La desolación recuperada
Principiantes , de Raymond Carver, rescata la versión original del primer libro de cuentos del narrador norteamericano, sin los muchos recortes del editor Gordon Lish; surge así, un escritor de estilo renovado, pero igual de deslumbrante
PRINCIPIANTES
Por Raymond Carver
Con Principiantes , de Raymond Carver (1939-1988), los lectores de habla española pueden ingresar en el último estadio de una polémica que comenzó doce años atrás cuando, desde las páginas del New York Times , el crítico D. Max reveló lo que ya para ese momento era un secreto a voces: el editor de la empresa Knopf, Gordon Lish, se había tomado la atribución de cercenar los cuentos de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? , De qué hablamos cuando hablamos de amor y, en menor medida, Catedral , hasta convertir a Carver en un prestigioso representante internacional del subgénero del realismo sucio y en el más reputado de los cuentistas minimalistas estadounidenses. Principiantes es una edición que rescata, tras una frondosa restauración, los cuentos que integraban De qué hablamos... tal como estaban antes de la controvertida operación de Lish, pero que respeta la disposición de los relatos en el volumen, con la evidente intención de que el lector se apronte rápidamente a una comparación.
En la larga relación de Carver con Lish -quince intensos años de encuentros y desencuentros en un auténtico pacto fáustico-, el autor aceptó explícitamente, más de una vez, las correcciones y la poda del editor, agradeciéndole incluso el hecho de que sus relatos originales, devenidos pequeñas y poderosas piezas de proverbial laconismo y aspereza, hayan ejercido una fascinación incomparable. Sin embargo, antes de morir prematuramente, Carver se aseguró de que la que sería su viuda, la poeta Tess Gallagher, publicase el manuscrito titulado Beginners . Irónicamente, el designio pudo ser cumplido gracias a que los editores William Stull y Maureen Carroll exhumaron el archivo de Gordon Lish, oportunamente cedido por éste a la Lilly Library de la Universidad de Indiana, y trabajaron directamente sobre los manuscritos tachados por el célebre editor de Knopf, con la anuencia y el apoyo de Gallagher. En realidad, desde fines de 2007, los lectores de The New Yorker pudieron comenzar la lectura comparada de algunos originales con la versión de Lish, a manera de aperitivo respecto de las posibilidades que ofrece esta edición.
Ahora sin mutilaciones, puede apreciarse, en primer término, una diferencia notable de extensión que revela la dimensión de las ya famosas podas: en algunos casos, más del cincuenta por ciento, y a veces mucho más. En su propia versión, Carver se da el tiempo necesario para suscitar el pasado de varios de los protagonistas de los cuentos o para bosquejar un reducido universo emocional en el que, imprevistas, surgen notas tímidamente sentimentales, actitudes que parecen estar en las antípodas de la elipsis episódica y de las evidentes sustracciones de todo atisbo de intimismo que refulgían por omisión en las versiones publicadas en la década de 1980. Así ocurre, por ejemplo, en "Diles a las mujeres que nos vamos", "Tanta agua cerca de casa" o "Dummy". En "Si ello te place", "¿Por qué no bailáis?" y "La aventura", reconocemos la precisión escueta y la información esquiva sobre las pequeñas tragedias de los personajes, pero también sorprende con el tono confidencial de breves revelaciones psicológicas en las que el latido de lo privado está en equilibrio con la fotografía impersonal de los hechos.
El relato del título, "Principiantes", es un ejemplo rotundo de la incorporación del pasado de los personajes o, por lo menos, de cierta memoria emotiva que intenta recomponer los restos de personalidades complejas aun en su flagrante trivialidad. El cuento recupera un largo racconto en el que, por comparación, su protagonista -que antes era Mel y ahora Herb- accede, entre los vapores del alcohol, a una reflexión desencantada sobre su condición de principiante en el amor. "Visor", "Una cosa más" y "Mío" se permiten en esta versión ciertos contundentes destellos, simplemente perceptibles, de psicología en medio de la implacable amenaza con la que se experimenta la sordidez de lo cotidiano. "¿Quieres ver una cosa?" conjuga el ayer para explicar el ahora, así como "Belvedere" luce flashbacks que agudizan la continuidad del desaprensivo final de una joven pareja en descomposición. En "La distancia", "La tarta" y "La calma" regresan el estilo fragmentario, la visión contenida del terror por lo real y la sospecha de la prolongación indefinida de un estado de desdicha que apenas se traza en su emergencia más visible.
El debate, la polémica, las indignaciones, los posicionamientos, a estas alturas, podrían ocupar a lo sumo un costado interesante de la consideración de Carver como cuentista excepcional, a casi treinta años de la publicación de De qué hablamos cuando hablamos de amor . Pero Principiantes ofrece una fervorosa línea de reflexión para el lector que aprecia y extraña la narrativa de Carver. Aquel agudo realismo sucio, aquella atmósfera en la que un puñado de antihéroes desamparados libraban su último combate contra la fría impiedad de un mundo agónico, exento hasta de los despojos del sueño americano, no sólo se erige y se distingue en Principiantes sino que además se destaca con una dimensión nueva, quizá más dolorosa por el tiempo transcurrido desde esa época reciente hasta nuestros días. Aquella retórica de exasperante laconismo y brutal coloquialidad, aquel léxico reticente y feroz del retrato minimalista, se trastoca ahora en un nuevo territorio de lenguaje, en el que el cuento se enriquece con matices, alusiones y referencias, en el que la emoción y los sentimientos se perciben aunque se omita toda profundización, en el que el trazo de lo esencial no exime al narrador de plasmar el trasfondo.
En Principiantes , un Carver original se nos presenta como si fuera nuevo, y por más que la técnica que lo volvió único exhiba una insospechada moderación, se respira su aire inconfundible, con un realismo tibiamente compasivo que, quizás, hiere mucho más hondamente que la devastación que paralizaba al lector de los textos de los años ochenta. Como el del padre de Hamlet, el fantasma de Carver regresa para señalar la falta de justicia y humanidad sobre la faz del mundo, con un estilo "renovado" -y no menos deslumbrante-, y la misma profundidad que lo perfiló como el maestro literario de la desolación contemporánea.
© LA NACION
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