La distancia más inmensa
La dificultad de los poemas de Góngora, publicitada desde hace siglos, es también una dificultad de por sí. Esto se explica del siguiente modo: pensamos que esa dificultad es, para simplificar, sintáctica. Sin embargo, cuando se acierta con la llave maestra y ya no se interpone la sintaxis, se pierde la magia y todo está a la vista. La ilusión de Góngora, y anterior también a él, de que podía lograse que el castellano volviera a hablar el latín perdido fue lo que derivó en el gongorismo, en la manera oscura. Pero decía ya Alfonso Reyes que “muy poco se ha dicho sobre la manera fácil de Góngora, cuando habría tanto que decir. Ella se defiende sola, parece. Y sobre todo, sus pecados resultan veniales al lado de los capitales de la manera oscura”.
Pero la “manera fácil” de Góngora tiene su propia manera de ser difícil, y en esa manera el poeta no deja de ser mágico cuando se lo descifra, sino que es el desciframiento garantía de enigma.
Pensamos ahora en el soneto “Al nacimiento de Cristo, nuestro Señor”, fechado en 1600. Lo mejor es leerlo completo:
Pender de un leño, traspasado el pecho,
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;
pero más fue nacer en tanto estrecho,
donde, para mostrar en nuestros bienes
a donde bajas y de donde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.
No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío,
del tiempo por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad con pecho fuerte
(que más fue sudar sangre que haber frío),
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios a hombre, que de hombre a muerte.
Los dos últimos versos, tan transparentes, nos fuerzan a estar atentos no solamente a lo que se está diciendo, sino también a lo que se quiere decir. Se entiende que el poeta juzgue más admirable la Encarnación que la cruz: la distancia de Dios a hombre puede recorrerla nada más que Dios, mientras que la otra no hay hombre que no deba superarla, y por eso, así considerada, es cortísima.
Pero la historia de la Salvación sería entonces asimétrica. Góngora sabía lo que hacía, y en cierto modo, acerca de él aunque sin referirse a este soneto, Baltasar Gracián dio una explicación en su Arte de ingenio. Dice en el discurso “De los conceptos del misterio”: “Consiste el artificio desta gran especie de agudeza en levantar misterio entre la conexión de los extremos; repito causas, efectos, adjuntos, circunstancias, contingencias, etc. Y después de bien ponderada la dificultad, dase una razón sutil y adequada que la satisfaga”.
La “ponderación misteriosa” (así la llama también Walter Benjamin en El origen del drama barroco alemán) no es más que la restitución de una simetría (la ponderación, la compensación del peso), pero una restitución que trae consigo un vuelco, “la intervención de Dios en la obra de arte” (en las palabras de Karl Borinsky que cita Benjamin), el pasaje del luto al júbilo.
Ese pasaje no figura con todas las letras en el poema de Góngora, pero el poema no está incompleto ni rengo. La Resurrección restituye la simetría; pero el poeta sustrae del poema ese punto de simetría. Esa “distancia más inmensa” es parte del otro misterio, que es el mismo. Tal vez Góngora pensó también que eso otro estaba ya dicho en el primero.
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