La diversidad sexual ingresa en el territorio gaucho a través del arte
De la orfebrería a la fotoperformance, en galerías y ferias de diferentes lugares del país se manifiesta una tendencia que rompe con el imaginario masculino y genera reacciones
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En la víspera del 17 de junio, el viernes pasado, cuando se conmemoraba el fallecimiento del General Güemes, dos jóvenes vestidos con el atuendo de los Infernales se besaron frente a la catedral de Salta durante un cambio de guardia. Fue un escándalo. Eran actores y su performance, un grito contra la homofobia en el mes del orgullo LGTB, en uno de los últimos bastiones conservadores. “¡No! No entiendo qué pasa”, se escucha una voz masculina protestar en el video difundido en redes sociales.
En la galería Roldán hay ahora una exposición de pinturas de Florencio Molina Campos mucho más “tranquilizadora”: gauchos de a caballo, con gesto recio, la china abrazada a su cintura en la grupa del caballo, la guitarra en mano. La tradición en todo su imaginario se despliega en escenas de riñas de gallos, facones, domas. Hasta las mujeres tienen ceños masculinos y velludos, de facciones toscas. La muestra se titula Linajuda mueca moderna.
El curador de esa exposición es Valentín Demarco. También artista, su obra se podría decir que reversiona objetos de ese universo haciendo temblar los ejes de las carretas: les da un giro LGTB y sexual. Orfebre virtuoso, formado con maestros en su Olavarría natal, se mudó a los 18 años a Buenos Aires para estudiar Bellas Artes, y dejó de lado la platería. “Me fui metiendo en el arte contemporáneo y excluí la tradición, que no tenía ahí ningún tipo de pertenencia. Siempre sentí la añoranza de la orfebrería. Un verano visité a un maestro, José Erguy, y me di cuenta de que quería cincelar: quería volver a ser orfebre”, cuenta a LA NACION. Entonces, con la libertad que da el arte, retornó al viejo oficio y produjo piezas con connotación sexual. “Sentí ganas de continuar con este oficio que no tienen muchos. Al volver a participar en encuentros de orfebrería, la obra se potencia porque es donde produce cosas que en el arte ya están resueltas. Agita”, dice.
Corajuda mueca fue cuando en 2020 participó en el Noveno Encuentro Nacional De Plateros, virtual y por eso más masivo. Otra vez, escándalo cuando se vieron en fotos sus tangas de plata en uso. “Varios plateros que yo admiraba empezaron a quejarse, a decir que era una falta de respeto a la tradición y pidieron que me sacaran. La gente de Olavarría me apoyó”, cuenta. “Dejan al desnudo enormes prejuicios abrojados como garrapatas históricamente a la platería y a la historia. Como platero tradicional me interesa personalmente que ese concepto se saque de encima “valores” espantosos como la homofobia, xenofobia, machismo, estupidez”, escribió en una carta pública el orfebre Pablo Ferreira cuando tradicionalistas acérrimos pedían la cabeza de Demarco.
En una charla con el historiador Roberto Vega se recordó que la tradición es una construcción que no es única, y nadie puede hablar en su nombre. “A mi maestro Armando Ferreira lo han rechazado del Salón de Artesanías del Fondo Nacional porque su cincelado es muy particular. Creo que no hay lugar para que un sector se adueñe de lo que es la tradición”, piensa De Marco. El propio Molina Campos ingresa al cubo blanco de una galería dejando atrás años de prejuicios de otro sector: se lo llamaba caricaturista de almanaques y no artista.
Entre los treinta artistas, quince galerías y seis proyectos artísticos que se presentaron el fin de semana pasado en la feria ArteCo de Corrientes (que tuvo un éxito rotundo, con 42.500 visitantes en la Ex Usina Eléctrica y más de 300 obras vendidas), hubo al menos dos con obras que ingresan con la diversidad sexual en territorios gauchos. “Las tradiciones no son muy amistosas con lo diverso. El sapucay marica –así se llama su fotoperformance– nace con la idea de gritar una identidad diferente que viene a sumar otras perspectivas”, cuenta Lorenzo González, que nació en Yapeyú, Corrientes, hijo de un trabajador rural apegado a la cultura sanmartiniana, como todos en su pueblo, que trabaja en la Casa del General San Martín. En sus fotos aparece como una paisana trans, de labios pintados y falda rosa. Artista y becario del Conicet (investiga sobre cerámica guaraní en el Doctorado en Artes de la UNA), añoraba su tierra en 2020 y empezó a dibujar figurines, tal como hacía en su juventud como vestuarista del carnaval provincial.
“Cuando empecé con esto, mi padre empezó a ayudarme sin decir nada. Me prestó la rastra, la pilcha y el galpón donde carnea. Otra vez, me llevó a la chacra con la ropa, los trípodes, el flash y todo lo necesario para la foto. Me dejó y se fue sin decir nada. Cuando mi obra empezó a tener repercusión en los medios, me mandó un audio diciendo que lo ponía muy bien que reviva nuestras tradiciones y lo propio de nuestra tierra. Fue un aval”, cuenta. Todavía no pudo gritar su sapucay: “Es algo colectivo y a la vez muy personal, porque cada uno lo grita a su forma, como puede y en el momento que lo siente; no es de alegría ni de tristeza, es de las dos cosas al mismo tiempo. No hay palabra. Es gritar mi verdad. Soy gaucho y marica. Existimos. Está bueno mostrarlo, para que otros se puedan animar a vivir su vida más plenamente”.
Claudio Ojeda, nacido en Sáenz Peña, Chaco, llevó a la feria sus esculturas queer, entre pop y kitsch, cruza de Martín Fierro o Gauchito Gil con hada, llevan pestañas postizas y polainas animal print, rodeadas de carpinchos alados o querupinchos, como escribió Julio Sánchez, curador de la feria. “Son seres que cuidan del monte”, dice. Fueron realizadas junto con el artesano Mauro Robin, yesero de comparsas. “De chico me gustaba disfrazarme, el maquillaje. Y de alguna manera hoy lo sigo haciendo como adulto”, dice el artista, que trabaja en fotografía, performance, pintura y maquilla artístico. Pronto se verá en La Plata su obra Gauchx, foto de gran tamaño de un gaucho maquillado montando un caballo turquesa. Es finalista del Premio de Artes Visuales Itaú, que inaugura el 2 de julio Centro de Arte de la UNLP. “El arte es una herramienta visual fundamental para reconocer nuevas figuras y romper los estereotipos”, dice Ojeda.
“A veces no hay lugar para que surja el deseo de relaciones en los hombres, como se ve en la película Secreto en la Montaña. Hay que develarlo”, señala Sánchez, y el curador agrega a la lista fotografías de Gustavo Di Mario y Leandro Allochis. El arte no sólo visibiliza sino que habilita la posibilidad de que exista la diversidad.
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