La crítica como estética
Un documental ficcional de Nicolás Guagnini y Karin Schneider, que se proyecta en el Museo de Arte Moderno, renueva la estrategia borgiana de crear a partir de otras creaciones.
NO se sabe bien si la historia de Union Gaucha Productions comenzó con el film Miembro fantasma , o si fue al revés. En todo caso, el entusiasmo por el primer resultado afianzó la idea de los autores-productores de seguir adelante. Nicolás Guagnini (Argentina) y Karin Schneider (Brasil) presentaron la película hace dos semanas en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, previas funciones en Nueva York -donde viven- y Río de Janeiro, y en todas partes el éxito del público y la crítica acompañó a la sorpresa.
La pareja concibió un guión estrictamente visual, mudo y en blanco y negro, a partir de las imágenes de diferentes obras de artistas constructivos de Polonia -el Unicismo de Strzeminski, Kobro y Stageski-, Brasil -el neoconcretismo de Clark, Oiticica y Camargo- y la Argentina -el Perceptismo de Lozza y el Concretismo de Iommi y Maldonado-. Eso es casi todo lo que se ve a lo largo de veintidós minutos, con excepción de algunos ejemplos de arquitectura, un par de animales y miembros de una tribu en trance.
La primera aproximación al film, claro, puede resultar confusa. Como sucede con la lectura de casi todos los libros de Borges, la enciclopedia del lector medio quizá no sea suficiente para decodificar las numerosas claves que propone esta obra. Pero precisamente, Schneider y Guagnini -que venían reflexionando desde hacía tiempo, y por caminos separados, sobre el desarrollo de las artes en sus respectivos países-, especulan con la competencia del espectador de la manera en que lo hizo Borges, sólo que por medio de otro lenguaje. Lectores voraces, articulan un montaje cuya elaboración se basa en la densidad conceptual e informativa de cada plano.
Siguiendo una estrategia típica del autor de Ficciones , ellos hacen arte de la crítica: el recorrido que efectúan sobre las corrientes constructivistas periféricas es una forma de leer la historia del arte, aunque de manera muy subjetiva y sin elaborar conclusiones. Mucho se ha pensado y mucho de eso se dice por medio de las imágenes, pero en definitiva, como en un film narrativo con final abierto, los autores no dan su veredicto.
Miembro fantasma no es un documental informativo, ni un ensayo de crítica de arte, sino un documental ficcional, un género que Guagnini y Schneider, artistas y críticos al mismo tiempo, manejan con comodidad. Sin duda el film funciona en parte como un catálogo: casi todas las obras polacas que se ven fueron filmadas directamente en el depósito del Museo de Arte de Lodz, y muchas de ellas no se habían mostrado en años. Probablemente, además, Miembro fantasma sea el primer registro fílmico de esas obras, así como el primer documento en el que los Bichos de Lyga Clark -piezas formadas por planchas de metal articuladas- se exhiben en movimiento.
La hipótesis original de los autores apuntaba a demostrar cómo las corrientes marginales del constructivismo habían derivado, casi sin solución de continuidad, en un arte orgánico y del cuerpo. En el caso de Brasil, por ejemplo, el neoconcretismo de Oiticica, sin presentar rupturas, había continuado en los parangolés, formas geométricas para vestir y poner en movimiento con el cuerpo. Por esta misma razón, elefantes marinos y pingüinos irrumpen en medio del film: las formas geométricas se corresponden con las naturales. Una vista del Palacio Barolo se explica en el mismo sentido: es uno de los exponentes de arquitectura con elementos geométricos-orgánicos más descollante de Buenos Aires.
Schneider agregó a esto una escena en la que un grupo de indígenas se mueven y bailan en estado de trance. Inmediatamente el espectador lo relaciona con otra imagen en la que varias personas bailan vestidas con parangolés: son los contextos los que explican esas extrañas equivalencias.
La ficcionalización encuentra en el humor uno de sus recursos más efectivos. En un pasaje del film, Lozza está por colgar en la pared de su taller uno de sus trabajos perceptistas, pero finalmente decide colgar una bolsa, luego interpela a la cámara, sonríe, y hace mutis por la derecha.
De igual manera son elementos ficcionales la estética "retro" de la película -que los artistas obtuvieron gracias a una cámara rusa, desecho del comunismo, que produce una imagen muy granulada-, la filmación con trípode fijo, el uso de una sola luz -lo cual otorga a las obras un carácter metafísico, por la densidad de las sombras que aquéllas proyectan- e incluso la ausencia de sonido.
El montaje, por otra parte, fue armado a partir de analogías formales y no con lógica historiográfica. La película se apoya fundamentalmente en los códigos propios del cine y la plástica, y en lugar de pretender una lectura lo más objetiva posible del tema, lo manipula, lo transforma y lo recrea. De aquí que sean tan ambiguos los límites entre teoría y ficción.
Al debut de Guagnini y Schneider en cine con Membro fantasma (1997-98) le siguieron dos nuevos títulos: The End (1998) y La vida de Infra-Tunga (1999), también dentro de la tipología del documental ficcional. Para los autores, el cine es el espacio ideal donde todos los lenguajes pueden cruzarse. Por eso sueñan con impulsar el desarrollo de producciones interdisciplinarias, algo que en América latina aún es un territorio poco explorado.
( Hasta el 22 de este mes, en el Museo de Arte Moderno, Av. San Juan 350. )