"La ficción es liberadora"
Laura Alcoba y Mariana Eva Pérez hablan de sus libros Los pasajeros del Anna C. y Diario de una princesa montonera-110% verdad, respectivamente, en los que recrean la historia familiar enlazada con el pasado reciente de la Argentina
Según una teoría de los años 50 que saltó de la psicología y la matemática a la cultura popular, todas las personas del mundo estarían conectadas por apenas seis enlaces: seis grados de separación. Mariana Eva Pérez y Laura Alcoba podrían ser un ejemplo perfecto de esto mientras se saludan y comienza la sesión de fotos para adn cultura. No se conocen, y es la primera entrevista que dan juntas, pero tienen mucho en común: ambas escritoras, ambas hijas de militantes de los años 70, ambas residentes en Europa, las dos coincidieron en Buenos Aires para presentar sus novelas: Diario de una princesa montonera-110% verdad (Capital Intelectual), el debut literario de Pérez; y Los pasajeros del Anna C. (Edhasa), el tercer libro de Alcoba, publicado -como sus novelas anteriores- originalmente en Francia por Gallimard.
Dos libros que, entre el testimonio y la ficción, les pasan el cepillo a contrapelo tanto a la historia privada como a la historia social y política del país. Mariana nació en 1977 y quince meses después la secuestraron junto con sus padres, los dos hoy desaparecidos. Su madre, embarazada, dio a luz en la ESMA a un varón, que fue apropiado y recuperó su identidad recién en 2000. Su abuela materna es la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Dramaturga e investigadora, con un posgrado sobre "narrativas del terror y la desaparición" en curso en Alemania, ya venía sorprendiendo por su profundidad e irreverencia para tratar lo que llama "el temita", que tomó cuerpo en sus obras de teatro ( Instrucciones para un coleccionista de mariposas , Ábaco ) y en el blog que comenzó en 2009 y se convirtió luego en este Diario ? que oscila entre la poesía, la jerga propia -"hijis", "militontismo"- y el humor negro para horadar en la memoria la orfandad producida por el terrorismo de Estado.
Laura nació en 1968 y a los diez años, después de una temporada en la casa de los conejos (nombre que fue luego título de la traducción al castellano de su primer libro, al cual le siguió Jardín blanco ), la casa donde vivió clandestina junto con su madre, se exilió en Francia, donde se licenció en Letras, se especializó en el Siglo de Oro español y hoy reside. Los pasajeros ? obra como una precuela de esa primera novela: la narradora vuelve a ciertas incertidumbres con respecto a su nacimiento y se convierte en detective de sus padres, siguiendo sus huellas a fines de los años 60 en Cuba, donde viajaron para recibir instrucción militar y reunirse luego con el Che en Bolivia. Una experiencia que quedó trunca y Alcoba utiliza para trascender la autobiografía hacia la biografía de toda una generación y sus ideales.
Diario de una princesa montonera nace de un blog con el mismo nombre, y en la primera novela de Laura hay algunos indicios de la historia que luego fue Los pasajeros del Anna C. ¿Cómo surgen estas novelas?
Mariana Eva Pérez: -Ya había hecho pruebas para escribir sobre este tema en narrativa y no me gustaba lo que quedaba, era muy acartonado. Por eso empecé el blog, que me sacó esa dureza. La interacción con los que lo leían me dio la confianza para seguir escribiendo. Pero fue muy difícil transformarlo en libro, no me terminaba de convencer si el tono que había encontrado, un registro tan coloquial, tan cotidiano, era el tono de una novela. Una traslación literal no era escribir un libro. Tuve que reencontrarme con lo que había escrito, como si hubiera sido un gran borrador.
Laura Alcoba: -En La casa de los conejos había un fragmento en que se mencionaba un viaje a Cuba que habían hecho mis padres. Yo sabía que eso era como la semillita de un libro posible pero que me iba a costar mucho escribir. Al terminar la novela, ya sabía que tenía ese deseo, pero no la posibilidad. La casa ? había sido una vivencia personal. Con Los pasajeros del Anna C. , que es la historia anterior a ésa, necesitaba la intervención de otros. Tiene un trabajo previo muy largo, charlas de horas con mis padres, con Régis Debray, y con otros dos personajes que aparecen en el libro.
