La cultura detrás del mundo de “Dune”, el film candidato al Oscar
En la novela que da origen a la película, Frank Herbert hace como Tolkien: mezcla civilización y religiones con la invención
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La película Dune, dirigida por Denis Villeneuve e inspirada en la novela homónima del célebre autor de ciencia ficción Frank Herbert (1920-1986), fue uno de los hitos cinematográficos de los últimos meses. La academia de cine acaba de nominarla a nada menos que a diez premios Oscar. Entre otros: mejor película, mejores efectos visuales, mejor banda sonora y mejor fotografía. Y no es para menos: tanto las escenas de batallas, como los detalles de los interiores y las vestimentas de los protagonistas son lisa y llanamente deslumbrantes.
La trama ocurre en el futuro remoto, dentro de 20.000 años, época en que la humanidad se ha dispersado por los planetas de toda la galaxia, conformado el llamado Imperio de Un Millón de Mundos. Entre todos ellos, hay uno que reviste singular importancia: el planeta desértico Arrakis, cuyo nombre familiar, Dune (en castellano: “duna”), da nombre a la novela y al film. Se trata de un mundo árido y hostil, pero es a la vez el único lugar de todo el Imperio donde se obtiene una sustancia invalorable: la especia o mélange, segregada por unos gusanos gigantes que surcan sus arenas.
Esta especia, cosechada con avidez por naves recolectoras, es crítica para el funcionamiento cotidiano del Imperio: los miembros del Gremio Espacial necesitan consumirla para lograr el estado de clarividencia y percepción aumentada que les permite dirigir sus naves a través de pliegues del espacio y viajar rápidamente entre planetas distantes. Varias casas nobles se enfrentan por controlar su producción – y por lo tanto, al planeta Arrakis, donde esta tiene lugar. Los habitantes nativos, llamados Fremen, intentan por todos los medios sobrevivir al rigor de los desiertos y a las incursiones de los sucesivos ejércitos que los hostigan.
Para imaginar el universo de Dune, Frank Herbert parece haber intentado algo muy semejante a lo que antes había emprendido J.R.R. Tolkien: tomar rasgos de distintas religiones y culturas, agregarles características imaginadas, y combinarlas con las de otras civilizaciones para así lograr un universo imaginario. La mayor diferencia entre los proyectos creativos de estos dos autores reside en las fuentes en las que abrevaron. En tanto que Tolkien se basó en las mitologías del Norte de Europa, Herbert, buscó su inspiración para Dune en las culturas y religiones de Medio Oriente. Entre éstas, figuran el Islam y el idioma árabe y también el hebreo y el judaísmo.
Arrakis, “el danzante”
Para empezar, el nombre del planeta donde transcurre gran parte del primer libro de Dune está tomado directamente del de un sistema estelar del mundo real. Este sistema, compuesto por varias estrellas, se llama Arrakis, nombre que procede del árabe ar-raqis (“el bailarín” o “el danzante”). Las observaciones de antiguos astrónomos le sirven así a Frank Herbert para vincular desde un comienzo su relato con el mundo árabe. En Occidente, este sistema recibe el nombre de μ-Draconis. Está ubicado en la constelación de Draco, y a una distancia de 89 años luz de la tierra. Herbert se tomó la libertad de tomar el nombre de este grupo de estrellas para ponérselo a su planeta ficticio, Arrakis.
