"La ficción es la mejor democracia"
Una novela polífónica sobre la ciudad de Nueva York, Que el vasto mundo siga girando , obtuvo el último National Book Award en Estados Unidos. Su autor, el irlandés Colum McCann, habla del libro, que en estos días llega al país, y de su modo de entender el oficio de escribir historias
En la mañana del 7 de agosto de 1974, un hombre se largó a caminar por un cable de acero que unía las recién construidas Torres Gemelas. A más de 400 metros de altura, avanzaba sobre el vacío con la mirada clavada en la meta y una vara oscilante de unos ocho metros de largo en las manos. Su paseo por las nubes duró más de 40 minutos. Los neoyorquinos que pasaban por allí y alzaron la vista lo vieron, hechizados, ensayar unos pasos de baile sobre el cable. Philippe Petit, el insólito equilibrista, era entonces un francés flaco y angélico de 24 años que, después de ser detenido por la policía, esquivaría los cargos gracias la repercusión mediática de su hazaña y a la admiración incondicional que despertó en la gente.
Aunque no menciona su nombre, la figura del artista que juega sobre el cable tendido entre las dos torres es el motivo recurrente de Que el vasto mundo siga girando (RBA - Del Nuevo Extremo), la última novela del irlandés Colum McCann, que en noviembre pasado se alzó con el National Book Award estadounidense y que en estos días llega a las librerías del país. Sin embargo, lo que en verdad le importa a este escritor nacido en Dublín pero afincado en Nueva York es lo que hay debajo: los hombres y mujeres anónimos que se pierden en la multitud y en el fragor de la ciudad. Toda la acción de la novela se concentra en aquel 7 de agosto de 1974 en que Petit (que narró su temeraria travesura en Alcanzar las nubes , publicado en 2002) desafió las alturas. Un día en la vida. Mejor, un día en la vida de un puñado de vidas, existencias de lo más disímiles que se entrelazarán o se tocarán entre sí para reflejar el latido incesante de la metrópolis, pero sobre todo la fragilidad de la condición humana. Precisamente, estos destinos se encuentran a partir de esa fragilidad.
La presencia de las Torres Gemelas no es gratuita. Mientras escribía la novela, McCann tenía en la mente el atentado al World Trade Center del 11 de septiembre de 2001. Los aviones incrustados en las torres. A su modo muy particular, el libro integra -junto con El hombre del salto , de Don DeLillo; Terrorista , de John Updike y muchos otros- ese género que no deja de crecer: las novelas del 11-S. ¿Cómo es posible hablar de aquel ataque demencial en una historia que transcurre más de 25 años antes del atentado? Bueno, para eso está la literatura.
La novela se abre con la historia de Corrigan, un joven monje irlandés que a principios de los años 70 se establece en el Bronx casi en la indigencia y vive entre prostitutas a las que ayuda y protege. Especie de san Francisco rebelde y sin sosiego, Corrigan lleva al lector hasta Tillie y Jazzlin, madre e hija que hacen la calle frente al ruinoso edificio donde vive el monje. De allí, el foco pasa al lujoso Upper East Side, donde Claire Soderberg se reúne con otras madres que, como ella, han perdido a un hijo en la guerra de Vietnam. En otro capítulo, Lara, una joven pintora, trata de torcer el rumbo de su vida tras una etapa de sexo y drogas en el ambiente fashion de ciertas galerías neoyorquinas. Alternando la primera persona con la tercera, combinando ironía y humor con una mirada compasiva hacia sus criaturas, McCann se las arregla para sumar nuevas historias mientras un hilo invisible las va uniendo a todas. Y aún a riesgo de que lo acusen de sentimental, se juega como el romántico confeso que es y alcanza alturas que llevaron a The New York Times a calificar el libro de tour de force emocional. "Una de las novelas más electrizantes y profundas que he leído en años", dijo el crítico de ese diario.