-Tu rol es un poco el de investigadora o periodista: dejás constancia de que te dicen tal o cual cosa, registrás las entrevistas.
L. A.: -Me puse en ese papel y al mismo tiempo confronté con una serie de contradicciones, de lagunas y de baches de la memoria que forman parte de la historia. Es una historia que puede parecer autobiográfica, pero para mí no es ése el centro del libro. El disparador sí lo fue: una pregunta tan simple como "¿dónde naciste?" para mí siempre fue complicadísima. Que nací en Cuba yo lo sabía desde muy pequeña, pero formaba parte de todo aquello que no se podía nombrar. Ni siquiera mis padres recuerdan con qué nombre viajé en ese barco. Si bien indago esa pregunta, la novela intenta reconstruir algo que tiene que ver con toda una generación. Por eso la importancia de la charla con Debray. Para mí, fue la última generación lírica, que estaba embarcada en un proyecto épico e internacional.
Los pasajeros ? se abre con un epígrafe de La Cartuja de Parma . ¿Por qué esa referencia?
L. A.: -Mi mamá me había contado la anécdota de haberlo leído entre muchos otros libros, en la fase en que mi papá estaba entrenándose en la selva y ella esperaba en un hotel que llegase el momento de "hacer la revolución", sin saber si iba a participar o no. Hace poco me escribió un periodista que leyó mi novela en francés, un corresponsal en Cuba en esa época, y me dijo que era la primera vez que leía sobre todos esos argentinos que estaban en los hoteles de La Habana esperando la revolución. Mientras revisaba las grabaciones que tenía -creo mucho en el azar- encontré, en un pueblito de Bretaña donde estaba de vacaciones, una vieja edición de La Cartuja ? y recordé a Fabrice del Dongo, que quiere acercarse a Napoleón en plena batalla de Waterloo y siempre está lejos, nunca en el momento ni el lugar donde transcurren los hechos, donde están los héroes, digamos. Con mis personajes que buscan al Che y no lo encuentran, que están y no están cerca, corriéndole detrás, pensé: "Claro, ¡son el personaje de La Cartuja !".
-Ustedes de alguna manera también serían como Fabrice, rondando a sus propios héroes, tratando de llegar a ellos?
M. E. P.: -Me da la sensación de que en estas historias queremos proteger a nuestros padres. Es inevitable sentir a veces un poco de envidia por ese halo romántico que los envuelve respecto de la vida mucho más prosaica que nos tocó a nosotros. No en vano pasó lo que pasó. Hay algo ahí que se cortó, pero no solamente en el nivel histórico, por eso entiendo lo que dice Laura: están envueltos en un halo novelesco, que va más allá de lo político.
-En el Diario ?, la Princesa Montonera escribe: "Volví y soy ficciones". ¿Cómo trabajaron sus historias personales para convertirlas en novela? ¿Encontraron que había un límite entre el testimonio y la ficción?
L. A.: -En mi caso hay algo, el tema de pasar por otro idioma, que ficcionaliza inmediatamente todo. Hablar de los Montoneros en La Plata, años 1975 o 1976, en francés? ya es extraño, ya es un invento. La distancia es inmediata porque es lingüística, pero también que algo escrito sobre ese tema se pueda leer como una novela es una manera de ponerlo a distancia de uno para entregarlo a otro. Para mí la ficción es liberadora, claramente, mientras que la autobiografía pura es una manera de encerrarse. La ficción te alivia.
M. E. P.: -Absolutamente de acuerdo. El origen del Diario ? era no sólo algunas escenas que yo sentía que querían ser contadas, sino también, permanentemente, una reflexión acerca de cómo hablar sobre la cuestión testimonial. Es un tema que me viene generando preguntas desde hace muchos años porque yo identifico el testimonio, por lo menos en la manera en que está estructurado en la Argentina, con algo que te encorseta muy fuertemente: tiene un orden para contar la historia, hay determinadas palabras para usar. Partiendo del humor o de la ironía, se convierte en algo por completo diferente. Para terminar de distanciarme, quería renunciar a la legitimidad que tengo como testigo para contar esta historia.
-¿Por qué renunciar a esa legitimidad?
