La falta de conocimiento del idioma español no fue un impedimento para que el reconocido letrado chino Lin Shu se abocara a la monumental tarea de traducir la obra a la lengua china
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¿Inglés? Ni una palabra ¿Español? Menos... ¿Mandarín clásico? Excelente. ¿Energía y entusiasmo? A borbotones.
La falta de conocimiento del idioma español —así como de cualquier otra lengua occidental— no fue un impedimento para que el reconocido letrado chino Lin Shu se abocara a la monumental tarea de traducir “El ingenioso hildago don Quijote de la Mancha” a la lengua china.
Con la ayuda de su amigo Chen Jialin, quien había leído un ya distorsionado texto en inglés y se lo relataba pacientemente en baihua, el mandarín coloquial, Lin Shu se puso manos a la obra.
Y así, en 1922, nació la primera traducción al chino de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra.
Encerrado junto a su colaborador en su estudio, el activo septuagenario escribía en una mesa mientras pintaba en otra, dando rienda suelta en simultáneo a sus dos grandes pasiones.
Su objetivo era dar a conocer las grandes obras de la literatura de Occidente, que hasta principios del siglo XX solo eran accesibles para las élites intelectuales que tenían conocimientos de otras lenguas y la posibilidad de viajar al extranjero.
Publicado bajo el título “Historia del caballero encantado”, el libro fue inicialmente un éxito: en menos de 10 años la editorial llegó a imprimir otras dos ediciones.
Y hoy, en una nueva vuelta de tuerca, el libro de Lin Shu se tradujo al español y fue recientemente presentado por el Instituto Cervantes, el organismo público que tiene como objetivo la promoción y enseñanza de la lengua española y la difusión de la cultura de España y Latinoamérica.
De amo y criado a maestro y discípulo
Alicia Relinque, sinóloga Universidad de Granada, España, y autora de la traducción, recuerda que se llevó una sorpresa al encontrarse con el texto de Lin Shu.
“Lo que más me sorprendió es que se pareciera tanto al Quijote original”, le dice a BBC Mundo.
“Todos esperábamos que fuera muy diferente, que hubiera tomado sencillamente al personaje de don Quijote como excusa, que hubiera puesto alguna que otra cosa más, como lo de los molinos de viento, pero no que fuera tan fiel a lo que son las historias: todas las pequeñas subtramas a lo largo de la novela, todas están allí”.
Es en los detalles, las descripciones, el lenguaje, el carácter de los personajes y sus vínculos donde empiezan a asomarse las diferencias, y donde queda plasmada la idiosincrasia china.
“(En la versión china) Don Quijote es en ocasiones un personaje ridículo, como en el libro de Cervantes, pero es más digno”, señala la académica.
“Es un hombre vencido, melancólico pero no grotesco, inteligente, cultivado, generoso y muy apegado al pasado (algo muy reverenciado en China) que no sabe enfrentarse al mundo que tiene ante sí y por eso se deja llevar a esa especie de locura”.
De algún modo, “Lin shu es un poco menos cruel con don Quijote”, reflexiona Relinque.
Una diferencia sustancial, que posiblemente se deriva de un error de traducción, radica en el vínculo entre don Quijote y Sancho Panza.
Las traducciones inglesas utilizan la palabra master, que en ese idioma puede ser amo pero también maestro.
“Eso inmediatamente lo llevaron al terreno de maestro-discípulo, algo muy confuciano, propio de la tradición china, y así Sancho se convierte en un discípulo que quiere aprender de su maestro” (a diferencia del rol de criado que asume en la versión original de Cervantes), apunta la traductora.
Ni cura ni Dios
Otra diferencia importante ligada a un error de traducción es que uno de los amigos del caballero andante, que en la novela española es un cura, en la china se transforma en médico.
“Una de las versiones inglesas traduce cura como curate y el amigo de Lin Shu lo interpretó como ‘alguien que curaba’, y entonces desde un principio llaman al personaje ‘el médico’”, comenta la sinóloga.
