La enigmática agente Sonya: de día ama de casa, de noche una temible espía soviética
Ursula Kuczynski se convirtió en la mejor de las espías del régimen comunista mientras cocinaba pasteles para sus hijos y enloquecía a la inteligencia británica
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Ursula Kuczynski, alias Ruth Werner, alias Agente Sonya fue una oficial del Ejército Rojo, experta en comunicación por radio, saboteadora, espía de primer nivel y escritora de gran éxito. Todo lo consiguió mientras sacaba adelante a su familia, una situación que fue su coartada perfecta y también una trampa fatídica. Si no se conoce su historia es porque hasta ahora no se ha contado. El historiador Ben Macintyre, que acaba de publicar en España Agente Sonya (Crítica), reflexiona por teléfono desde algún lugar de Gran Bretaña: “Hoy se habla mucho de cómo compatibilizar trabajo y familia, pero el caso de Ursula Kuczynski ocurría en una escala completamente distinta. Su trabajo era letal. Si fracasaba, moriría y su familia también. Tenía una gran capacidad para compartimentar, algo que hacen los buenos espías, pero reconocía que si hubiera llegado a un conflicto entre su familia y la revolución ella habría elegido la revolución. En muchos aspectos era una fanática comunista. Ser una mujer ha sido su gran disfraz, pero también la razón por la que no sabíamos nada de ella”.
Segunda de seis hijos de una familia judía acomodada, Kuczynski (Berlín 1907-2000) maduró en la Alemania en la que se estaba librando la batalla entre la extrema derecha y la izquierda. A los 19 años se afilió al partido comunista alemán y adquirió un compromiso que no abandonaría jamás. En 1930 escapó de la creciente presión de las milicias nazis y se instaló en la convulsa Shanghai con su primer marido, el arquitecto Rudi Hamburguer. Allí conoció al espía Richard Sorge, con quien tuvo un breve e intenso romance y de quien llevaría para siempre una foto encima. Él le dio su nombre de guerra y la enganchó a esa existencia de secretos y lealtades. Cuando cayó preso en Japón después de una de las carreras más impresionantes de la historia del espionaje, nunca reveló la identidad de Ursula. “Todos los espías están convencidos de que están trabajando por los más elevados ideales, pero luego siempre es mucho más complicado que eso. El espionaje es complejo y adictivo. El secreto es una droga muy poderosa. Una vez que formas parte de esta élite es muy difícil dejarlo y ella era, además, muy ambiciosa. Obviamente, si trabajas para los soviéticos hay un elemento práctico: si lo dejas, probablemente te matarán”, comenta el autor de Espía y traidor.
Lo que la hace diferente a cualquier otra espía con la que me haya cruzado es que es una profesional. Eligió el trabajo de inteligencia como una carrera, como una vocación
Macintyre (Oxford, 1963) es uno de los grandes narradores de la historia del espionaje, pero confiesa que nunca se ha encontrado con un caso así. “Lo que la hace diferente a cualquier otra espía con la que me haya cruzado es que es una profesional. Eligió el trabajo de inteligencia como una carrera, como una vocación. La mayoría de las mujeres espías trabajaban para hombres en misiones subsidiarias o como informantes. Hay realmente muy pocas que hayan llegado a oficiales y no conozco a ninguna que haya sido coronel del Ejército Rojo. Y nadie ha llegado tan lejos en ningún servicio de inteligencia”, resume. Extremadamente hábil a la hora de borrar sus huellas, Sonya escapó en su larga carrera de la Gestapo, la policía nacionalista china, el Kempeitai japonés y, durante su estancia en Inglaterra como refugiada en la Segunda Guerra Mundial, también de la contrainteligencia británica. “Los informes del MI5 son muy divertidos. Los hombres la menospreciaron sistemáticamente y fracasaron una y otra vez al identificar a esa mujer que cuidaba de sus hijos, llevaba un delantal y estaba cocinando un pastel de cumpleaños cuando fueron a interrogarla, con alguien que pudiera ser la espía perfecta. Y ella explotó todo lo que pudo esa ventaja”, cuenta Macintyre, divertido. En defensa del MI5 hay que decir que a pesar de la “incompetencia y el chovinismo” de muchos de sus miembros, la agente Milicent Bagot insistió una y otra vez en que Ursula y el resto de su familia que vivía allí (sobre todo su padre y su hermano) eran espías comunistas. Tenía razón, pero era mujer y nadie le hizo caso.
Entregada a su causa
Kuczynski tenía, sin embargo, un enemigo más temible: sus propios empleadores. La agente Sonya sobrevivió al terror estalinista que se llevó por delante a gran parte del espionaje soviético –entre ellos varios de sus amigos y compañeros–, una macabra fiesta de la delación y el asesinato que acabó con la detención de un millón y medio de personas y la ejecución de más de 680.000 en dos años. Macintyre cree que hubo dos razones para explicar esto: su enorme capacidad para generar lealtad –”es parte esencial del trabajo del espía, conseguir que otros confíen en ti y convencerlos de que su futuro depende de la lealtad que te profesen”– y la más extraordinaria de las suertes. “Se libró donde otros muchos perecieron. Por múltiples razones tenía muchas posibilidades de haber terminado con un tiro en la nuca en los sótanos de la Lubianka”
Entre los incontables logros de Sonya en Suiza, China, la Manchuria ocupada por los japoneses o Gran Bretaña sobresale su manejo de la traición de Klaus Otto Fuchs, físico de gran prestigio, miembro del Proyecto Manhattan y espía comunista. Reflejo del compromiso de su doble vida, Kuczynski tuvo a su tercer hijo en 1943, pocos días después de haber hecho llegar desde su casa en la campiña inglesa hasta Moscú la última parte de los 570 folios con la información esencial del programa nuclear británico, un éxito de espionaje que adelantó varios años el proyecto soviético, equilibró las fuerzas y dio paso a la Guerra Fría.
En 1950 el MI5 reconoce que Kuczynski montó en su territorio una red de agentes, pero minimizan los efectos de su infiltración. Siguen sin admitir que “esa mujer tan atareada con los asuntos domésticos” y aficionada a los largos paseos en bici (que usaba para encontrarse con sus informadores) fuera la gran espía que parecía ser. Kuczynski ya había vuelto a su Alemania natal, a disfrutar de lo que veía como un paraíso comunista y a vivir con su segundo marido, Len, y sus tres hijos. Ya fuera del espionaje, a partir de 1956 se convirtió en una famosa escritora bajo el nombre de Ruth Werner. En 1969 recibió la segunda Bandera Roja de la Unión Soviética. Tuvo dudas, miedos, vivió una vida de dolor y pérdida, entregada a una causa, pero nunca se arrepintió de lo que había hecho.
“Los hijos de Ursula la idolatraban, no confiaban del todo en ella y se preguntaban hasta qué punto la conocían”, resume Macintyre en Agente Sonya. Peter, Michael y Nina eran fruto de tres relaciones diferentes, siempre se sintieron queridos y atendidos, pero ignoraron durante parte de su vida el trabajo de su madre. Al igual que el resto del mundo, que solo ahora conoce a la que acaso sea la mejor espía de la historia.
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