La era de la angustia
En algún momento, acaso por su culpa de traducciones apuradas, se empezó a hablar de “ansiedad” en lugar de “angustia”, pero la primera es psicológica, la segunda metafísica. Son palabras parecidas, pero ya sabemos que no existen los sinónimos. Entre 1944 y 1945, el poeta inglés W. H. Auden escribió uno de sus poemas más extensos y, en cierto modo, más ambiciosos: “The Age of Anxiety: A Baroque Eglogue”. Este verdadero tour de force poético –sólo al alcance de Auden– consta de seis partes habitadas por cuatro personajes que permanecen inicialmente ensimismados y dialogan luego entre ellos en la víspera del Día de todos los Santos. En el estudio The Disenchanted Island. The Poetry of W.H. Auden, el crítico Monroe K. Spears lo definió así: “El poema puede ser descripto como una sátira de las tentativas de los seres humanos de escapar, por intermedio de sus propios esfuerzos, de la angustia de nuestra época. La angustia que aborda el poema es, según el juicio de Auden, un fenómeno esencialmente religioso”.
El compositor Leonard Bernstein conoció el poema casi de inmediato, en 1947. Fue el punto de partida de la Sinfonía n° 2 para piano y orquesta “La era de la angustia” (estrenada en Boston en abril de 1949) y en esta última palabra debería resonar asimismo el otro sentido del término inglés anxiety, “desasosiego”.
El compositor repartió el asunto del poema en dos partes de tres secciones cada una, que mantienen los nombres del original. En primera instancia, la condición dialógica de la égloga pervive musicalmente bajo la forma del diálogo entre el piano solista y la orquesta. La atmósfera del comienzo es, como explicó el propio compositor, la del cuadro Nighthawks de Edward Hopper. Los cuatro personajes beben en silencio, a la noche, en un bar estadounidense: Anot Auden: “Cuando la necesidad se asocia con el horror y la libertad con el aburrimiento, entonces es una época favorable para el negocio de los bares”. Tanto ese lugar como el itinerario posterior son una alegoría del Purgatorio de Dante y de su espera. ¿Qué queda de la égloga? Al final, “la Arcadia más verde también tiene fantasmas”.
"¿Qué queda de la égloga? Al final, “la Arcadia más verde también tiene fantasmas”"
Bernstein resuelve el prólogo con una introducción, de apariencia improvisada. Vienen luego las catorce variaciones de “Los siete estadios”. No se trata en verdad de variaciones sobre un tema común; por el contrario, cada variación toma un motivo de la variación precedente, lo que produce una serie de variaciones eslabonadas, como si se tratara de una conversación en la que cada interlocutor prosigue el asunto que expuso otro interlocutor. “Dirge”, literalmente “endecha”, tiene un sentido especial tanto en el poema de Auden como en la sinfonía de Bernstein. Es el lugar en el que las voces de todos los personajes se unen cuando, camino al departamento de uno de ellos para seguir bebiendo, cantan una canción que empieza con el verso “Sob, heavy world” (Llora, ponderoso mundo). Es un canto fúnebre que Bernstein transfigura en el piano en una serie ascendente de carácter desapacible. Es posiblemente el momento más punzante del poema y de la sinfonía. Los cuatro personajes parecen vivit allí “donde el Tiempo es real” y, por lo tanto, “la poesía no tiene ningún interés”.
Un detalle de la mayor importancia. Auden encabeza su poemas con esos versos famosos del Dies irae, el igualmente famoso himno latino atribuido a Tomás Celano: Lacrimosa dies illa,/ qua resurget ex favilla/ iudicandus homo reus (Día de lágrimas será aquel/en que resucitará, de la ceniza/para el juicio, el hombre culpable).
La festividad del “Epílogo” es engañosa, como si la exterioridad de la alegría revelara su imposibilidad. El propio Bernstein había observado que lo que se busca aquí es la “esencia de la fe”, pero hay una ironía en el poema de la que la música no se desentiende. Lo escribe de otro modo Auden en un par de versos: “El ritual es correcto, pero el tiempo equivocado/ y el lugar impropio”.