francés se ejercitó también en polémicas literarias.
Roca lo designó, en enero de 1885, director de la Biblioteca Nacional, cargo que desempeñaría hasta su muerte. Paralelamente, su actividad y proyectos intelectuales, que su biógrafo relata con gran soltura, se multiplicaban y daban extraordinarios frutos, como la revista La Biblioteca. Páez de la Torre dedica un capítulo a uno de sus libros más conocidos y ricos desde el punto de vista testimonial y humano: Los que pasaban, que reunía artículos publicados por Groussac en LA NACION en los que evocó a ilustres argentinos que había conocido, como Estrada, Goyena, Avellaneda, Pellegrini y Sáenz Peña.
También se detiene en su producción teatral de Groussac y subraya su veta de contundente y generalmente ácido y hasta colérico polemista. Cuando sobrevino la ceguera, Groussac siguió empeñado en sus empresas, con la ayuda de una de sus hijas, Cornelia. Su carácter ríspido de toda la vida se había agravado pero, como dice el autor, "después de todo, algún derecho tenía de quejarse. La vida le había dado el golpe más feroz que podía tolerar alguien que necesitaba leer y escribir como el aire para los pulmones". Groussac murió en sus habitaciones de la Biblioteca Nacional, en la calle México, el 27 de junio de 1929.
Ahora, a través de este libro que se lee sin esfuerzo gracias a la clara prosa del periodista y al ajustado tratamiento del historiador de cuanto se refiere a la psicología, el pensamiento y la acción de este benemérito de la cultura argentina, la dimensión de su extraordinario aporte queda fehacientemente comprobada.
Más leídas de Cultura
“Un clásico desobediente”. Gabriela Cabezón Cámara gana el Premio Fundación Medifé Filba de Novela, su cuarto reconocimiento del año
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio
El affaire Tagore. Problemas de salud, una joya de brillantes y otros condimentos de vodevil en la relación de Victoria Ocampo y el Nobel indio