La Bienal de Venecia abrió con la huella del arte argentino
La 58ª edición tuvo fuerte presencia oficial; coleccionistas y artistas celebraron la obra de Mariana Telleria
Por muchos motivos, el corte de cintas en el pabellón argentino durante la apertura de la 58a Bienal de Venecia resultó doblemente emotivo.
Primero, por el entusiasta y sincero discurso del embajador Sergio Baur, quien celebró la obra de Mariana Telleria, un camino soberbio e imponente de esculturas monumentales, y agradeció el apoyo privado recibido gracias a la gestión de Esteban Tedesco, un coleccionista comprometido con el arte mucho más allá de su pasión personal.
Telleria y la curadora Florencia Battiti acompañaron en el estrado a las autoridades y recibieron los saludos, aplausos y vivas de muchísimos amigos argentinos. El embajador Tomás Ferrari celebró el lugar de la Argentina en la Biennale y la obra que escoltaba esta inauguración.
Pero fue sin duda el presidente histórico de la Bienal, Paolo Baratta, quien al agradecer la orden del general San Martín, recibida por decreto oficial, puso la nota destacada en una jornada para recordar: "La Argentina tiene su pabellón no por razones sentimentales ni políticas, sino por la calidad de sus artistas, que han dejado y marcan hoy una huella en el arte contemporáneo".
Allí estaban para saludarlo el ministro de Cultura de la Ciudad, Enrique Avogadro; Victoria Noorthoorn, del Museo de Arte Moderno; Adriana Rosenberg, de la Fundación Proa, y grandes amigos del arte, como Laura Malosetti, Teresa de Anchorena, Erica Roberts, Esteban Tedesco, Antonio Seguí, Marina de Caro, Amalia Amoedo, Ariel Sigal, María Braun, Wood Staton; los artistas Dolores Cáceres, Adrián Villar Rojas, Marcelo Brodsky, Oscar Smojlan y Pablo Reinoso; la galerista Orly Benzacar; Fernando Farina; el crítico y editor Fabián Lebenglik. Paolo Baratta, presidente histórico de la Bienal, fue quien entregó las llaves a Cristina Kirchner cuando la Argentina, tras largos años de nomadismo, logró tener su propio pabellón.
Casi parece un mal argentino haber vivido tiempos de gloria y ser los más antiguos "asistentes" a este ruedo sin tener un pabellón en la imperial avenida de los Giardini. La Argentina brillaba por su ausencia. Historia del pasado.
El presente es El nombre de un país firmado por Telleria, con curaduría de Florencia Battiti. Un espacio conquistado al que la artista y su equipo han sumado una secuencia de espejos dignos de la propuesta estética que promueve el envío.
Ayer fue día de inauguraciones en los pabellones nacionales. Y también de la muestra firmada por el curador Ralph Rugoff, con obras de Tomás Saraceno, Ad Minolitti y la pintora Jill Muleady, radicada en el exterior.
Antes de abrir al público de manera oficial y de la entrega de los leones venecianos, ya la Bienal había despertado voces a favor y sumado clientes que además de mirar, compran. La Bienal es un escenario de legitimación en todos los sentidos.
De este ruedo salieron obras formidables, luego destinadas al museo Punta Della Dogana, como los Sigmar Polke que compró François Pinault. No en vano son los galeristas y marchands, estilo Larry Gagosian, los que marcan el ritmo.
La bienal de Rugoff apuesta a lo contemporáneo y deja la puerta abierta para las vidas interesantes. Suma a su favor la selección de la muestra central. Todos artistas vivos y el arco ampliado hacia Asia. De Corea del Sur, de China y de India llegan las propuestas más disruptivas con lenguajes muy diversos. Corea rinde tributo al creador del video-arte Naum Jum Paix y los chinos dan el toque de gracia con una obra que es un latigazo, literalmente, Sung Yuan y Pen Yu son los autores.
Con cierta ironía, se dice que la Biennale es "una competencia de yates". Y sí. Una línea de barcos gigantescos amarrados junto a los Giardini forma parte del gran show. El más imponente se llama Imán. Quizá en honor a la bella modelo somalí, musa de Calvin Klein, descubierta por un fotógrafo de National Geographic, que fue la mujer de David Bowie. Altri tempi era Jeff Koons con su barco amarrado en la Punta della Dogana, bautizado Ilona en nombre de la Ciciolina, su mujer.