La divina comedia: una epopeya argentina
Una nueva traducción en verso del monumental poema de Dante Alighieri es la cuarta que se realiza en el país; Bartolomé Mitre inició la genealogía
No diremos que toda traducción es imposible porque hacerlo sería, además de contrafáctico, inexacto. En cambio, sí diremos que hay libros (poemas, novelas) que resisten especialmente ser vertidos a otra lengua, como si se guardaran su secreto para la lengua original. Entre todos ellos, La divina comedia, de Dante Alighieri, es un caso aparte. El hecho mismo de que se existan tantas traducciones muestra su resistencia. Esto prueba no tanto el entusiasmo de los traductores con el poema sino la insatisfacción con las soluciones encontradas por otros y, a la vez, la voluntad de hacer públicas las propias. Dante destina al Infierno, el Purgatorio y el Paraíso una condición sonora específica. Podrá verterse la descripción diversa del sonido (alaridos de dolor, órganos, un grito ronco o aun el canto llano), pero no la diferenciación musical que Dante reserva para cada uno.
La traducción en verso mutiplica infinitamente esas dificultades. Es muy llamativo que la Argentina cuente con toda una tradición de traducciones en verso de la Comedia. La primera aventura fue la de Bartolomé Mitre, que publicó su versión en verso rimado en 1897. La segunda es la que Ángel J. Battistessa concluyó a principios de la década de 1970. En 2003, el Grupo Editor Latinoamericano editó, a instancias del poeta Luis Tedesco, la versión del psiquiatra Antonio Milano. Ahora, en coincidencia con la Feria, Edhasa acaba de publicar (tres volúmenes bilingües) la traducción de otro poeta, Jorge Aulicino, de la cual el Infierno se había conocido ya en 2011.
No es fácil comparar estas versiones ni las razones que las justifican. Sobre esto último, da la impresión de que, en lugar de existir una teoría propia, cada traductor la descubre, durante la faena, y aún después. En lugar de ser un presupuesto, la teoría es algo que se remonta del trabajo a su formulación. Mitre, por ejemplo, incluyó como prólogo el ensayo "Teoría del traductor", en el que reclamaba para las "obras maestras" el tratamiento de los textos sagrados: traducir "al pie de la letra", lograr un "reflejo directo" del original y no una bella infidel. Battistessa, por su lado, nota con acierto que el problema no consiste en traducir del italiano sino en traducir a Dante, y llena su traducción de notas; todo lo contrario de lo que hace Aulicino, que prefiere que nos enfrentemos con Dante en sus propios términos, o en los nuestros, en un combate que se debe librar solo, sin refuerzos eruditos, como pasaría con un poema -de Aulicino o de otro- publicado el mes pasado. La posición de Aulicino no podría ser más modesta, y de hecho esa modestia es inversamente proporcional a sus logros. Dice en el escueto prólogo: "El protagonista de este texto, que tiende a anclarse en el tiempo, es el lenguaje en movimiento". Buen punto de partida.
Pero el laberinto de Dante es inagotable, y lo es aun en palabras aisladas. Pensemos nada más en el segundo terceto del Canto I del Infierno. Dante presenta de entrada la imposibilidad de nombrar: "Ah quanto a dir qual era è cosa dura/ esta selva selvaggia e aspra e forte/ che nel pensier rinova la paura!". Pero difícil es también decir lo difícil que es decir. "Paura": Mitre tradujo "pavura"; Battistessa lo refutó con "pavor". Por fin, Aulicino, corrigió a Battistessa y optó por "pavura". Más de un siglo para dar la vuelta completa. Ahí terminan las semejanzas. Tal vez por una cuestión cronológica, tal vez, más probablemente, por el pulso del poeta, Aulicino conquista una tensión inusitada. ¿Es definitiva? Ninguna lo será. A los traductores de Dante podría decírseles, como mayor muestra de simpatía, el famoso lema de Beckett en Worstward Ho: "Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor".
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