La enemiga de Lolita
Apareció en inglés y en francés la biografía de Vera, la mujer del novelista ruso Vladimir Nabokov. Ambos eran aristócratas y la revolución bolchevique cambió sus vidas. Se dijo que ella habría participado en un complot para matar a Trotsky. Tenía el temple de una mujer valiente y decidida, pero vivió satisfecha a la sombra de su compañero. Para preservar la tranquilidad hogareña, combatía con ardor a las jovencitas que inspiraban pero distraían, peligrosamente, a su marido.
CUANDO la investigadora Stacy Schiff, después de publicar en 1994 una completa biografía de Saint-Exupéry, anunció a sus amigos y colegas que se aprestaba a indagar en la vida de Vera Nabokov, esposa durante 52 años del autor de Lolita , casi todos intentaron disuadirla. La mujer había llevado una existencia discreta, poco menos que invisible, a la sombra de su amado Vladimir. ¿Cómo hacer para atrapar al fantasma? Hoy, ya publicado en inglés y en francés su encomiable Vera o la vida con Nabokov , Schiff puede sonreír orgullosa: el fantasma se ha corporizado gracias a su perseverancia y a la ayuda de diversas personas, entre ellas Dimitri Nabokov, quien puso al alcance de la biógrafa el preciado diario íntimo de Vera.
"La señora Nabokov ejerció una influencia enorme sobre uno de los mayores escritores de nuestra época", considera Schiff. "Pensé que a través de ella podría hacer, además, un retrato oblicuo y revelador de su marido. La vida de Vera tal vez no nos haga descubrir nuevos estratos de la obra de Nabokov, pero nos dice mucho acerca del autor".
Reina y víctima
Vladimir Nabokov no ha cumplido aún veinticinco años cuando conoce en Berlín, en un baile de máscaras, a Vera Evseievna Slonim. Las familias de ambos han dejado San Petersburgo a causa de la revolución bolchevique. En 1923, medio millón de rusos se han radicado en Berlín y hay 86 editoriales de emigrados, entre ellas la fundada por Evsei Slonim, padre de Vera. Por entonces, Vladimir escribe poemas y firma como Sirin. Vera -nacida en 1902- no sólo conoce la obra de Sirin sino que es capaz de recitar de memoria algunos de sus versos. Muchos amigos de Nabokov quedan consternados al enterarse de que Vera es judía. Lo mismo algunos familiares. Volodia hace oídos sordos y se casa con ella el 15 de abril de 1925. Meses antes -bajo el influjo de Vera, según Schiff-, ha dejado a un lado la poesía y el alias de Sirin para ponerse a escribir su primera novela: Mashenka .
"Delgada, de huesos muy finos, Vera tenía una tez transparente y un porte de reina", describe Schiff en su libro. Lo mismo que Vladimir, era una aristócrata con ideas democráticas. Lo mismo que Vladimir, desdeñaba a Freud. Lo mismo que Vladimir, era una fervorosa amante de las artes. "Nos parecemos terriblemente", dice una carta de Nabokov a Vera. "A los dos nos gusta: 1) introducir discretamente palabras extranjeras, 2) citar pasajes de nuestros libros favoritos, 3) traducir nuestras impresiones de un sentido (la vista, por ejemplo) a otro (el gusto, por ejemplo)."
El libro de Schiff tiende a mostrar cuán indispensable fue Vera para Vladimir. Nabokov solía recitar de memoria un listado de las cosas que jamás había aprendido a hacer: escribir a máquina, contestar el teléfono, hallar un objeto extraviado, conducir, cortar la página de un libro, dedicar su tiempo a un "filisteo". De todos estos menesteres se encargaba Vera, para que su esposo existiera "sólo a través del arte".
En la historia de las letras rusas abundan los casos de mujeres inmoladas al servicio de un esposo literato. Se cuenta que Sofía, mujer de Tolstoi, copió siete u ocho veces el manuscrito de La guerra y la paz ; se sabe que la estenógrafa a quien Dostoievski dictó El jugador acabó siendo su segunda mujer. Lo peculiar de Vera, afirma Schiff, es que ayudar a su marido nunca fue para ella una condena, sino una "misión" que abrazó con agrado. Fue "mucho más que una mera dactilógrafa", señala Schiff, aunque menos que una "colaboradora directa". Fue la primera lectora de Nabokov y él tomaba en serio sus dictámenes. Fue su público y su crítica, su chofer y su enfermera, su agente literaria, su compañera en la caza de mariposas y también quien salvó de las llamas el borrador de Lolita . Aunque Vera odiaba ser llamada "musa", fue por lo menos el modelo para muchos personajes femeninos de su esposo: Zina, la heroína de la última novela europea de Nabokov, El don (o La dádiva ), y también Clare en La verdadera vida de Sebastian Knight , su primera novela norteamericana.
