La experiencia de la pasión
EL PASADO Por Alan Pauls-(Anagrama)-551 páginas-($35)
Ganadora por unanimidad del Premio Herralde de Novela, El pasado es, ante todo, la confirmación de que Alan Pauls es un excelente escritor. Además de su reconocida labor como crítico literario y de su admirable pericia como lector, Pauls posee la habilidad de detectar en los hechos cotidianos las señales contundentes de la experiencia de las pasiones. En El pasado, esas señales son imborrables y cargan consigo, tras su apariencia trivial, la evidencia de que el amor es un poderoso dotador de sentido, un ilusorio, enfermizo y redentor constructor de mundo.
La extensión de la novela (quinientas cincuenta páginas), el lapso de tiempo que abarca (unos veinte años), la fina sensibilidad del autor y la precisión de su prosa convierten a El pasado en un bellísimo tratado contemporáneo sobre el amor, exento por completo de las vulgarizaciones románticas que habitan otros discursos. El centro del relato lo ocupa la pregunta sobre qué sucede cuando un amor parece haber concluido, cuando una pareja de doce años de relación, iniciada en la adolescencia, decide separarse. Rímini y Sofía, los protagonistas, han vivido un amor pleno, admirado y criticado en partes iguales por su particular fortaleza. En palabras del narrador, ellos "vivían en ese más allá donde viven los que tienen la impresión de participar de una experiencia única, o vivían la experiencia única que viven los que tienen la impresión de participar de un más allá que para la mayoría de los mortales es inaccesible." Pero un día, ese universo amoroso simula quebrarse y, tras la separación, la densidad de ese pasado emerge por todas partes para boicotear, de formas extrañas, la sola idea de una "vida nueva". Marcados como en un bautismo e imposibilitados de entregarse por completo a otros amores mundanos, Rímini y Sofía van cayendo, cada uno a su modo, en su propia decadencia.
Si bien la novela abarca muchos años, los capítulos se centran en aquellos episodios de la trunca vida nueva de Rímini en los cuales el pasado con Sofía retorna. Desde la separación hasta el fin del libro, Rímini, de profesión traductor, se involucra con una mujer más joven y consume cocaína compulsivamente; se casa luego con una colega y tiene un hijo; sufre un "Alzheimer lingüístico" y olvida por completo las lenguas extranjeras; se deja rescatar de la debacle por un personal trainer y se convierte en un atractivo profesor de tenis; tiene un romance con una mujer mayor y conoce al grupo de Mujeres que Aman Demasiado. Pero detrás de todas estas historias, escondida como un temor, un delirio o un deseo, acecha la posibilidad de una tragedia. Rímini padece en carne propia, vulnerable siempre, la inminencia de la aparición de Sofía, quien se las arregla para reaparecer en su vida. Así, la mayoría de los capítulos están cargados de una eterna amenaza: el retorno de un espectro, de una mujer-zombi, que confronta a Rímini con un amor que no se ha terminado, sino que se ha transformado locamente. Sin embargo, la tragedia tan temida nunca se consuma, porque ese amor que no tiene nada que ver "con la efusión, ni con la sensibilidad, ni con el carácter envolvente de los sentimientos, y todo, en cambio, con la precisión, la economía y una facultad antigua llamada puntería", ya no puede "abrazar", sino "herir", "clavarse", y por ende, fluir sólo en un lento "desangrarse".
La inminencia de una tragedia (la reaparición de Sofía) es lo que digita el orden interno de los capítulos y el avance de la narración. Aquellas desgracias más concretas de la novela, como la muerte de una novia o la pérdida de un hijo, pierden densidad ante la omnipresencia de un pasado que esclaviza el sentido del presente. Sólo los relatos intercalados de otros personajes, como la tortuosa historia del pintor Riltse o la muerte de la señorita Sanz, arman el verdadero contrapunto entre lo claustrofóbico del pasado y el mundo exterior, porque en ellos se hace manifiesto un estallido pasional que en los protagonistas cobra la forma de una muerte lenta.
Esta tensión, no obstante, cede lugar en los últimos capítulos a episodios delirantes, casi grotescos, que se alejan del tono de la primera parte del libro. En ellos se asiste a dos actos de abandono: el del propio Rímini, quien se entrega pasivamente a los sucesos delirantes de su vida, y el del autor, quien desvía el flujo controlado de su novela hacia episodios más alocados, carentes sin embargo de la maravillosa intensidad de gran parte de la novela. Esta intensidad radica, en buena medida, en el protagonismo que cobra el lenguaje literario de Pauls. Sus frases extensas y su sintaxis compleja escarban con exhaustividad la percepción subjetiva, la mecánica de los recuerdos, las sensaciones corporales, el constante estado de alerta. Le dan entidad narrativa a episodios y sensaciones que se esconden en la cotidianidad. Hacia los últimos capítulos, la profundidad a la que ha llegado ese lenguaje parece buscar un respiro en lo argumental, en la seguidilla de anécdotas que se desvían de la historia central y que ya no necesitan del buceo por la conciencia.
Lejos de una voluntad compensatoria y afirmativa, lúcida en el extrañamiento y la hipérbole a los que Pauls somete al amor visto como "mundo", El pasado es, también, una novela sobre la percepción del tiempo y sobre los recuerdos. Sus primeros títulos tentativos ("Ex", "La vida nueva", "La mujer-zombi") cedieron lugar a esa dimensión de la experiencia cuyos límites se confunden. Con mirada microscópica, haciendo uso de sutiles metáforas o desviando su historia hacia el delirio, Pauls tensiona el paso del tiempo e inventa individuos que luchan por no ahogarse en el desquicio de esa temporalidad.