La espera, creadora de ensueños
Con los años, los recuerdos de las lecturas se enzarzan entre ellos hasta formar una especie de selva donde se desarrolla la fantasía propia y autónoma del lector. Vi en YouTube hace unos días una película que buscaba desde hacía tiempo, Los caprichos de un río (1996), cuyo protagonista, guionista, encargado de los diálogos y director, era el escritor y gran actor Bernard Giraudeau (1947-2010), uno de los galanes franceses de mayor éxito en las décadas de 1970 a 1990. Con la dirección de Ettore Scola, hizo una interpretación notable del capitán Giorgio Bacchetti en Pasión de amor, basada en la novela Fosca, de Ugo Tarchetti. Era, por otra parte, un hombre muy culto y amante de la música. En el transcurso de la narración asocié el argumento y el espíritu de Los caprichos de un río con Zama, de Antonio Di Benedetto, y Una novela china (1981), de César Aira.
El guion de Giraudeau se basaba en su novela homónima. La historia contada en el libro y en la pantalla adaptaba muy libremente el Diario del caballero de Boufflers, una obra del escritor Stanislas de Boufflers (1738-1815), que fue gobernador de Senegal gracias a la influencia de su nobilísimo tío el príncipe de Beauvau. En su primer viaje de regreso a Francia, para congraciarse con la reina María Antonieta, el funcionario colonial le llevó de regalo un papagayo, que fue el asombro de la corte y compitió en interés y curiosidad con la moda de los petits indiens iniciada cuando Luis XV le compró un niño de Bengala a un traficante de esclavos. El monarca se lo regaló a madame Dubarry, que lo liberó y lo hizo educar, y con el tiempo el chico se convirtió en un joven revolucionario que haría todo lo posible para llevarla a la guillotina. En su segundo regreso a Francia, De Boufflers le obsequió un indien negro, Jean-Amilcar, a María Antonieta; por suerte, era pacífico.
Giraudeau partió de esa historia para crear la suya en la que Boufflers se convirtió en el gobernador Boufflers, caído en desgracia en la corte, partidario de la Ilustración, que tocaba muy bien la espineta. Ya en Senegal, el caballero adoptó a una niña negra, de ojos inteligentes, que había mostrado interés por el sonido de aquel instrumento. Boufflers se puso a esperar que pasara el tiempo, que volviera a ser visto con buenos ojos por los reyes y pudiera regresar a Francia; entre tanto, se consagró con profunda ternura y respeto a la educación de la niña. Su espera se parece a la del protagonista de la novela Zama (1956), de Antonio Di Benedetto. Diego de Zama, asesor letrado de una gobernación perdida del Virreinato del Río de la Plata, tras pedir su traslado a Buenos Aires y, lo más deseado, a España, se distrae con lo que puede; pero lo más importante en su existencia es la infinita espera del nuevo nombramiento en la que se le va la vida.
Boufllers moldea a la niña negra, que pasa a ser una adolescente bella y atractiva, del mismo modo que a una aristócrata, la declara su hija. Pretende llevarla a Francia como una dama, pero la joven se ha enamorado de él y un día la muchacha se le ofrece desnuda, y él descubre a la mujer irresistible que había creado.
En Una novela china (1987), César Aira cuenta la historia de Lu Hsin, un chino muy inteligente e ingenioso que adopta a una recién nacida de las montañas para educarla y formarla a su gusto en la época de la Larga Marcha y la Revolución Cultural. Quiere convertirla en su esposa, hecha por él a su medida, para tener así la experiencia del amor sin tiempo malgastado.
Extraña prisión a cielo abierto de la espera; inquietante fantasía de la hija, formada sin fallas a imagen de la anhelada mujer ideal: afanes comunes en China, África, Francia, y el Río de la Plata.