La felicidad del lector
Cuando éramos jóvenes, lejos ya de aquella vieja superstición según la cual la novela de género no era literatura de calidad, los muchachos de mi generación caminábamos por la añeja avenida Corrientes buscando completar, en las mesas de saldos, una colección canónica: El Club del Misterio, que en versión popular, con dibujos y forma de viejo folletín revistero, constituía acaso el más serio intento por generar una suerte de biblioteca universal sobre el género de Poe, Conan Doyle, Hammett y Chandler. Esa colección concebida en España por Bruguera fue para nosotros lo que El Séptimo Círculo significó para las generaciones anteriores.
Me recuerdo a mí mismo leyendo vorazmente aquel mundo de detectives, venenos, puñaladas, disparos, trampas, nieblas y rubias letales. Y recuerdo también cómo destacaban, entre tantos libros ingleses, franceses, italianos y norteamericanos, dos verdaderas joyas exóticas: un libro argentino y uno sueco.
El libro argentino era Seis problemas para don Isidro Parodi , de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Y el sueco era Roseanne , un misterio apasionante y brillantemente construido que firmaban dos periodistas: Maj Sjöwall y Per Wahlöö. Marido y mujer crearon al humanístico e hiperrealista inspector Martin Beck, que resolvía casos de profunda significación social.
Por eso es que no resulta sorprendente que el más serio e interesante escritor de policiales de la actualidad haya nacido igualmente en Estocolmo: Henning Mankell es el heredero confeso de Sjöwall y Wahlöö, y su inspector Kurt Wallander debe muchísimo a Beck. Hay una tradición policial en Suecia, por exótico que esto parezca. Mankell no nació de un repollo: es el resultado de esa tradición. Muchos lo consideran, hoy por hoy, el Chandler de nuestra época. Como todo gran escritor del género, Mankell escribe novelas que son "mucho" más que policiales. Así como hay que ser mucho más que un periodista para ser un gran periodista, hay que ser también mucho más que un novelista policial para escribir novelas policiales geniales.
Mankell lo ha logrado, y lo ha hecho siguiendo a sus padres literarios en la idea de que el crimen, en tanto hecho dramático individual y a la vez colectivo, en tanto síntoma teatral, permite desnudar lo que verdaderamente ocurre en los intersticios de las sociedades modernas.
Existen, con matices, espejos de este fenómeno literario en otros países, como en Italia, donde Andrea Camilleri y su comisario Montalbano, imponen una tendencia. También en la Argentina, donde hay una especie de neo-policial escrito por narradores que ni siquiera pretenden ser novelistas de género.
La producción de tapa de este número de adn CULTURA está dedicada entonces al rey de la nueva novela policial y al regreso de un género noble que nunca se fue. Un género que nos recuerda siempre la felicidad.
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