La busca de la perfección
Las cartas de Alejandra Pizarnik, recopiladas por Ivonne Bordelois y Cristina Piña, muestran sus facetas más desconocidas: la generosidad con sus colegas, su sentido del humor y la obsesión por la pureza del poema
"Usted lo dice perfectamente: 'mis terribles experiencias' deben ser recubiertas por los signos de la poesía. Sí, hay que recubrir con poemas las desgarraduras, las fisuras, los agujeros, todo lo que alude a la presencia de la ausencia (o del ausente)." La carta escrita y nunca enviada a Jean Starobinski da testimonio de la experiencia de sacrificio de la propia subjetividad que implicaba la escritura poética para Alejandra Pizarnik. La búsqueda del poema perfecto a cuya voz se consagra la vida como quien se entrega a una "correspondencia vampírica". La Nueva correspondencia Pizarnik ofrece sobrados ejemplos de esta dimensión trágica pero también permite alejarse de la "leyenda negra" de la poeta maldita, como la nombra Ivonne Bordelois en el prólogo. La lectura de sus cartas recupera una personalidad compleja, permanentemente tensionada entre la depresión y la actividad febril, cultora de la amistad y de vivísimo humor. Acceder a esa intimidad cotidiana permite observar las facetas disonantes que contribuyeron a su escritura poética.
Publicada luego de dieciséis años de la primera compilación, la nueva edición de las cartas de Pizarnik, reunidas con arduo trabajo por Ivonne Bordelois y Cristina Piña, amplía el número de destinatarios a más de cuarenta, entre los que se cuentan corresponsales como Manuel Mujica Lainez, Arnaldo Calveyra, Antonio Beneyto, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares o Silvina Ocampo. Amiga fiel y lectora generosa, Pizarnik se preocupa ante cada oportunidad por recomendar a editores y gestores culturales los poetas que considera relevantes y transmite a quienes lo necesitan las mejores estrategias y contactos para publicar en editoriales y revistas. Es así como, además del recorrido biográfico, sus cartas esbozan un mapa del panorama cultural y poético de las décadas de 1960 y 1970.
"He estado una temporada en el infierno, sin deseos de escribir, ni de vivir ni de nada." Si la soledad y el padecimiento son una constante, su correspondencia corrobora que la mayor conflictividad emocional surge de la obsesión por alcanzar la perfección del poema, como hipotetizaba César Aira en su ensayo Alejandra Pizarnik. "Pero no estoy tranquila, no estaré tranquila hasta que no escriba como yo deseo sobre lo que yo deseo y de la manera que deseo", escribía en una carta a Sylvia Molloy. A partir de esa obsesión, el mundo de Pizarnik es el resultado de una forma sintética y contundente de expresión, a la vez quebrada y transparente, como escribe a Rubén Vela: "Comienzo a tener conciencia de [mi poesía], la quisiera lo más sencilla posible, desnuda, esencial, inocente". En esa búsqueda, como también señalaba Aira, fue crucial la influencia de Voces, de Antonio Porchia, a quien Pizarnik escribe con devoción, declarando que lleva su libro consigo "como quien lleva los obligatorios documentos de identidad."
"Ahora/ en esta hora inocente/ yo y la que fui nos sentamos/ en el umbral de mi mirada." El efecto de esas "palabras extrañas que vienen de lejos" debe su intensidad a que el quiebre subjetivo se construye con la torsión de la lengua. Paradójicamente, en su correspondencia (pero también en sus últimos libros en prosa), ese estallido verbal es dominio exclusivo del humor. Sus cartas a Ivonne Bordelois, y sobre todo, en su forma más extrema, las dedicadas a Osías Stutman, están escritas con el sobresalto de una permanente carcajada. Cada palabra desata un juego, un cruce con el francés, una traducción humorística al español o viceversa, comentarios inocentes o procaces que chocan. Como si le resultara imposible detener la tentación de un nuevo chiste ante cada palabra, casi ante cada letra. En esas cartas es donde puede palparse con mayor cercanía el placer de la escritura, la diversión de ese estallido que, la misma Pizarnik confiesa a María Elena Arias López, accedía con dificultad a su poesía: "Una -yo- tiene prejuicios; no respeta el humor; cree (no lo cree pero en el fondo sí) que lo serio es más importante. En fin, me cuesta mucho exteriorizar mi humor que es velocísimo (y yo tan lenta)".
Entre la luz y la sombra, las cartas de Pizarnik trazan ese recorrido contradictorio entre el afecto y la soledad, el destello de la carcajada o la ironía y el sondeo paciente del poema como la búsqueda de un decir oculto. Una personalidad para la que la mayor pesadumbre y el mayor regocijo eran la certeza de no poder más que escribir: "La única confianza que existe en mi reino de la desconfianza: la de creer saber dónde está el lugar de la poesía".
Nueva correspondencia Pizarnik
Alejandra Pizarnik
Alfaguara
464 páginas
$ 239