La dama de los asados
4 minutos de lectura'


Como dijo un amigo cuando el martes a la mañana nos enteramos de la muerte de Beatriz Sarlo, a cierta edad uno empieza a sentirse en la sobrevida de algo que ya no existe más. La conocí hace diecisiete años, y desde nuestro primer encuentro me trató como a un colega. Nada menos cierto: después de tanto tiempo aún aspiro a la práctica decente de la crítica literaria, un arte en vías de extinción que ahora muere un poco más con su desaparición física.
Por aquellos días de 2007 le ofrecí escribir sobre novedades de literatura argentina en el suplemento cultural del diario Perfil. Aceptó con un entusiasmo casi infantil, y muchas veces después me recordó la alegría que le había dado aquella ocurrencia, tan habituada estaba de que la llamaran para opinar sobre política. Escribió esos ensayos breves hasta que me fui del diario, en 2012. Más tarde, cuando la volví a invitar desde Télam, aceptó otra vez el encargo, entre 2016 y 2018.
Si bien aprendí mucho de esos textos y sus efectos (ella se reía de los autores a los que criticaba y que interpretaban sus ideas como una alabanza) disfruté aún más los esporádicos encuentros que teníamos una o dos veces al año cerca de su oficina, en algún bodegón de la Avenida de Mayo; y sobre todo de los asados que se extendieron entre 2009 y 2021 y nacieron al calor de un grupo de personas que trabajaba o había escrito en aquel diario: Guillermo Piro, Daniel Guebel, Damián Tabarovsky y Pablo Gianera, a los que se sumaron Pablo Braun y Juan González del Solar, quien terminó siendo casi siempre el anfitrión. Había invitados ocasionales, como Luis Chitarroni o Edgardo Cozarinsky, y otros que con el tiempo se hicieron estables, como Sarlo y su pareja, Rafael Filippelli.
En aquellos asados, que arrancaban a las nueve de la noche y podían terminar a las tres de la mañana, al menos para mí ella funcionaba como un centro de gravedad. La recuerdo fumando unos cigarrillos Dunhill que encendía, pitaba hasta la mitad y luego apagaba. Tomando whisky con agua y sin hielo. Comiendo poco, siempre carne magra. En esas reuniones el expansivo era Filipelli y Sarlo se replegaba, pero cuando finalmente intervenía se imponía el silencio. Todos conversaban sobre literatura, música, política, y yo escuchaba y aprendía. Sarlo dijo que su trabajo en el Centro Editor de América Latina, en su juventud, había sido su posgrado. El mío fueron esos asados.
La tecnología puede ser despiadada: vuelve todo fácilmente cuantificable, incluso las relaciones personales. Nos enviamos casi 500 correos electrónicos. La mayoría terminaba con alguna referencia al tenis. Tomaba clases todas las semanas en Ferro y era una devota de Roger Federer; detestaba a Del Potro y a Djokovic, y al final de su vida había aprendido a respetar a Nadal. Como las personas más inteligentes que conocí, tenía un extraordinario sentido del humor. En todos esos años de amistad hubo dos veces en las que algo que dije la sobresaltó: cuando utilicé livianamente el término dictadura, y cuando le pregunté por qué no había escrito nunca sobre César Aira.
La última vez que la vi fue la semana siguiente al velatorio de Rafael Filippelli, hace un año y medio. Almorzamos en un bodegón de la Recoleta y fue la charla más personal que recuerdo. Me habló de su padre, de su infancia, de sus primeros trabajos. Le pregunté por Rodolfo Walsh. Me contó que estaba escribiendo sus memorias. En julio de este año vi Retrato de Juan José Saer, el documental de 1996 de Filipelli sobre el escritor que Sarlo nos enseñó a leer. No pude dejar de sorprenderme al ver que la película se abre y se cierra con dos asados, uno en Buenos Aires, el otro en Santa Fe. Le escribí un mail para comentarle mi muy tardío hallazgo. La tecnología también puede ser cruel: pocas cosas más tristes que un mensaje que queda, para siempre, sin respuesta.

Otras noticias de Manuscrito
- 1
Personalidades de la cultura piden que se garantice la libertad de protesta en vísperas de la manifestación de mañana
- 2
Mariano Llinás versus Mondongo: tres películas ponen punto final a una amistad de veinte años
- 3
Celebrar al prodigio de Bruno Gelber
- 4
Rubén Balseiro, Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía
Últimas Noticias
Ahora para comentar debés tener Acceso Digital.
Iniciar sesión o suscribite