Murmullos de la Tierra
La narración empieza con la llegada de la Casa Atreides a ese planeta. En particular, la trama se enfoca en el joven Paul Atreides, heredero del Duque Leto I, en quienes los nativos Fremen creen reconocer a un mesías largamente anhelado. Por ese motivo lo llaman Lisan al Gaib, una expresión tomada directamente del árabe. La primera palabra, Lisan, deriva de una forma protosemítica *lishan , que en acadio dio lishanum y en hebreo lashon. Hay ecos muy similares en esta raíz en lenguas etíopes y también, por préstamo o analogía, en el turco otomano y en las lenguas indostánicas. La segunda palabra, Gaib es aún más significativa: procede del árabe Ghayb “oculto, ausente o inaccesible”, un concepto fundamental para la cosmovisión islámica que alude a conocimientos o planos de la realidad inalcanzables para la razón y los sentidos humanos, y accesibles solo a la sabiduría divina. En el glosario de la versión impresa de Dune, el autor traduce la expresión Lisan al gaib como “La voz de Otro Mundo”; en el contexto de un imperio interestelar, este sobrenombre alude tanto al hecho de que Paul Atreides procede de otro planeta, como a la leyenda que lo señala como posible mesías. A lo largo del relato, Paul recibe muchos otros apelativos, todos de origen arabe. Por sus cualidades lo llaman Mahdi, que significa “llevado o guiado” por el camino correcto. Por sus virtudes ejemplares lo llaman Muad’Dib, del árabe muʼaddib, “educador o maestro”. Y finalmente, por su futura autoridad lo llaman Usul, forma plural del término árabe, que significa “base”, “origen” o “pilar”.
De Babilonia al hiperespacio
Pero quizá el nombre más curioso que recibe Paul Atreides es el de Kwisatz Haderach. Esta expresión proviene del misticismo judío. No alude a una persona, sino a la capacidad de vincular puntos distantes. Está tomado de una expresión en hebreo: kefitzat ha-derech, literalmente “saltar (o saltearse) el camino”, que remite a la capacidad de trasladarse instantáneamente de un punto a otro, sin importar la distancia entre ambos. En el Tratado Senedrín, 95A del Talmud de Babilonia se lee: “Los Sabios enseñaron cómo contraer el camino para acortar un viaje. Para tres individuos la tierra se contrajo, y cada uno llegó a destino rápidamente”. En hebreo moderno la raíz K-F-TZ está asociada a la noción de saltar. Sin embargo, en este contexto talmúdico, como señala L. Himmelfarb (Biblioteca Orienthalis, LXXII, 305), la expresión kefitzat ha-derekh connota “un acortamiento milagroso del camino”, o “el viaje a un lugar lejano rápida y milagrosamente”. Frank Herbert tomó este antiguo concepto, le cambió la pronunciación y lo convirtió en el nombre de un posible mesías capaz de tender puentes no solo en el espacio sino también en el tiempo.
Bene Gesserit
Otra facción que cumple un rol esencial en el relato de Dune es una misteriosa cofradía exclusivamente femenina denominada Bene Gesserit. Mediante un programa deliberado de matrimonios selectivos, cruzas genéticas y alianzas políticas, la Bene Gesserit tiene por objetivo engendrar al Kwisatz Haderach, el mesías arriba nombrado. Si bien para algunos el nombre Bene Gesserit remite a una frase latina, dentro del universo de Dune tiene innegables ecos semíticos. En la lengua de los nativos Fremen, Bene parece comportarse como un sustantivo neutro afin a la raíz semítica *b(i)n que en árabe da Bani o Banu y en hebreo Bne´i, “hijos de” o más genéricamente “descendientes de” con la connotación de clan o tribu. En cuanto a gesserit, el término parece derivar de la misma raíz semítica que dio en hebreo gesher, en arameo gisra y en árabe jisr (palabras que comparten el significado de " puente”). Si recordamos que la meta arriba enunciada de esta escuela es engendrar un mesías cuya conciencia expandida le permita tender puentes en el espacio el tiempo, el término Bene Gesserit puede estar perfectametne aludiendo al clan (Bene) cuyo objetivo es forjar ese puente (gesher o jisr).
Un tiempo para cosechar
Como puede verse, el autor de Dune toma palabras de distintas culturas. En la mayoría de los casos preserva su significado original, pero además las reintepreta: ya sea extendiendo su alcance, enfatizando distintas connotaciones. Tejiendo estas redes de significados, Frank Herbert logró crear un universo coherente en el que, para usar palabras de Tolkien, “tanto su creador como el espectador pueden entrar, para satisfacción de sus sentidos”. Denis Villeneuve ha logrado trasladar esa magia a la pantalla, y su película retrata con maestría ese universo imaginario. Es de esperar que en la próxima ceremonia, además de recolectar varias toneladas de la especia, Dune coseche también varios Premios Oscar.
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