Que el vasto mundo siga girando (el título está tomado de un poema de Alfred Tennyson) es la quinta novela de McCann, un autor que creció leyendo a Jack Kerouac, Allen Ginsberg y Richard Brautigan, y que después de estudiar y ejercer el periodismo dejó Irlanda a los 21 años para viajar por Estados Unidos y hacerse escritor. Se compró una vieja máquina de escribir y un rollo de papel, para emular a Kerouac, y se dispuso a escribir la "gran novela irlandesa-americana", pero nunca pudo ir más allá de un puñado de párrafos. Quizás ahora, casi un cuarto de siglo después, lo haya conseguido. Hoy trabaja codo a codo con J. J. Abrams, creador de la exitosa serie Lost , en un guión para llevar su premiada novela al cine. A eso atribuí la respuesta automática que recibí después de haberle remitido algunas preguntas a su dirección de correo electrónico. En ella explicaba que estaba entregado a un nuevo proyecto y que por el momento no podía responder e-mails . McCann era ahora un hombre ocupado. Sin embargo, cuatro días más tarde me sorprendió un e-mail suyo con las respuestas que siguen, antecedidas por un sintético "Ojalá que esto sirva".
-¿Cuál fue la primera imagen que tenía en mente antes de empezar a escribir?
-La primera imagen que tuve fue la del equilibrista. Casi siempre empiezo a escribir con una imagen en lugar de una idea. En 2001, poco después de que las Torres Gemelas cayeran, me acordé del paseo por las nubes de Petit. Había leído sobre él en El cuaderno verde , de Paul Auster. Y quise escribir sobre eso de inmediato. Como estaba trabajando en otra novela, puse la idea en el cajón, escondida en las regiones más profundas de mi imaginación. Pero volvía a ella. Era como una vieja herida. Tenía una necesidad profunda de escribir acerca de los ataques a las torres. Sin embargo, sabía que no quería escribir directamente sobre el 11-S, sino trabajar en un nivel más poético. La pregunta que quería plantear era: ¿Cómo nos recuperamos? ¿Cómo superamos esto? ¿Cómo encontramos, en medio de todo el ruido y de la guerra, un pequeño momento de gracia? Tiendo a pensar en imágenes. Escribo a partir de imágenes que me conmueven. En cierto sentido, me veo como un fotógrafo que usa palabras.
-¿Cómo trabajó en la construcción de los personajes, tan distintos entre sí?
-Durante años he querido escribir sobre un sacerdote o un monje obrero, un santo deslustrado. El personaje de Corrigan me abrió el libro entero y me "presentó" a los demás personajes. Fue mi guía a través de la novela. Corrigan era el mecanismo de liberación, mientras que Petit y su paseo por la cuerda eran la metáfora. Pero Petit no me importaba tanto, realmente. El alma de la novela son los otros personajes. Investigué mucho para construirlos, para mí la investigación es una alegría. Me obliga a sacar el trasero de la silla y salir al mundo real.
-¿Cómo se las arregló para entrelazar tan naturalmente esas vidas?
-Bueno, mientras escribía estaba esperando que se fueran uniendo como en una pintura. No tenía un plan específico, pero tenía un deseo... Quería mostrar la interconectividad y la posibilidad de gracia.
-A pesar del mal y del dolor, en la vida cotidiana que describe la novela parecería que es el amor (humano, imperfecto) el que hace girar el mundo. ¿Está de acuerdo?
-Totalmente de acuerdo. Son los pequeños momentos y la pequeña posibilidad de esperanza los que nos dan luz y nos permiten seguir adelante. No hay oscuridad sin luz y viceversa. Una restablece a la otra.
-La otra cara del amor puede ser la pérdida. Y hay grandes pérdidas en la novela. ¿Es posible recuperarse de ellas?
