La estatua de San Martín: olvidos, apuros y confusiones históricas
La misma plaza donde el general San Martín quedó inmovilizado en el bronce fue testigo de su esfuerzo para formar el célebre regimiento de Granaderos a Caballo.
El lugar había sido sede de la Compañía de Guinea, primero, y de la Compañía del Mar del Sur, más tarde, ambas empresas dedicadas al tráfico de esclavos. Hacia 1801 se construyó allí la plaza de toros del Retiro, amplio predio que podía albergar hasta 10.000 espectadores. No solo fue testigo del coraje de toreros y picadores, sino de las tropas porteñas que resistieron el embate de los invasores ingleses. Allí dejó la vida el capitán Lasala, en cumplimiento de su deber.
Este Campo de la Gloria, llamado así por el coraje de los defensores porteños, pasó a ser Campo de Marte, al disponerse las tareas de adiestramiento de los bizarros Granaderos. La plaza de toros servía de caballeriza del regimiento.
Después del bautismo de fuego en San Lorenzo, a las puertas del regimiento se colocó un recordatorio al sargento Cabral, que no tenía tal cargo al momento de su muerte gloriosa y pocos recuerdan que, además, era negro.
Años más tarde don Juan Manuel de Rosas usó los cuarteles del Retiro para asentar a sus Colorados del Monte y al Batallón Restaurador, al mismo tiempo que San Martín sufría en Francia los avatares revolucionarios que agitaban a París. En busca de seguridad decidió trasladarse a Boulogne Sur Mer, pero el 17 de agosto de 1850, a las tres de la tarde, falleció el Libertador, víctima de un tumor gástrico. Su cuerpo fue embalsamado, en vistas a una pronta repatriación que demoró treinta años.
Menos tiempo transcurrió para honrar su memoria en el bronce, aunque lamentablemente la iniciativa no nació en Buenos Aires, sino en Chile. Benjamín Vicuña Mackenna fue quien propuso realizar un homenaje escultórico al Libertador y a tal fin partió hacia París, donde contrató a Louis Joseph Daumas. Los porteños, consternados por el ingrato olvido, conformaron prontamente una comisión presidida por Joaquín Cazón y Leonardo Pereyra. Para ahorrar tiempo, recurrieron al mismo escultor y le solicitaron una copia de la obra encargada por nuestros hermanos chilenos. Lo curioso del caso es que el monumento argentino fue inaugurado antes (el 13 de julio de 1862) que la obra chilena (5 de abril de 1863, 45° aniversario de la batalla de Maipú).
La diferencia entre ambos monumentos se reduce a dos aspectos. En la obra chilena la cola del caballo apoya sobre el plinto, para darle otro punto de apoyo en una ciudad como la de Santiago, sacudida por movimientos sísmicos.
En la estatua porteña, San Martín fue representado sin la bandera y en la misma posición que la litografía de Theodore Gericault, que lo muestra durante la batalla de Chacabuco, cuando ordena a la reserva salvar a O’Higgins de su temeraria carga.
El escultor usó el retrato realizado por la nieta del general, Mercedes Balcarce, para reproducir sus rasgos.
Originalmente, la obra fue colocada sobre una base de mampostería, revestida de mármol blanco y rodeada de rejas, frente a la curva que aún persiste, continuación de la antigua traza de la plaza de toros.
Alrededor de este monumento cayeron cientos de argentinos que salieron a la calle a repudiar el gobierno de Juárez Celman durante la Revolución de 1890.
Buenos Aires crecía en esplendores y pronto el monumento del gran capitán quedó empequeñecido ante otras muchas obras que adornaban la ciudad.
La celebración del Centenario era una magnífica oportunidad para enaltecer la gesta libertadora y de los ejércitos de la Independencia. Un concurso internacional consagró como ganador al proyecto de Gustave Eberlein, sólido academicista, escultor favorito de la corte del kaiser Guillermo II, cuyo espíritu germano impregna su obra.
