"La fidelidad a las propias ideas conlleva riesgos"
Diálogo con Dacia Maraini. La escritora italiana presentó en Buenos Aires un film sobre místicas y mujeres eruditas medievales. Aquí, habla de sus intereses literarios y de su amor con Alberto Moravia
No es la primera vez que Dacia Maraini, escritora polifacética, incansable viajera e intelectual atenta a los cambios profundos que vive hoy Europa, visita la Argentina. Invitada por el Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires, presentó en la Feria del Libro un documental, realizado con Maria Giustina Laurenzi, acerca de un grupo de mujeres que se transformaron en grandes estudiosas o místicas de la Escuela de Salerno, en el sur de Italia, en pleno medioevo mediterráneo. En las demás charlas que ofreció en nuestro país, prevaleció su reflexión en torno al rol de las mujeres en la sociedad, que es una de las claves esenciales de su poética y de su amplio compromiso en medios italianos e internacionales. A sus impecables 78 años conserva una luz radiante en sus ojos claros, una mirada intensa y una particular capacidad de escuchar a sus interlocutores.
–Hace muy poco se ha publicado en Italia su volumen Chiara d’Assisi. Elogio della disobbedienza. Me pregunto si este nuevo libro responde a la multiplicación de indicios que en los últimos años han puesto a Francisco de Asís en el centro de la atención político-teológica, religiosa e incluso filosófica, y libros, como Altísima pobreza, de Giorgio Agamben, que considera el franciscanismo la única gran revolución europea.
–Las cosas a veces parecen organizadas arteramente y, en cambio, son sólo hechos que coinciden. Hace veinte años que me ocupo de las místicas. Ellas, injustamente olvidadas por la crítica literaria, siempre se abocaron al Evangelio contra el poder político de la Iglesia. Fueron, a su manera, revolucionarias generosas y apasionadas. Yo escribí primero, hace ya quince años, un texto sobre Sor Juana Inés de la Cruz y, años más tarde, uno sobre Catalina de Siena. Se trata entonces de intereses profundos de largo término.
–El subtítulo del libro (Elogio de la desobediencia), así como la trama dan a entender que Clara, para poder rehuir el futuro designado y seguir en cambio su propia vocación, necesitó oponerse férreamente a la tradición, a la voluntad de su familia, a los dictámenes de la sociedad. ¿Esa historia significa que un ser humano, para permanecer fiel a sí mismo, debe romper con lo impuesto? ¿Por qué todas estas vidas ejemplares implican siempre una guerra, un destino sacrificial?
–Sí, es cierto. La fidelidad a las propias ideas conlleva riesgos. Si las ideas son muy fuertes y decididas, como le sucedió a Clara, se está dispuesto a hacer un gran sacrificio. Si las ideas son débiles y poco convincentes, se pierden por el camino. La sociedad debe ser combatida toda vez que se vuelve corrupta, incapaz, mentirosa e hipócrita.
–Clara es otro de sus personajes femeninos memorables, desde María Estuardo, en los años setenta, hasta Mariana Ucría en los noventa. ¿Usted hace su trabajo sobre y con mujeres (feliz la colaboración con la actriz italiana Piera degli Esposti) desde la perspectiva de una intelectual engagée o es una exigencia artística, literaria la de dar voz a una mujer?
–Diría que las dos cosas. Por un lado, el sentimiento de indignación contra las injusticias que han sufrido y sufren las mujeres; por el otro, el placer de la invención.
–¿Por qué quiso presentar en Buenos Aires un documental sobre mujeres?
–Las mujeres han escrito siempre, pero sus escritos no han sido considerados dignos de atención y memoria, salvo unos pocos casos. Es suficiente con ver la suerte que corrieron los bellísimos escritos de las místicas, desde 1200 en adelante, sepultados en los cajones de los conventos. No sólo censurados por la Iglesia, lo cual es comprensible porque se trataba de textos muy sensuales, sino, sobre todo, por laicos y estudiosos. Giustina Laurenzi me propuso hacer juntas un documental sobre las escritoras olvidadas, desatendidas o, simplemente, menospreciadas. Yo elegí algunas de la Escuela de Salerno, médicas, místicas, santas, que me parecen extraordinarias y dignas de estudio.
–Y desde el siglo pasado hasta hoy ¿cuáles son las escritoras dignas de atención?
–Hoy hay muchísimas escritoras de talento. Cito sólo algunas. En Italia, Melania Mazzucco y Margaret Mazzantini. En América Latina, Marcela Serrano e Isabel Allende. En cuanto al siglo XX, no sé decidirme entre Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, Agatha Christie o Grazia Deledda.
–Usted también ha escrito sobre su padre, reconocido etnólogo, orientalista, alpinista y escritor italiano. Ha hecho una reconstrucción dramática de cuando él, rechazando su participación en el fascismo de la República de Saló, fue arrestado junto a toda su famila (usted y su hermana eran sólo unas niñas) y condenado a ir a una prisión, donde todos ustedes sufrieron enormes privaciones. ¿No le recrimina una decisión que la hizo sufrir tanto?
–Mi padre murió en 2004. Mi madre siempre insiste en que, en 1943, cuando cada uno de ellos fue llamado por separado a testimoniar frente a la policía, sin que se hubieran puesto de acuerdo, ambos decidieron no firmar a favor de la República de Saló. No fue una decisión de mi padre solamente, sino un gesto responsable de dos adultos que rechazaban el nazi-fascismo y el racismo. Yo los admiro por su coraje, porque nos dieron un gran ejemplo de idealismo, de coherencia y de honestidad intelectual.
–Ya que estamos en un clima de confesiones íntimas, ¿me quiere decir qué le quedó, transcurridos ya tantos años, de su vida en pareja con Alberto Moravia?
–Conservo recuerdos bellísimos de nuestros viajes, de las cosas que hacíamos juntos: leer por horas sentados en una terraza de Roma, pasear por las calles de la ciudad, ir al cine en salas desiertas a las tres de la tarde, conversar, reír, cocinar para los amigos en la casa que teníamos frente al mar...
–Como se dice en italiano, la suya es sin duda una vida vivida. Al final de su biografía personal, publicada en su página web oficial, aparece en caracteres sobreimpresos la frase "no me quedaría nunca quieta". Y, por sus viajes permanentes, no es difícil creerle. El crear, hacer, viajar, escribir sin descanso ¿es fruto de una elección personal, de un impulso neurótico, del deseo?
–En nuestro estar en el mundo, en la relación entre nuestro cuerpo con el espacio y con el tiempo, hay algo siempre misterioso. No sé decir por qué amo viajar. Creo que es un mal de familia. Mi abuela iba por el mundo con una mochila sobre los hombros, sola y aventurera. Mi padre, lo mismo. Yo heredé esa inquietud. Amo viajar, pero también amo volver a casa y gustar el silencio de mi estudio, la presencia de los libros, sabiendo que a la noche iré a lo de mi madre y hablaremos de muchas cosas.