La catedral de Milán, una demandante y costosa relación de amor de 637 años
Protagonista indiscutido de una ciudad distinguida, el Duomo exige constantes cuidados desde 1368; está construido en un raro mármol de reflejos rosados que se quiebra sin avisar
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MILÁN.- Aunque la ciudad también sea hogar del célebre Teatro de La Scala, la catedral de Milán es la reina indiscutida y el emblema más querido de la capital de la moda y las finanzas de Italia. Pero el Duomo, como se lo conoce, también ha sido un ícono extraordinariamente demandante durante seis siglos, que exige mantenimiento y cuidados constantes básicamente desde que empezó su construcción, en 1386.
La catedral, con las 3400 estatuas y tallas que adornan sus infinitos recovecos, con sus arbotantes, sus pináculos y sus chapiteles, está íntegramente construida en un raro mármol de reflejos rosados que se extrae de una única cantera de las laderas de los Alpes, unos 100 kilómetros al norte de la ciudad.
La excepcional belleza de esa piedra responde a sus características físicas y químicas, pero a esa maravillosa tonalidad también se debe su mayor debilidad: es un mármol particularmente frágil. “El mármol se quiebra sin avisar”, dice el ingeniero Francesco Canali, director de obra de Veneranda Fabbrica del Duomo, la asociación responsable de la preservación y restauración del monumento desde 1387. Las vetas del mármol contienen vestigios de materiales ferrosos, y cuando esas vetas o las fijaciones de hierro que desde hace siglos unen las piedras se oxidan, se expanden y hacen estallar el mármol “en pedacitos”, explica Canali.
A eso se agregan los problemas de contaminación y cambio climático. “La interacción con el medio ambiente tiene consecuencias profundas”, dice el ingeniero. Las olas de calor que en los últimos veranos batieron todos los récords hicieron que las diferencias de temperatura entre las partes de la catedral más expuestas al sol y las que están siempre en sombras sumaron presión a la estructura del edificio. Los agentes contaminantes, como el óxido de nitrógeno y el dióxido de azufre, se acumulan sobre el mármol en forma de costras negras, “como el sarro de los dientes que preanuncia una caries”.
El costo de toda esa limpieza y mantenimiento siempre fue elevado, y ahora la catedral, “que es propiedad de los milaneses”, como le gusta decir a su arzobispo, Gianantonio Borgonovo, quiere incrementar la ayuda del sector privado para cubrir parte de esos gastos imparables. Así fue que lanzaron el programa “Adopte una estatua”, que permite que las empresas financien la restauración de alguna de las miles de esculturas del Duomo, a cambio de llevársela a la sede empresaria para lucirla durante tres años.
Oficialmente, las obras de construcción de la catedral terminaron en 1965, después de 579 años de su inicio, lo que ayuda a explicar el origen del proverbio italiano para las cosas que no se terminan nunca: “Es como la construcción del Duomo”. Sin embargo, la constante necesidad de mármol para las obras de reparación es una excelente noticia para la cantera de Condoglia, un villorrio de 200 personas que ha logrado subsistir gracias a su único cliente. “Siempre hay muchísimo trabajo”, dice Marco Scolari, que supervisa la cantera y sus dos laboratorios de restauración de mármol, uno en Candoglia y otro en Milán.
Los expertos de Veneranda Fabbrica monitorean de cerca la salud estructural del Duomo: el edificio está íntegramente cableado con sensores que arrojan mediciones digitales de distinto tipo en tiempo de real, “como un electrocardiograma permanente”, ejemplifica el ingeniero Canali.
Además, dos veces al año la estatuaria y los elementos decorativos de la catedral son revisados personalmente por trabajadores especializados colgados de grúas, que los inspeccionan en busca de grietas o fisuras. Cuando es necesario reponer alguna pieza, actualmente el mármol se trabaja previamente con máquinas, pero a continuación sigue siendo imprescindible la intervención de los trabajadores calificados de la piedra, que deben replicar el trabajo manual de escultores muertos hace siglos. “La mano humana es esencial”, dijo Scolari.
Fabio Belloni, tallador de piedra del laboratorio de Milán, cuenta que una vez se pasó 18 meses trabajando en un solo bloque en la fachada de la catedral. “Hay que conocer bien el material, saber dónde poner las manos: no hay margen para el error”, dice. “Hace falta mucha paciencia, porque un solo paso en falso te puede hacer perder meses de trabajo.”
Gran parte de la mampostería decorativa del Duomo data de los últimos dos siglos, una vorágine de actividad que arrancó con la finalización de la fachada por insistencia de Napoleón Bonaparte, que quería tener un escenario majestuoso para su coronación como rey de Italia, en 1805.
A los milaneses de aquella época no les gustó la fachada, pero siguieron amando su catedral. De hecho, los trabajos de Veneranda Fabbrica fueron subvencionados durante años por las donaciones y legados de milaneses ricos, pero también de vecinos de recursos más modestos, que depositaban objetos de valor en alcancías ubicadas en el sitio de construcción para que luego fuesen subastados.
Hace apenas un siglo, en la terraza del Duomo había un café donde los milaneses se reunían a socializar y chusmear. Y a nivel del suelo, los obreros que trabajaban en la construcción de la catedral descubrieron que el azafrán que usaban para teñir de amarillo los vitrales podía tener un sabroso destino secundario si lo agregaban a las ollas de arroz que cocinaban para el almuerzo: así nació el “risotto alla Milanese”.
“El Duomo siempre ha sido la casa de los milaneses”, dice Fulvio Pravadelli, director general de Veneranda Fabbrica.
A lo largo de los siglos, cientos de las estatuas y decoraciones debieron ser reemplazadas, y los gastados originales terminaron en una especie de cementerio en las afueras de la ciudad.
Los talladores de piedra en Milán y Candoglia pueden tardar meses en replicar incluso la decoración más pequeña, pero dicen que el esfuerzo vale la pena. “La belleza de nuestro trabajo es extraer de una pieza de mármol algo que antes no estaba ahí”, dice Paolo Sabbadini, escultor del laboratorio de Candoglia, y agrega que cuando tiene que replicar una pieza muy desgastada no tiene más remedio que agregarle algún toque personal, aunque sabe que a tantos metros de altura es muy poco probable que se note, ni siquiera con un zoom. “Pero en teoría no estamos trabajando para nosotros mismos”, agrega Sabbadini. “Hay que hacerlo bien aunque no llegue a verse. De lo contrario, no tendría el menor sentido estar acá.”
(Traducción de Jaime Arrambide)