“La posición de superioridad moral del cura en el Quijote de Lin Shu ya no es superioridad moral, sino que proviene de un médico, que se supone que es un intelectual, un ser más racional”.
El resto no son tanto errores como omisiones (desaparece el prefacio así como la palabra Dios y toda referencia a la religión), transformaciones sutiles (Rocinante se convierte en un caballo veloz), inclusiones de neologismos (como la palabra revolución, tomada del japonés) y comentarios de cosecha propia que acercan la historia a la cultura china (las mujeres huelen a flor de loto, hay versos populares —pero que se acercan al sentido original de la propuesta de Cervantes— así como expresiones típicas de la cortesía china).
“Es una forma de domesticar la historia que sigue siendo la del Quijote, y que nos permite entender la China de ese momento”, asegura Relinque.
“Fábrica de escritura”
Aunque en la actualidad pueda parecernos una aberración que una persona, por más culta y letrada que sea, traduzca una obra escrita en una lengua que desconoce, esta modalidad de trabajo era habitual en la China de fines del siglo XIX y principios del XX.
“Eran muy pocos los que podían traducir directamente de una lengua extranjera y luego escribir en buen chino”, le explica a BBC Mundo Michael Gibbs Hill, director de estudios chinos del College of William and Mary, en Virginia, Estados Unidos, y autor de Lin Shu, Inc.: Translation and the Making of Modern Chinese Culture (“Lin Shu, inc.: la traducción y la creación de la cultura moderna china”).
“Por ello, Lin Shu adoptó una práctica muy utilizada por muchos traductores de la época que consistía en colaborar con al menos una persona entrenada en la lengua en cuestión”, dice.
Este modelo de producción demostró ser muy eficiente.
“Él operaba lo que sus colegas y contemporáneos llamaban ‘fábrica de escritura’, ya que en un período de 20 años Lin Shu publicó cerca de 180 libros en lengua extranjera con 20 colaboradores diferentes”, señala Gibbs Hill.
Esto significa que, en algunos años, produjo hasta 20 libros. Aunque es posible que no los tradujera todos de cero sino que hubiera trabajado sobre borradores previamente producidos por sus colaboradores, corrigiéndolos.
Gracias a su labor, autores como Dickens, Tolstoi o Beecher Stowe (autora de “La cabaña del tío Tom”), llegaron a manos de los lectores chinos.
Mientras que algunos de estos libros son traducciones relativamente fieles como la del Quijote, otras contienen cambios son más deliberados.
En su popular traducción de “Oliver Twitst”, de Charles Dickens, por ejemplo, Lin shu “enfatiza la parte que ofrece un panorama muy negativo de Inglaterra”, dice el académico.
“No porque quisiera que sus lectores pensaran mal de Inglaterra, sino porque quería mostrar que la literatura puede cambiar la sociedad revelando sus fallas”.
“Archiconservador”
Si bien muchos intelectuales jóvenes leyeron las traducciones de Lin Shu, muchos más tarde se volvieron en su contra.
Lo consideraban un autor demasiado comercial (él trabajó en textos publicitarios, además de literarios), y despreciaban que utilizara en el lenguaje clásico en sus traducciones.
“Era archiconservador para el los jóvenes”, señala Gibbs Hill.
Las críticas sin embargo le dieron publicidad a su traducción del Quijote, que se leyó mucho.
Luego fueron apareciendo otras traducciones que completaron el trabajo de Lin Shu (él solo tradujo la primera parte de los dos tomos que escribió Cervantes) que se consideraron mejores, dice Relinque, quien sostiene que la versión de Lin Shu sigue siendo muy valiosa.
“Aunque no tiene ni punto de comparación con el original, me parece que Lin shu escribía muy bien. Me gusta mucho su estilo, en chino clásico”.
“Su prosa clásica era muy elegante”, reconoce Gibbs Hill.
Para quien le interese la literatura comparada, la lingüística, y el proceso de traducción, la obra, la última de las grandes que Lin Shu tradujo antes de morir, “es un verdadero tesoro”, concluye Relinque.
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