
La cuadra más preciada
En pleno corazón de Recoleta conviven tres importantes piezas del patrimonio arquitectónico del país, cuyo valor merece ser reconocido
La actual Avenida Alvear, uno de los dos tramos del eje porteño de las embajadas, transformó su fisonomía a partir de la federalización de Buenos Aires. Las quintas fueron rápidamente reemplazadas por lujosas residencias. El desbordante eclecticismo, la importación de modelos y la inmigración de arquitectos y constructores la convirtieron en un repertorio de estilos europeos. Palacetes italianizantes, castillejos germánicos, mansiones victorianas, manoirs flamencos y hotels particuliers parisienses se alinearon creando un paisaje urbano diverso, pero armónico.
Hacia fines de los años veinte, cuando la imagen de la avenida parecía haberse completado, elegantes edificios de renta de estilo francés porteño fueron reemplazando estas residencias, pero sin quebrar el carácter y alterando apenas la escala del conjunto.
Los desenfrenados años sesenta y la propiedad horizontal se encargaron de modificar completamente el perfil de la avenida, en sintonía con lo que ocurría con el resto de la ciudad.
Unico módulo urbano sobreviviente de la ordenación espacial y estética de la avenida Alvear en su apogeo, la cuadra entre Rodríguez Peña y Montevideo hacia la calle Posadas alberga tres grandes piezas del patrimonio arquitectónico de la ciudad y del país. Este estupendo tríptico es un excepcional testimonio de la evolución en el gusto y en los estilos de la edilicia residencial porteña.
El muestrario didáctico y esencial ofrece el fantasioso alto victoriano del Palacio Hume, el plástico academicismo dieciochesco del Palacio Fernández Anchorena y el severo clasicismo del Palacio Duhau. El entorno privilegiado se complementa con el tardovictoriano Palacio Casey, sede de la Secretaría de Cultura de la Nación, y varios edificios de departamentos de calidad de los años veinte al cuarenta.
Residencia presidencial y cardenalicia
Inaugurado en 1909, el edificio ubicado en la esquina de la avenida Alvear y Montevideo había sido encargado por la familia Fernández Anchorena, que apenas lo habitó pues vivía habitualmente en París. En 1922 sus dueños lo pusieron a disposición de Marcelo T. de Alvear y su esposa, Regina Pacini, transformándose así en aristocrática residencia presidencial, en sintonía con el estilo que supo imprimir el presidente radical a su gestión.
Hacia fines de la década del veinte, el palacio fue comprado por Adelia María Harilaos de Olmos, acaudalada y emprendedora benefactora que realizó innumerables obras como el hogar Ambrosio Olmos en Quilmes, la neorrománica iglesia de la Medalla Milagrosa en Flores o la neogótica iglesia de las Esclavas del Corazón de Jesús. Harilaos de Olmos fue una de las principales patrocinadoras y organizadoras, junto a María Unzué de Alvear, del XXXII Congreso Eucarístico Internacional llevado a cabo en Buenos Aires en octubre de 1934. Por algunos días la capital argentina albergó a varios cardenales y arzobispos de distintas partes del mundo. Y las más espectaculares residencias porteñas, sobre el ya consolidado Embassy Row, los hospedaron.
Presagiando el futuro destino de la propiedad, el cardenal Eugenio Pacelli, futuro papa Pío XII, se alojó en la residencia de Harilaos de Olmos, que por la magnitud de las donaciones y la significación de las obras realizadas la hicieron merecedora del honorable título de Marquesa Pontificia, distinción a la que pocas mujeres argentinas pudieron acceder. El palacio que alberga desde inicios de los años cincuenta a la Nunciatura fue concebido por el arquitecto francés Edouard Le Monnier. Formado y diplomado en la Ecole Nationale des Arts Décoratifs de París, llegó a la Argentina en 1896 luego de trabajar en Brasil y se desempeñó como distinguido diseñador y profesor.
En la mayor parte de su obra trató de ensayar una pragmática vía entre academicismo y vanguardia. Dotado de una gran destreza en la composición de masas y volúmenes, en el diseño de detalles y motivos, hacía que cada una de sus obras se distinguiera y representara una imagen institucional con un particular sello.
Le Monnier, autor del Yacht Club de Buenos Aires y del Jockey Club de Rosario, entre otras muchas obras, puede ser considerado entre los más originales y creativos arquitectos de su generación que actuaron en la Argentina. Su talento y su destreza alcanzan su cumbre en el Palacio Fernández Anchorena, que refleja la nueva revivificación del clasicismo a principios del siglo XX. Adaptando magistralmente modelos de la tradición francesa del siglo XVIII, compuso un edificio de admirables proporciones, refinada plasticidad y excelentes calidades espaciales, que demuestra como pocos la íntima relación que existió entre el art nouveau y el revival Luis XV, basada en el común empleo de la línea curva, la ornamentación vegetal y el sutil engarce de superficies y espacios.