M. E. P.: -No me interesaba esa vía. La voz testimonial es muy especial, la palabra "testimonial" está muy asociada a la verdad, como si la única forma de hablar de estos temas es que la historia la cuente el protagonista. No sólo quise desmarcarme sino incluso autoinvalidar esa voz. Por eso aparece el tema de la marihuana, referido al olvido, a cierta liviandad necesaria para transcurrir esta historia.
-Hay personas muy cercanas a ustedes involucradas en las historias que cuentan. ¿Hasta qué punto pesó esa mirada en la escritura?
M. E. P.: -Hablo de una experiencia de militancia que hemos compartido con mi abuela y de la que soy muy crítica, pero eso no me impidió escribir esta historia. Me inquieta un poco la recepción dentro de ese mundo que yo llamo el "gueto de los derechos humanos", si se entenderá lo que quise hacer o si se va a tomar como una falta de respeto. Me di cuenta, porque ya lo había percibido por el blog, de que en realidad la gente que no transita por esos espacios es mucho más abierta. En el gueto de la militancia, tal vez su discurso oficial, al igual que el discurso del "estructuralismo testimonial", se vuelve algo que impide pensar mas allá. Hay un discurso muy cristalizado que hace que cueste, como digo en el libro, inventar las propias palabras para hablar de esto, las palabras que le hacen sentido a uno. Es muy difícil lidiar, incluso desde el lenguaje, con esa dimensión fantasmagórica que tiene toda esta historia.
L. A.: -Sin duda. Lo que decís tiene mucho que ver con lo que pienso sobre la necesidad de encontrar las propias palabras, porque la cristalización de la manera de hablar sobre estos temas es muy fuerte. Siempre me preguntan por qué no traduzco yo mis libros al castellano y... porque no. Si bien para mí es esencial esa traducción, porque es casi el destino del libro, yo lo veo desde otro lugar. De vez en cuando afloraban algunas palabras en castellano, en los momentos simbólicamente más fuertes (por ejemplo, la palabra embute), que eran muy difíciles de traducir. Por otro lado, por eso es una novela y la presento así. Yo elegí qué contar de lo que me contaron, no sólo me basé en relatos. Trabajé también sobre todo lo que no encajaba, sobre las contradicciones? preservé una especie de libertad, nadie tiene por qué pedirme que rinda cuentas.
-Hay una nueva generación de escritores y artistas, en la que muchos son hijos de militantes desaparecidos o exiliados en esos años. ¿Hay un nuevo discurso sobre la militancia en los años 70 por parte de esta generación? ¿Se sienten parte de ella?
M. E. P.: -Me interesa mucho lo que está haciendo esta generación. Me parece que, desde un lugar muy legítimo para los demás, nos permitimos violentar aquello que se espera de nosotros. Como cuando los judíos hacen chistes de judíos, bueno, nosotros podemos también. No es casual que muchos de nosotros -escritores como Laura, artistas como Lucila Quieto o María Giuffra, cineastas como Albertina Carri, con la película Los rubios, que marcó un camino- hayamos buscado expresar a través del arte lo que pasa y lo que pasó. Creo que ahí hay algo para entender ciertas razones. Gabriel Gatti, un sociólogo uruguayo cuya familia desapareció en la Argentina, habla de eso, de un grupo de hijos de desaparecidos como si fuera una pequeña avanzada que habla de este tema de otra manera: no intentando reponer el sentido de lo que pasó sino bancándose el agujero y armando una narrativa de la catástrofe. Yo estoy muy de acuerdo con eso. Es mas, diría que el lugar que tenemos es un lugar privilegiado -privilegiado entre muchas comillas, claro- para decir otra cosa. Hay una frasecita que aparece en una parte del libro: que a mí siempre me gustó mi generación. Mi libro está en diálogo con ellos.
L. A.: -A mí uno de los trabajos que más me impactaron es el de Félix Bruzzone, que me parece de una libertad que renueva con mucha energía la manera de hablar de todo esto. Tengo la impresión de que la generación que vivió directamente esa época tiene una retórica que cae en una crítica o una autojustificación. Y que las nuevas generaciones, nosotros, tenemos una libertad muy interesante.
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