La comisión del Centenario decidió aunar proyectos. Por un lado, embellecer el austero basamento de la obra de Daumas, y por otro, cumplir la ley que proponía levantar en la Plaza del Retiro un Monumento a los Ejércitos de la Independencia. El monumento debía ser entregado en los primeros días de 1910, y con granito europeo, ya que las canteras nacionales no se comprometían a entregar a tiempo el material.
Como Eberlein trabajó en Alemania, se comisionó al embajador en Berlín para supervisar las tareas. Éste pronto se vio desbordado y requirió la asistencia de un artista argentino como asesor. A tal fin fue comisionado Ernesto De la Cárcova.
En enero de 1910, De la Cárcova tuvo oportunidad de visitar el taller del autor y encontró a la obra muy avanzada, pero verificó que algunos detalles no respondían a la tradición histórica. Sin embargo, prefirió la puntualidad a la precisión y así Eberlein pudo entregar la obra a tiempo.
El monumento llegó el 11 de abril de 1910, y fue inaugurado el 27 mayo del mismo año. Fue una de las pocas obras encomendadas entregadas con puntualidad sajona. En la cara frontal de la base que soportaría al monumento ecuestre, Eberlein había propuesto representar a Minerva, aunque, la comisión consideró mas apropiado colocar a Marte, que en este caso luce innegables aires teutónicos, por lo que no resulta inapropiado decir que es Odín quien sostiene al cóndor con su pierna izquierda.
Rodean al bloque principal cuatro grupos escultóricos con elementos alegóricos. Son la Partida, la Batalla, la Victoria y por último, el Regreso. Como la comisión no hizo ningún tipo de indicación, existen algunas inexactitudes. Por ejemplo, los soldados lucen uniformes europeos como los utilizados por las tropas napoleónicas, que si bien inspiraron algunos de los uniformes nacionales, no son iguales a los que vistieron nuestros soldados de la independencia, además de que sólo retratan a los soldados blancos, y no a los indígenas y negros que conformaron el Ejército de los Andes.
También se ven infantes con polainas, que no usaban nuestros sufridos guerreros, al igual que coraceros con cascos franceses que llegaron a estas tierras años más tarde.
Curiosos resultan además los cuatro bajorrelieves sobre los lados del pedestal, ya que solo dos representan una acción donde San Martín tuvo participación directa, a saber, el cruce de los Andes y la proclamación de la independencia del Perú. Justamente sobre este tema, Ernesto de la Cárcova pudo introducir algunas modificaciones, ya que la obra de Eberlein tenía groseros errores históricos.
Que se haya incluido la toma de Montevideo, efectuada por Carlos María de Alvear, por entonces enemistado con San Martín, resulta paradójico. La toma de Montevideo fue una de las grandes victorias estratégicas de las guerras de la Independencia. Al privar al ejército español de una base operativa en el Río de la Plata, la expedición de Morillo decidió desviar su curso y utilizar los 16.000 veteranos peninsulares para hacerle la vida imposible a Bolívar en Venezuela.
Por último, el bajorrelieve de la batalla de Salta se llamó originalmente batalla de Tacuarí. Resultaba curioso que se recordase una derrota que le costó una corte marcial al general Belgrano. La comisión, a instancias de Schiaffino, revisó el tema y le envió un veredicto poco favorable a Eberlein. Éste se defendió diciendo que no era Tacuarí, sino la batalla de Salta. Las cosas no mejoraron, ya que la ilustración tampoco coincide con el hecho histórico. Por ejemplo, Belgrano abrazó al general Pío Tristán delante de las tropas formadas, y no de a caballo como se lo ve en el bajorrelieve. Como el tiempo escaseaba y urgía entregar la obra, la comisión aceptó esta inexactitud, que aún hoy pasa desapercibida a los miles de argentinos que visitan este monumento.
La obra fue inaugurada por el presidente Figueroa Alcorta y el presidente de Chile en la fecha convenida. En oportunidad de su primera inauguración, el presidente Mitre había dicho: "También le debemos al general San Martín un monumento más duradero que la estatua que vamos a inaugurar. Le debemos la organización y la consolidación de la República Argentina". A casi 150 años de estas palabras, la deuda persiste.
*Historiador y autor del sitio Historia Hoy
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