La cocina de un Nobel: una voz crítica del poder
Visita a la alterada intimidad de Svetlana Alexiévich
MINSK.- "¡Qué catástrofe!", exclama Svetlana Alexiévich al abrir la puerta de su departamento con vista a un lago en Minsk. La premio Nobel de Literatura 2015 no se refiere a las catástrofes reflejadas en su obra, como la II Guerra Mundial o la experiencia bélica soviética en Afganistán, el accidente de Chernobyl o el desmoronamiento de la URSS. Este mediodía estamos ante una "catástrofe en tono menor", entendiendo por tal el barullo en el que vive la escritora desde que le concedieron el premio, el jueves pasado.
"Espero que exista un después de la catástrofe", le digo para conducirla a su obra. "Sí, pero esta etapa será muy larga y nadie sabe cómo va a acabar", afirma mientras entramos en la pequeña cocina, decorada con cuadros y cerámicas, que no parece haber cambiado desde que la visité en 2001, en vísperas de unas elecciones presidenciales en Bielorrusia. Catorce años después, están la misma cocina y el mismo presidente: Alexander Lukashenko, quien volvería a ganar dos días después de este encuentro. Le preocupa Rusia. "Ya ve lo que sucede con el pueblo ruso. Se puede esperar cualquier cosa", dice sobre sus inquietudes.
"Hace cinco o seis años, cuando hablaba del nacionalismo ruso nadie me creía." No obstante, puntualiza: "Tenemos varias Rusias".
Alexiévich se pone a preparar café. "El tercer mandato de Putin nos ha sacado del romanticismo de los años noventa", afirma. "Han cambiado el país, han engañado al pueblo y les es fácil orientarlo como quieren", sentencia. "Me refiero al militarismo antioccidental", agrega.
"Cuando iba a Rusia a buscar material para mi último libro, vi que el pueblo estaba engañado, que era agresivo, que eso acabaría mal, pero nadie esperaba que viéramos cómo la época soviética vuelve y se apodera del país que intentaba comenzar una nueva vida."
"Antes la finalidad era conservar el imperio, pero no sé cuáles son la lógica y los motivos de lo que sucede ahora", dice, refiriéndose a la política exterior rusa. La inquietud de Alexiévich se debe a "lo rápido que se ha podido darle marcha atrás a esta máquina".
"En los noventa pedíamos libertad y la gente callaba. No estaba preparada para el cambio. Llegaron la violencia, la degradación moral, y cuando Putin de repente apretó el botón más primitivo, el pueblo se puso a hablar, y cuando habló, a todos nos dio miedo", afirma.
En el transcurso de la entrevista llega un diplomático alemán con fotógrafa y traductora. "Pasen, por favor, pero cierren la puerta, que estoy resfriada", les avisa la Nobel. "Perdone que estoy en ropa casera", se excusa.
"En nombre de la embajada alemana... ¿Ha recibido ya el telegrama del ministro [Frank Walter] Steinmeier?" Sí, lo ha recibido. "He leído que va a escribir un nuevo libro", inquiere el diplomático. Los teléfonos no paran de sonar.
Los alemanes sacan la cámara. Registran la entrega de un ramo de flores a la Nobel en su recibidor. "No he dormido bien", se excusa Alexiévich, pero ya están los flashes iluminando el vestíbulo que da paso a su estudio y a la cocina.
Alexiévich, que iba a viajar a Berlín el fin de semana pasado, promete al diplomático una conversación tranquila cuando regrese a Minsk, para redactar el discurso de la ceremonia del 10 de diciembre en Estocolmo y para "el pequeño secreto" de confeccionarse ropa para el evento.
"Gute reise" ("buen viaje"). El diplomático desaparece y regresamos a la cocina. Alexiévich es consciente de la responsabilidad de su discurso en Estocolmo.
Afirma que está en contra de las revoluciones, que hay que encontrar un camino sin sangre y que los bielorrusos tienen una tradición de tolerancia.
Suena el timbre. Un amigo viene a llevarse los cestos de flores que van inundando el piso de la Nobel. El ministro de Exteriores de Suecia, Carl Bildt, recién llegado de su país, advierte, está esperándola. Hablamos del "mundo ruso", del "otro mundo ruso", del "bueno", de aquel que sus admiradores le proponen encabezar.
Conversa sobre la lengua bielorrusa, que según Alexiévich está en un gueto. "Había un liceo bielorruso, uno solo, pero Lukashenko lo suprimió y sólo se licenciaron un par de docenas de personas", afirma en referencia a una prestigiosa escuela fundada en Minsk para la educación en la cultura de Bielorrusia.
Los debates de Alexiévich con los sectores nacionalistas bielorrusos se han mitigado. "Antes parecía que resolviendo el problema de la lengua se resolverían todos los demás, y mientras nosotros discutíamos sobre la lengua, llegó al poder Lukashenko. Siempre opiné que primero era la democracia y luego la construcción del Estado nacional, pues de lo contrario otros llegarían al poder, y así sucedió."
Opina Alexiévich que sus obras no pueden calificarse de pesimistas, aunque "se puede decir que tenemos una cultura de dolor y tragedia, una experiencia de la vida trágica, y que las víctimas y los verdugos están mezclados".
La estudiosa del "alma humana" configurada en la época socialista pronostica que las secuelas de esa época durarán "diez años por lo menos". Sus viajes por su ex país (Rusia y los países de la antigua URSS) la convencieron de que "no hay ningún fundamento para el romanticismo".
El café se queda sobre la mesa de la cocina. "Lástima. Es un café muy bueno", dice Alexiévich. La Nobel se cambia rápidamente de jersey y sale al encuentro del ministro sueco.
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