La Constitución, según Roux
El destacado pintor trabajó tres años en la obra que se presentó anoche; "es un llamado a tomar conciencia", dijo
Corta el aliento. Guillermo Roux abre la puerta de su taller minimalista blanco y negro, y su obra La Constitución guiando al pueblo penetra los sentidos como un beso apasionado.
Como si se tratara de un principiante, el maestro Roux espera los comentarios de LA NACION sobre ese cuadro de siete metros por tres y medio que parece un mural. Pero no salen palabras: la obra, de tan perfecta, corta el aliento.
Y tiene un movimiento vertiginoso, colores elaborados con la minuciosidad de un obsesivo, rostros serios, pero sin tristezas, y una mujer en el centro, vestida de blanco, sensual, con los pechos bellos, que es la única que parece caminar: "ella", la que no tiene nombre en el cuadro, es la Constitución, femenina, cálida, firme, irreductible, deseable, como debe de ser la suma de los derechos de un país.
"Estuve trabajando en la obra tres años sin parar, a veces, hasta ocho horas por día -cuenta Roux, de 81 años, en forma exclusiva a LA NACION-. Para mí fue un honor que el presidente de la Legislatura de Santa Fe, Eduardo Di Pollina (ver aparte), me ofreciera hacer la obra y, aunque sabía que a mi edad era una aventura, nunca dudé en realizarla. Y comencé los bocetos rápidamente."
Dicho así, parece fácil, pero en el taller de Roux se aprecia el trabajo del maestro para llegar a la obra: varias maquetas, maniquíes en miniatura vestidos como luego estarían en la tela, frascos de colores con el nombre del personaje que iba a inmortalizar y el equipo de música por el que Chopin o Mozart lo ayudaban al pincel con el piano.
Un montacarga eléctrico, donde cabe una silla; una mesa pequeña para poner la paleta, y los pinceles, acompañan a Roux hasta el cielo del cuadro, que es gris, porque representa al río Paraná, y más abajo los colores de la Bandera y ese pueblo en movimiento que quiere que los derechos se cumplan.
¿Por qué no hay sonrisa en los rostros? "Porque no es ni una manifestación ni un piquete, es un llamado a tomar conciencia. Es el pueblo que entra a su casa, la Legislatura, a exigir que se cumpla con lo que marca la Constitución", dice Roux.
¿Y esos rostros? ¿De dónde salieron? Porque no son próceres, claro que no. "Son gente común -dice-, gente que vi en la calle y otros son personajes que usted conoce. Mire", invita el maestro.
Y entonces aparece el rostro, bien atrás, con la boca abierta, el único en posición de hablar. "Soy yo -dice-, es un autorretrato y estoy gritando que nos escuchen y que legislen bien, grito: «Constitución». Y en la punta derecha está Franca -su mujer desde hace 40 años- y Mary, la asistente..."
También hay modelos profesionales, aunque el "Centro", es decir, la Constitución, es una junta de muchos rostros, de facciones amigas, conocidas y desconocidas, lo mismo que el cuerpo armonioso.
Roux está orgulloso de su obra. Se sienta y la mira desde lejos. "Ves que todos están vestidos en forma común. Los pinté como venían a posar porque no quería ninguna distinción de clases sociales."
-¿Está conforme?
-Qué pregunta. ¿Cuándo uno está conforme? La obra me gusta mucho; sí, me gusta. Mirá, hice traer el lienzo de Bélgica, es lino puro sin costuras; y la pintura, de Francia, es una témpera vinílica que no se disuelve con el agua.
-¿La mujer que usted llama "Centro" siempre fue así?
-No, al principio ella venía con un cartel, que llevaba escrito parte del Preámbulo. Pero al final me decidí por las cintas. Si te fijás, es la única que tiene movimiento, que tiene un pie en el aire como para entrar.
-¿Logró lo que se propuso?
-Sí. Quería un lenguaje claro, contundente y para todo el mundo. Yo no estoy trabajando para la crítica. Y lo hice porque siento que es el momento del país para decir algo.
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