Esto se nota desde el juego cóncavo-convexo de la cour d´honneur , en el exterior, hasta el tratamiento de los logrados interiores, en especial el estupendo hall central. Alrededor de este espacio, probablemente el mejor foyer de la arquitectura argentina de la época, se organiza todo el edificio.
De planta elíptica, rodeado de columnas, con una escalera de honor de impostura modernista y coronado por una original cúpula rebajada provista de luz cenital, ofrece un juego espacial y lumínico magistral que demuestra la capacidad de Le Monnier para conmocionar al espectador a través de un sabio y rejuvenecido manejo de los elementos esenciales de la buena arquitectura y del repertorio clásico.
El resto de los salones se encuentra decorado a la altura de las calidades del edificio y conserva aún la totalidad de los muebles, objetos, cuadros y utensilios que pertenecieron a la última propietaria y donante del Palacio a la Santa Sede, la señora Harilaos de Olmos.
Como ningún otro ejemplo en la Argentina, el conjunto -edificio, mobiliario y jardín- de la Nunciatura, es uno de los testimonios más completos y valiosos del patrimonio argentino de la belle époque . A la altura del Palacio Errázuriz, superando incluso la integridad y autenticidad del conjunto del Museo Nacional de Arte Decorativo, amerita ser declarado también Monumento Histórico y Artístico Nacional. Cualquier intervención sobre este patrimonio debe ser encarada dentro de estrictos criterios internacionales de conservación y restauración, como los que rigen para la tutela de los bienes culturales que atesora el Vaticano, el Estado con más larga tradición en la materia.
Tríptico patrimonial
La valiosa cuadra de la avenida Alvear donde se levanta la Nunciatura cuenta con otras dos piezas excepcionales, fruto de las pasiones arquitectónicas de la familia Duhau. Una de ellas es la residencia que erigieron para algunos miembros de la familia a manera de imponente hôtel particulier , dividido en grandes departamentos por cada piso.
La arquitectura transcripta es aquella del castillo de Marais, ubicado en la región de Ile-de-France y construido hacia 1770 por el arquitecto Nicolas Barré. El modelo fue magistralmente adaptado al sitio y constituye un refinado ejercicio de pastiche que permitió el pasaje de las líneas de un castillo situado dentro de un gran parque a una residencia urbana entre cour y "jardin", flanqueda por edificios linderos de distintos estilos.
En los interiores, las referencias al castillo de Marais emulan el carácter de algunos ambientes del modelo a través de motivos o disposiciones de elementos arquitectónicos o decorativos similares, como en el caso del vestíbulo de acceso. Al tiempo de la construcción del edificio para residencia de Luis Duhau y su familia, la mansión adyacente perteneciente a los hermanos Alberto, Faustina y María, en la esquina de la avenida Alvear y Rodríguez Peña, fue también remodelada según los cánones estéticos de los Duhau. De estilo tardovictoriano, había sido construida por el ingeniero Alejandro Hume según proyecto del arquitecto británico Charles Ryder.
Consecuentes con la tradición francesa admirada, no alteraron el exterior del edificio, que aparecía así como el antiguo casco renacentista al que se agregaba el nuevo pabellón dieciochesco. Rediseñaron en cambio el jardín circundante, algunos de los salones de recepción y los cuartos privados también a la manera de las intervenciones Ancien Régime . Es decir, para actualizarlos desde el punto de vista estético, con relación a las colecciones de mobiliario y objetos, y en función de mejorar los estándares de confort y comodidad que dictaban los cambios en el gusto.
Estos dos edificios son parte de la saga arquitectónica concebida por Alberto Duhau y materializada por el arquitecto Léon Dourge. La misma se completa con otras varias obras.
La casa de departamentos de la esquina de Parera y Quintana que recrea en su interior la galería y hall de acceso del Palais Royal diseñados hacia 1760 para el duque de Orleáns por Pierre Contant d´Ivry. La gran propiedad denominada "Ivry" en Tortuguitas, concebida como sitio de retiro, descanso y fruición estética a la manera de pequeño Versalles. Pero también con una serie de tres edificios de departamentos que aparecen como un verdadero tour de force , donde los Duhau se avinieron a construir arquitectura de vanguardia dentro de un contexto entonces apenas abierto a la innovación.
La colección arquitectónica Duhau, aunque incompleta, ha dejado importantes piezas al patrimonio argentino. Los dos palacios de la avenida Alvear y la sede de la Nunciatura son obras excepcionales en sí mismas y forman parte de un conjunto que es necesario preservar en toda su integridad y autenticidad.
El reconocimiento de esos valores no puede hacerse esperar. Y sólo se conseguirá incluyendo los tres edificios en la lista de monumentos de mayor valor de la Nación y de la Ciudad de Buenos Aires.
(En la próxima entrega, las embajadas de Brasil y Francia y la plazoleta Carlos Pellegrini).