La conciencia del horror
EL HEROE SIN NOMBRE Por Rodolfo Rabanal-(Seix Barral)-240 páginas-($ 37)
"¿Los límites de mi lenguaje son los límites del mundo?", se pregunta el protagonista de El héroe sin nombre , novela de Rodolfo Rabanal que transcurre en el momento acaso más literalmente "siniestro" de la última dictadura militar: los meses previos y posteriores al campeonato mundial de fútbol de 1978. La frase, que puede pasar inadvertida en el flujo copioso de incidentes y reflexión, implica una de esas iluminaciones que tuercen para siempre cualquier vida. Y en otro plano, confirman la vigencia de una de las principales preocupaciones de Borges, la relación entre "las palabras y las cosas" (esto es: la polémica entre "idealismo" y "realismo"), al momento de entender, desde nuestro presente aún contaminado por sus efectos, uno de los momentos más complejos de nuestra historia. Así como en un cuento borgiano a una sociedad secreta le bastaba inventar un mundo imaginario e insertar su descripción en una enciclopedia para que ese mundo, poco a poco, empezara a existir en la mente de los lectores y en su realidad; así, pero en sentido contrario, el trabajo de una imaginación poética como la de Rabanal se propone señalar lo que cada sistema político tiene de artificio humano, y al poner palabras a su secreto, invalidar las bases de su siniestro poder sobre nuestras vidas.
En El héroe sin nombre , la frase citada (cuya significación reaparece, como un eco cada vez más profundo y más complejo, en otras frases: "yo veo cosas que otros no ven", "no hay forma de medir la dimensión del presente", etcétera), es el fruto de una experiencia interna y muy compleja, pero que acaso podría presentarse de la siguiente manera. El protagonista, Pablo, un escritor "en el medio del camino de la vida", perteneciente a la burguesía porteña y desde hace tiempo varado en una especie de bloqueo emocional que recuerda en cierto modo al de El extranjero de Camus, inicia una relación con la médica que atiende a su padre anciano. En principio, es la pasión por Ana María Rhyge lo que empieza a sacudirlo en su anestesia para el placer y el dolor, que pronto reconoce como el "síntoma" de la mayoría de sus conciudadanos, y cuya última razón es el miedo. (En este sentido, es un hallazgo notable la figura del padre paralizado e incapaz de expresarse, como si precisamente por haber quedado fuera del mecanismo social fuera su representante emblemático.)
Pero lo que termina de sacudir y desbaratar la visión del mundo del protagonista es el caso, conocido al poco tiempo, del hermano de Ana María, "desaparecido" durante un año y ahora preso en el penal de Rawson, donde "vive como suprimido"; su vía crucis y el de los familiares que lu chan por verdad y justicia abren en Pablo la posibilidad del dolor, y el dolor va forjando una conciencia que podría llamarse política en el más amplio de los sentidos: el que, como en el cuento de Borges, se confunde con la metafísica. Desde entonces, bajo la superficie visible de eso que los medios llaman eufóricamente "realidad argentina", Pablo percibe, no como un magma informe, sino como un mecanismo perfecto y esencial de la máquina social, algo tan intolerable que sólo puede nombrárselo por sus efectos: el horror. Y durante un invierno en Mar del Plata, ciudad adonde se ha retirado a escribir un ensayo sobre la Divina Comedia, finalmente se decidea actuar para salvar a un grupo de perseguidos. Con esa decisión dejará de ser un simple testigo y será un "héroe sin nombre": no sólo porque -y éste es el postulado más revulsivo del libro- demuestre que en esos años era posible otro comportamiento que la obediencia o la negación; no sólo porque la comunidad que lo rodea carece de palabras para nombrar lo que ha hecho, sino porque al pasar a integrar la lista de "los hundidos", su voz ya no podrá ser confundida con la de los que retornen como Dante, ni imaginada completamente, acaso por los poetas. Llegado a ese lugar único del que habla Primo Levi, el héroe hablará por su silencio; pero ese silencio nos permite reconstruirnos en otredad y quizá en belleza; en esa opción suya por el silencio reside su legado y nuestra deuda.
Como se ve, la trama -cuidadosamente urdida como un thriller que evita los recursos más fáciles del suspenso pero sin dejarlo caer un solo instante- trata de hacer, en un segundo nivel, la historia de una percepción: de cómo el ciudadano argentino común fue tomando conciencia de esa "máquina de la muerte"; y de cómo prefirió, o bien seguir vinculado con ella, obstinadamente atrincherado en esa "negación al pensamiento" a que Hannah Arendt atribuía la perpetuación del Mal en el poder, o bien reinventar los lazos sociales y "darse" en solidaridad, dispuesto a pagar cualquiera de los precios. Pero en un tercer nivel, aun más profundo, El héroe sin nombre hace un aporte importante al modo en que, a lo largo de treinta años, nuestras ficciones han tratado de dar cuenta del horror. Aunque tan lejos de las parábolas de una Griselda Gambaro o de una Angélica Gorodischer, como de las metáforas de fondo histórico de un Belgrano Rawson o un Andrés Rivera, Rodolfo Rabanal también parece desconfiar de las categorías canónicas de la literatura realista. En algún sentido, El héroe sin nombre toma su forma de los textos de ese estadio que el siglo XIX habría llamado "prenovelesco": cuadernos de notas, citas aisladas de pensadores que ayudan a ir un poco más allá en su camino de descubrimiento, cartas enviadas por víctimas y familiares desesperados, y hasta gestos y síntomas de los cuerpos torturados por su propia incapacidad de decirse: casi el material de que está hecho un "inconsciente colectivo" que clama por una estructura nueva que le adjudique un sentido distinto. En segundo lugar, Rabanal apenas si utiliza el recurso básico de la narrativa realista: la acumulación de pormenores, de detalles específicos; no porque quiera dotar a personajes y espacios de una dimensión alegórica, sino porque, acaso, como enseña Arendt, el objetivo realizado de los regímenes totalitarios es la supresión de la diferencia, la aspiración a abolir la imprevisibilidad que es el rasgo distintivo de la dignidad humana, y el lector tiene la impresión que hacia 1978, en una Argentina uniformemente eufórica por los triunfos deportivos, hay seres humanos muy "reales" que reflejar. Por último, señalemos que Rabanal elige contar en tiempo presente; una elección inquietante porque, más allá de las justificaciones narrativas, permite reconocer, de manera continua, identidades y correspondencias entre ese pasado y el tiempo actual, entre aquella sociedad y la nuestra.
En verdad, El héroe sin nombre es una obra mucho más compleja que cualquier novela de "reconstrucción histórica". Su principio rector es aquel que aún sigue salvándonos: considerar que el pasado es, ante todo, una entidad actual, que influye en nuestros actos, y que podemos modificarlo; no "para que no se repita" en un futuro, como suele machacarse con una confianza por lo menos candorosa; sino para que, viéndolo desde una perspectiva nueva, podamos dejar de obedecer hoy, ya, cuanto antes, a las últimas órdenes de aquel antiguo corazón de tinieblas.