La fiesta de Central Park en Barracas
Los talleres que tiene varios artistas en el edificio pintado por Pérez Celis tuvo una noche de puertas abiertas
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Central Park no es un parque sino un edificio en Barracas y anoche era una fiesta. En el coloso de oficinas y depósitos que lleva los colores de Pérez Celis, hay más de treinta espacios cedidos a artistas para que tengan sus talleres. Suelen hacer todos los años una noche de fiesta de puertas abiertas, y la de ayer tuvo gusto a revancha, después de un año cerrado incluso para los artistas. Con música, modelos luminosas, personajes de fábula, convites varios y pintura en vivo, los artistas celebraron el reencuentro entre ellos y con el público.
El pintor Emilio Fatuzzo fue por todo: contrató un DJ, puso luces de boliche y se instaló detrás de una barra improvisada. “Me gustó transformar mi espacio de trabajo en uno de fiesta”, dice. El año pasado el encuentro fue virtual. Fatuzzo cumple horario completo, pinta de la mañana a la noche, y fue el primero en volver en 2020. “En junio ya estaba acá de nuevo. Era el único. El edificio estaba vacío y me ayudó a concentrarme. El lugar es muy grande y laberíntico. Hubo veces en que me pegué buenos sustos con la gente de seguridad cuando iba al baño, porque voy de memoria, con las luces apagadas”, cuenta.
Juan José Cambre llegó hace tres días y ya tiene ordenada cantidad de bastidores, montada una exposición de cámara y varias pinturas al óleo aún frescas en la pared. Por el ventanal se ve el perfil de la ciudad y un atardecer majestuoso en el que se recortan las dos agujas de la Iglesia Inmaculado Corazón. “En la mitad de la pandemia tuve que levantar un depósito y se me llenó el taller. Entonces, conseguí este lugar. Me trajo Juan Lecuona, con quien compartimos taller en 1982. Abren a las 8, así que pienso venir temprano todos los días”, cuenta.
El taller de Daniel Corvino se volvió una peña, con el trío Felipe Pomponio que invitaba a cantar. El cantor nacional Enrique Espinoza tomó la guitarra, y se arrimaron a escuchar los artistas Eduardo Cetner, Liliana Golubinsky y la galerista Mariana Povarché. El clima era especial, porque Corvino le rindió homenaje a su esposa y compañera de taller, Amalia Bonholzer, que falleció en septiembre pasado. Su obra de este tiempo se puede ver en la muestra Expectativa Urbana, en el Palacio de Hacienda (Hipólito Yrigoyen 250). “Son obras más chicas en las que reflejé la pandemia: estaciones de subte, tren y colectivo vacías. También es mi propia soledad”, dice.
En el espacio de Marino Santa María había gente trabajando: la artista y ex modelo Ginette Reynal pegaba venecitas con su guía. También se veían imágenes del Covid 19, en los murales que prepara Santa María para la sede del gremio Sanidad (Urquiza y Alsina). Clima de cóctel animado había en los talleres de Mónica Tiezzi y Cecilia Duhau. El de Eugenio Cuttica es uno de los espacios más grandes y también fue de los más populosos, con performances de chistes del propio artista. “Encontré todo perfecto después de casi dos años de ausencia, gracias a dos asistentes”, dice, recién llegado de Estados Unidos. Del taller del correntino Eduardo Ocantos salían modelos vestidas con obras y luces led. “El arte es para compartir. Me gusta verlo en movimiento. No es algo para unos pocos”, señala.
Luis Felipe Noé pintó en vivo, en un gran patio común presidido por la obra Portal al 2021, pieza de sitio específico realizada especialmente para ese nuevo espacio de exhibiciones por una de las artistas residentes, Cecilia Ivanchevich, dos pinturas de 5 x 1.8 metros. La artista tiene ahora en la galería Cecilia Caballero una muestra, Reconstrucción y uno de los espacios más ordenados y productivos. Lleva en Central Park siete años.
En el taller de Carlos Gómez Centurión, pintor sanjuanino, hay un sillón para sentarse a ver en una pantalla grande su película Digo la Cordillera sobre sus ascensos a la montaña. Alrededor, las pinturas que ahí se inspiraron. “Vengo todos los meses y produzco bastante. En marzo voy a volver a subir el cerro Mercedario”, cuenta. Entre la concurrencia estaba el director teatral Oscar Barney Finn: “Esta zona era muy antigua, solía venir a hacer filmaciones ambientadas en los años 30″. En el de Horacio Sánchez Fantino se podían ver sus grandes murales hechos con pedazos de latitas de bebida recicladas. “Es un proyecto de un año en la urbanización de la Villa Fraga, donde dimos talleres y después cuatro personas vinieron a trabajar acá como asistentes. Es arte sustentable social y ecológicamente”, explica.
Montajista experto, el espacio de Fernando Brizuela tiene una presentación con calidad museo. “Entré hace diez minutos. Ayudé a coordinar ‘la doma’ de los artistas para la muestra de hoy, que siempre se dejaba un poco al azar. Traté de ser un ecualizador para que las intensidades fueran parejas”, cuenta. También armó una exposición en los pasillos con obras de los artistas ingresantes, que como tienen espacios en otras zonas del edificio no estaban abiertos al público.
Entre los recién llegados están Ernesto Ballesteros, Alexis Minkiewicz, Hernán Marina, Alejandra Mettler y otros. Lux Lindner, que invitaba a ver su muestra en Fundación Andreani porque estuvo “un año entero trabajando en ella... y quedó bien”, estaba contento con su nuevo espacio. “Me da pena que no abra los fines de semana. La comunidad es muy heterogénea, hay gente de otra galaxia”, contó. La colección de Estaban Tedesco también encontró ahí lugar, y se mostró en una sala con curaduría de Mariana Gioiosa, Lía Cristal y Brizuela. “Fue todo un desafío encontrar algo que contar, y busqué ir desde la sensibilidad de los lazos afectivos construidos con los artistas”, explicó Gioiosa.
La mayoría de los vecinos más antiguos son varones con trayectoria. “Eso está cambiando. Estamos hace tiempo con Mónica Van Asperen y ahora entraron Marcela Astorga y Cristina Schiavi”, señala Ivanchevich desde lo que podría ser una pequeña resistencia feminista. “El espacio carga con un legado de artistas hombres poderosos y pocas artistas mujeres. Me parece bien que estén incorporando artistas que obedecen a cánones más diversos. Me gusta venir cuando abren, porque ves otro universo y es interesante”, observa Charly Herrera, artista y curador de Munar, un espacio que también alberga talleres y muestras de perfil más emergente.
“Yo tenía mi estudio en Miami al lado del de Pérez Celis, y Bernardo Fernández –dueño del edifico– pasaba por mi estudio cuando iba a contratarlo. Así nos conocimos”, cuenta Ana Candioti, una de las más antiguas pobladoras de Central Park. “Entrás acá y te olvidás del mundo. Tiene un microclima”, dice. Las jornadas abiertas cumplen diez años. “La primera edición fue con diez artistas y hoy hay 36″, dice satisfecho Gustavo Fernández, el anfitrión. Hay lista de espera para conseguir lugar. “Este es un espacio flexible, en el que el negocio son las oficinas, depósitos y locales. A los artistas les doy espacios gratis, sólo pagan la luz (porque si no, antes dejaban muchas veces las luces prendidas) y un poco de expensas. Se formó un grupo muy interesante”. Para ingresar, hay que esperar a que haya nuevos espacios o alguien deje vacante el suyo. No hay convocatorias: “Sólo pregunto a los artistas qué tal persona es alguien para dejarlo entrar”.
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