La Cancillería mira a la Bienal de Venecia
La Argentina presentará obras de los artistas Leandro Erlich y Graciela Sacco
Otra vez las buenas noticias llegan del lado del arte. Finalmente, la Bienal de Venecia, en su 49a. edición, será algo más que un dolor de cabeza para los argentinos.
Tras muchas idas y venidas, y con el impulso del canciller Rodríguez Giavarini, la encargada de asuntos culturales del Palacio San Martín, Teresa de Anchorena, anunció ayer que la Argentina tendrá un lugar en el edificio de correos, el antiguo Fondaco dei Tedeschi, ubicado a metros del Puente del Rialto, en Venecia.
"Se trata de un gran esfuerzo en un momento económico difícil. No pedimos más recursos al gobierno, pero los conseguimos de los empresarios, de los amigos y de los artistas", dijo en rueda de prensa la embajadora Anchorena.
Subrayó la necesidad de cooperación en proyectos culturales que tienen repercusión política. Venecia es el mayor escenario de arte del mundo y se cumplen cien años del primer envío argentino. Fue allí que la obra de Antonio Berni recibió el espaldarazo definitivo, cuando su serie de grabados inspirados en la antológica Ramona Montiel conquistó el mayor galardón del certamen.
Otras prioridades y la falta de continuidad en las políticas culturales fueron determinantes para que nuestro país perdiera años atrás el pabellón que ocupaba en los Giardini, un bucólico emplazamiento que concentra la crema de lo que se exhibe en la Bienal. Sin embargo, el nuevo criterio curatorial, intenta, como ocurre en la Documenta de Kassel (Alemania) involucrar otros escenarios alternativos.
Uno de ellos será el Fondaco dei Tedeschi donde se verá "La piscina", de Leandro Erlich. La obra de Graciela Sacco, también seleccionada por la curadora Irma Arestizábal, tomará como soporte a la ciudad en su totalidad.
Desde el 10 de junio y hasta el 4 de noviembre, Venecia será un desfile continuo de artistas, críticos y coleccionistas. La recuperación de un espacio propio es el primer paso de un programa más ambicioso que hace soñar al equipo de la Cancillería: comprar un palazzo.
Ayer, tal vez para aguzar la curiosidad de los presentes y animar a los posibles mecenas, la embajadora Anchorena comentó que "tiene uno en vista que vale 2,2 millones de dólares. Es un lugar magnífico, con pinturas del siglo XVIII, que podría convertirse en un espacio para recibir becarios, artistas e investigadores".
La estrecha relación, que cada día anuda con más firmeza los programas culturales, con el turismo, la gastronomía y el tiempo libre, hacen pensar que un proyecto de esa naturaleza bien podría ser autosustentable.