La calidad de siempre, la comodidad de hoy
Dinosaurios. Medios tradicionales. Vieja prensa. Consumo de elite. Símbolo de una época. El pasado. Pasan los años y la lista es cada vez más larga: los diarios no hacen otra cosa que acumular pronósticos sombríos y adjetivos perecederos.
Sí. No cabe duda de que han perdido centralidad y penetración. Hoy nos informamos de mil maneras. Vivimos en plenitud la era de los medios electrónicos y al ritmo vertiginoso de la urgencia, efímera, de las redes sociales.
Los diarios ya no son el león de la selva que dominó durante décadas el ecosistema informativo. La competencia es infinita. Las plataformas y los emisores con los que los lectores comparten su tiempo son tantos y están tan al alcance de la mano que sería imposible enumerarlos.
Pero allí están ellos. Elegantes, sobrios, cuidadosamente editados. Cumpliendo, como voz autorizada que acredita décadas de informar con precisión y seriedad, su misión ordenadora, instructiva, de jerarquizar lo importante y descartar aquello que no vale la pena.
Indiferentes a cualquier profecía, conviviendo armónicamente con un sistema integral donde confluyen el papel, la web, la televisión y los eventos en streaming, entre tantos otros canales.
Con el menú de siempre: información de primera mano, análisis de calidad, interpretación bajo la firma de sus grandes plumas, investigación rigurosa, humor, opinión plural y el reporte desde el lugar de los hechos, ya sea Washington, Roma, París, Madrid, Río de Janeiro, Caracas, Santiago de Chile o Montevideo, por citar las ciudades donde LA NACION tiene periodistas asignados.
Los diarios están más vivos que nunca, sostenidos tanto por sus lectores de la versión en papel, que en el caso de LA NACION desde el 4 de enero de 1870 alcanza hoy 53.729 ediciones, como por la creciente legión de suscriptores digitales que adhiere a ese compromiso con un modo de informar, basado en el chequeo, la compostura y la defensa a rajatabla de ciertos valores esenciales en una democracia republicana.
Cuando uno lee LA NACION sabe qué principios estarán siempre en alto: la independencia de la Justicia, la división de poderes, la libertad de expresión y el combate de cualquier práctica violenta que atente contra la convivencia general.
Cuando se lee LA NACION se sabe bien qué se lee. Una anécdota sirve para confirmarlo. Años atrás, semanas antes de reducir el tamaño de las ediciones de lunes a viernes, Poliarquía Consultores fue la encargada de verificar entre lectores de diversos matutinos, mediante testeos y focus groups, el grado de aceptación que podía recibir el nuevo formato.
La respuesta fue asombrosa. Por dos razones. En primer lugar, la versión reducida mereció tal nivel de aprobación que sorprendió a los propios autores del relevamiento. “Nunca vimos algo así”, llegó a decir uno de los encuestadores ante el notable 95 por ciento de consenso.
Pero lo más novedoso surgió al momento de presenciar aquellos focus groups. Enfrentados a varios ejemplares que yacían en una mesa del en ese momento inédito tamaño berlinés, grupos de entre 5 y 10 personas parecían no demasiado conmovidos. “Está bien, pero espero que no cambie lo otro”, dijo uno. “Sí, que LA NACION no deje de ser LA NACION”, agregó una mujer, como despreocupada.
Los investigadores debieron indagar a qué se referían. Las respuestas no tardaron en llegar. “Queremos que LA NACION siga contando las cosas que ocurren tal cual son”, “puedo coincidir o no gustarme tal o cual columnista, pero los hechos por un lado y las opiniones por el otro”, “los hechos para mí son sagrados, la interpretación es libre”, expresaron. Lo que esos ciudadanos no estaban dispuestos a negociar era el valor irrenunciable, tan propio de la prensa anglosajona, que significa transcribir los acontecimientos tal como se presentan ante nuestros ojos, sin insinuaciones ni prejuicios. Hacer periodismo, sin más.
Cuando uno lee LA NACION sabe qué principios estarán siempre en alto: la independencia de la Justicia, la división de poderes, la libertad de expresión y el combate de cualquier práctica violenta que atente contra la convivencia general. Así como la lucha contra los abusos de poder, la arbitrariedad en los manejos del Estado, y la corrupción y las mafias.
Símbolo de distinción y prestigio, los diarios ratifican hoy su vigencia solapando sus ediciones en papel, verdadero libro de actas de lo más importante sucedido el día anterior, con el incesante minuto a minuto de sus webs, que adaptan sus lenguajes y visualizaciones para este mundo convulsionado, ávido de datos y referencias destiladas, lleno de interrogantes y atravesado por una pandemia que lo trastoca todo.
Así, LA NACION atraviesa tres siglos de existencia mirando hacia adelante. Lista para una sociedad que sigue preguntándose cosas pero que quiere las respuestas ya.
Llega el berlinés al fin de semana. Con la calidad de siempre y la comodidad de hoy.
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