-Creo que tenemos que hacerlo. Hace apenas dos horas escribí un responso por el padre de un amigo. Entre otras cosas, apunté: "En esencia, las cosas permanecen como han sido. La vieja vida permanece. El viejo afecto permanece. Los viejos lugares permanecen. Los viejos nombres permanecen. Son mencionados con afecto. En la pena renovamos nuestras vidas. En el dolor nos preparamos para el retorno de la alegría".
-¿Escribió la novela con el 11-S en mente?
-Sí, por supuesto, yo sabía que estaba escribiendo una novela del 11-S. Pero era una respuesta emocional, más que intelectual. Y el hecho de que toda la historia ocurriera más de treinta años atrás era perfecto. La podía apoyar sobre el presente, como un papel de calcar, y dejar que el lector decidiera. Vietnam sustituye a Irak y Nixon, a Bush. Si el lector quiere que sea sólo una novela de 1974, está bien. Pero para mí es una novela del 11-S, y esto no es accidental. Esencialmente, estoy interesado en el pasado y en la forma en que afecta el lugar donde estamos hoy y la forma en que seguimos adelante.
-¿La gente en Nueva York se recuperó del 11-S?
-Creo que nos hemos recuperado. Los únicos que van hasta la zona del World Trade Center son los turistas y los políticos. Los vecinos comunes de Nueva York han seguido adelante. Esto no quiere decir que hayan olvidado, sino que perduran.
-¿Tenía en mente otros autores o libros mientras escribía? La novela me recordó En una piel de león, de Michael Ondaatje. No tanto la historia o el estilo, sino la forma en que refleja la vida de una ciudad. En el caso de Ondaatje, Toronto.
-¡Me encanta Ondaatje! Es uno de mis héroes. Y también estaba pensando en Submundo , de Don DeLillo.
-¿Cuáles son los escritores de los que ha aprendido?
-Todos. Obtenemos nuestra voz de las voces de los otros. Las que más sonaban en mi oído cuando era joven eran las de Joyce, Steinbeck y Kerouac. Un extraño trío, supongo. Ahora amo a Ondaatje, DeLillo, John Berger y otros. Pero simplemente amo leer buenos libros. Me cargan de energía. Me dan una nueva voz. También leo mucha poesía.
-¿Por qué dejó Irlanda y se instaló en Nueva York?
-Me fui de Irlanda por curiosidad. Y terminé en Nueva York después de una década aventurera que empezó a mis 20 años. Anduve en bicicleta a través de Estados Unidos, trabajé como guía de zonas salvajes junto con delincuentes juveniles y después viví en Japón. Mi esposa es de Nueva York. Nos mudamos aquí a mediados de los años 90. Y me encanta la ciudad.
-¿Cómo va el proyecto de adaptar la novela para el cine junto con J. J. Adams?
-Estamos trabajando en eso en este momento. Espero que llegue a hacerse. Veremos... cruzo los dedos.
-¿Por qué escribe ficción?
-Escribo ficción por una necesidad profunda de comprometerme con el mundo, emocional y socialmente. Escribo porque quiero quitarme de encima las chispas. El arte es una forma de entretenimiento, claro, pero es también una forma de legislar la historia. El escritor de ficción se convierte en el historiador de los anónimos. Debemos contar las historias que los otros quieren dejar detrás, la historia que no se ha contado. Esto puede resultar fuera de moda, y puedo parecer un tonto, pero, ¿y qué? Prefiero morir con el corazón en un puño que como un viejo tonto gimiendo en un rincón. Creo en la posibilidad de contar historias. Creo que las historias son la expresión más acabada de la democracia.
© LA NACION
adnMCCANN
Un auténtico narrador
Colum McCann nació en Dublín en 1965. Estudió periodismo y trabajó en la prensa irlandesa. Hoy vive en Nueva York con su esposa y tres hijos. Escribió dos libros de relatos, El país donde todo debe morir y Fishing the Sloe-Black River, y cinco novelas, entre ellas, Este lado de la luz (2003) y Zoli (2007). Obtuvo el National Book Award con Que el vasto mundo siga girando