La cursiva y el deseo de escribir
Me entero, estos días, de que los más jóvenes están encontrando difícil leer, ni digamos escribir, en cursiva. Es decir que algunas de las señales preocupantes que llegué a ver antes de la pandemia, cuando tomaba exámenes manuscritos, no eran una falsa alarma. Esas páginas garrapateadas al límite de lo legible por alumnos universitarios eran testimonio de una destreza en extinción.
Lógico. Las pantallas muestran texto en letra de molde. Igual que los libros. Así que la letra de imprenta, que es como se denomina el escribir a mano en letra de molde, empezó en algún momento a convertirse en la nueva normalidad y, por una constelación de razones, dejamos de impartir la cursiva; una artesanía pasada de moda, elitista e innecesaria en plena revolución digital. ¿Cierto?
Si uno hace una búsqueda rápida en la web aparece la duda, por otro lado justificada, de si saber o no escribir en cursiva afecta el aprendizaje. A primera vista, en una primera lectura, parece una inquietud excesiva. Tal vez sea al revés. Si me obligan a señalar cuál es el problema más serio que tenemos, y mire que tenemos docenas, escogería sin pestañear la educación. Así que desvelarse por la cursiva daría la impresión de ser una minucia ociosa.
Es, además, una tendencia (¿dije desgracia?) occidental; Finlandia y Estados Unidos ya no enseñan la cursiva, hasta donde pude averiguar. La decisión parece tan con los pies en la tierra, tan obvia, que no se discute. ¿Para qué enseñar cursiva, si ya nadie escribe a mano? Es como la calculadora, qué tanto. ¿Quién sabe sacar raíces cuadradas o dividir con coma? Las decisiones obvias son las que más daño hacen. Casi cualquier prejuicio se ancla en algo que otrora fue obvio.
Ahora, en serio, ¿con todo lo que está pasando nos vamos a ocupar de semejante tontería? Bueno, depende. Depende de si todos los problemas que tenemos acaso no empezaron cuando decidimos que aprender esto era superfluo. Lo mismo que aquello, y lo de más allá también. Hasta que un buen día la realidad nos dio una bofetada y nos mostró que la educación no es una suma de partes. Que es un proceso más complicado en el que ningún saber es superfluo. Y ya saben que no estoy proponiendo volver a tallar menhires.
OK, pero entonces, de verdad, de onda, ¿para qué sirve escribir en cursiva? Un momento. Rebobinemos un poquito. ¿Para qué sirve escribir? El chat, lo mismo que la conversación coloquial, es mayormente agramatical. Las comas no son para respirar; son marcadores sintácticos. No pronunciamos las mayúsculas. Las subordinadas pueden quedar ahí colgadas, y se entienden por contexto. Lo mismo que la mayoría de las tildes. Así que redactar con todos los requisitos formales parecería ser hoy innecesario. Escribamos como hablamos, y ya. Tal vez algún mail saldrá un poquito –¿cómo decirlo?– psicopático, pero bueno, hay cosas peores. Además, para qué complicarnos tanto la vida. Les dictamos a las máquinas y listo.
Pero queremos, eso sí, que nuestros hijos lean. Leer libros es bueno, se sabe. Los libros se publican en letra de molde, no en cursiva. Así que todo cierra. Sí, todo cierra, excepto que no nos importa que nuestros hijos escriban. Que lean, sí. Pero de escribir, poquito y nada. Es una forma algo extravagante de alfabetización, si quieren saber mi opinión.
¡Pero sí que escriben! Solo que en letra impresa y, con mucha mayor frecuencia, mediante un dispositivo. Ese es precisamente uno de los problemas. Los hemos condenado a una escritura prostética.
La cursiva cumple una función, en nuestras lenguas. Nos permite escribir más rápido, porque no hay que levantar la pluma (sí, dije pluma, qué horror) por cada letra. Es además una actividad sensual que nos deja sentir el fluir de las palabras. Texto y tejido tienen la misma raíz. Escribir es tejer. No se puede tejer sin sentir las palabras en el cuerpo. Sin el deseo de escribir, el escribir se muere. Así, casi como en una reedición de Fahrenheit 451, un día solo nos quedarán los libros ya escritos. Porque sin cursiva difícilmente un chico descubra el placer del escribir, y, si no lo descubren temprano, nos quedaremos sin escritores. Lo sé bien. Escribí mi primera novela (mala, torpe, interminable) en pura y lúdica cursiva infantil. Tenía diez años.
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