La investigación de Schiff ilumina aquellas zonas que quedaron más o menos penumbrosas en la biografía monumental de Brian Boyd sobre Nabokov, especialmente en lo que se refiere a las bambalinas familiares o a las acusaciones que cayeron sobre Vera cuando su marido abandonó el idioma ruso para dedicarse a escribir en inglés. Más que un estudio literario, Vera ofrece un retrato complejo, salpicado de anécdotas jugosas. La misma Vera Slonim que en su temprana juventud habría participado en un complot para matar a Trotsky, es la esposa abnegada que, en 1955, obtiene un permiso para portar un arma calibre 38 con el fin de "protegernos cuando viajamos a regiones lejanas para hacer investigaciones entomológicas". La misma madre que no quiere que su hijo de doce años lea Tom Sawyer porque se trata de "un libro inmoral" es la mujer que defiende con ardor la novela Lolita y se indigna frente a los que hacen un análisis moral y no literario de la obra.
Severidad de condesa
Gracias a Schiff, descubrimos los gustos de Vera: leía con entusiasmo a Robbe-Grillet, Scott Fitzgerald y Evelyn Waugh, rechazaba a Pasternak y a Dostoievski con el mismo rigor que Vladimir. Era raro que las opiniones de los esposos fueran divergentes. Cierta vez que Vladimir ponderó la obra de George Eliot, Vera exclamó horrorizada: "¿Pero cómo pude casarme contigo?".
A mediados de los años cuarenta, Nabokov comenzó a dictar cursos de literatura rusa y europea en universidades norteamericanas. Vera decidió comprar un auto, un Plymouth 1940 color beige, y obtuvo "en tiempo récord" la licencia para conducir y llevar a su esposo al campus . Los alumnos pronto se habituaron a esa mujer delgada y serena que, a veces, intervenía en mitad de una clase para corregir un leve error en una cita apresurada de Gogol o de Pushkin. Para su libro, Schiff tuvo la feliz ocurrencia de entrevistar a varios ex alumnos. De esta forma se enteró de los rumores y leyendas que corrían acerca de Vera, a quien unos apodaban "la condesa" y otros "el águila gris":
Según los estudiantes, Vera estaba siempre allí: a) para recordar a todos que el profesor era un genio, b) porque Nabokov tenía problemas de salud y ella iba con los medicamentos a todas partes, c) porque no era su mujer, sino su madre, d) porque, en realidad, él era ciego y ella lo guiaba, e) para alejar del profesor a las jóvenes estudiantes (y esto mucho antes de Lolita ).
Ningún alumno sabía que, de hecho, era Vera quien corregía los exámenes. En cuanto a la última hipótesis -acaso la menos falsa de todas-, la esporádica presencia de "la condesa" no impidió que el profesor Nabokov tuviera un romance con una alumna de Wellesley llamada Katherine. "Nabokov era fiel sólo lo indispensable", afirma Schiff. "Como lo atestiguan sus escritos, era muy sensible a la belleza en todas sus formas, particularmente a la belleza femenina. Su esposa no ignoraba que era un seductor impenitente. El matrimonio estuvo a punto de naufragar en 1937, debido a una aventura pasional. Sus amigos se preguntaron entonces si Nabokov sería capaz de dejar a Vera, tan esencial para su vida y su obra. El tiempo demostró que no".
En los años cincuenta, cuando aún vivían en los Estados Unidos, antes de su última mudanza a Suiza, los Nabokov "dieron a luz", al margen de su hijo Dimitri (actual albacea de la obra de su padre, ex corredor de autos y cantante de ópera), a una suerte de "construcción lejana e inaccesible", un ente llamado V.N. cuyas iniciales podían corresponder tanto a uno como a otro. De esta manera vivió Vera: desempeñando un papel omnipresente y al mismo tiempo invisible.
Viuda y muda
La señora Nabokov sobrevivió unos quince años a su esposo. Durante su viudez, recluida en Montreux, recibió entre otros al escritor Martin Amis. Cada vez que un periodista o visitante intentaba sonsacarle una anécdota conyugal, ella eludía la pregunta. "No me acuerdo", respondía si estaba de buen humor. Y, si estaba malhumorada: "¿Usted es de la KGB?" Llegaron a pedirle que escribiera un texto sobre Vladimir. Se negó amablemente. No quería ser una "viuda escritora", como Anna Dostoievski o Fanny Stevenson. Poco antes de morir, en 1991, destruyó todas sus cartas dirigidas a Volodia pero preservó las de él que, a su entender, sí serían apreciadas por la posteridad.
"¿Qué habría ocurrido si no se hubiese producido la revolución?", preguntó una vez a Vera y a Vladimir el periodista Andrew Field. "Te habría conocido en San Petersbugo, nos habríamos casado y habríamos llevado una vida muy similar a ésta", respondió Nabokov, mirando a su esposa. "Para ese hombre de imaginación tan poderosa, era absolutamente inconcebible una vida sin Vera", dice Schiff. "Tenía una convicción casi religiosa de que habían nacido para conocerse."
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