La belleza transparente
Vanguardista en su expresión, Lucrecia Moyano trasladó a la escala industrial su gusto exquisito y su espíritu de pionera. El siguiente texto es un merecido homenaje a quien mantuvo siempre encendido el fuego de la creación.
"EL vidrio y yo conservamos una límpida y gozosa amistad", le dijo hace unos años a una cronista de este diario Lucrecia Moyano, dibujante, acuarelista, diseñadora de alfombras, decoradora y muralista argentina que ganó prestigio en Europa y Estados Unidos. Vivió hasta los 96 años en su casa de Acassuso, donde conservaba una colección de sus obras en vidrio, piezas de arte popular americano y pinturas que configuraban una síntesis de la vida compartida con su marido, el dibujante Eduardo Muñiz. Sus amigos y colegas la visitaban allí con el sentimiento que se reserva para los creadores que abren caminos, las personas muy queridas.
Alumna de Leonie Mathis y de Xul Solar, comenzó expresándose con la acuarela y el óleo, en obras que resultaron premiadas en los Salones de Acuarelistas y de Bellas Artes en Buenos Aires, Rosario y La Plata. Por encargo de Alejandro Bustillo pintó, en 1935, veinte acuarelas para el Hotel Llao-Llao.
En 1934, Louis Fourvel Rigolleau, le hizo una propuesta inédita: dirigir la sección artística que había creado en la fábrica familiar de Berazategui. Lucrecia desempeñó esa función durante treinta años, supervisando la línea industrial de cristalería y creando sus propias piezas de vidrio soplado que modelaba, cuando la materia todavía estaba blanda, improvisando las herramientas que le dictaba su inspiración e inventando nuevos pigmentos. Trabajó -recordaba- "con maestros vidrieros como Luis y Juan Pierrot, José Kislinger, Ricardo Gracint, Luis Maulleri, Carlos y Honorio Fabri." A veces, se reunía con ellos también los domingos y, en esas ocasiones, se le dejaba un horno encendido a su disposición.
El Pabellón Argentino de la Exposición Universal de París de 1937 contó con obras de Moyano y dos años más tarde, en la Feria Mundial de Nueva York, pudo apreciarse un conjunto de obras que la artista había realizado sobre la base de dibujos de Alberto Güiraldes. Elizabeth Arden las vio y le encargó varios objetos. Las creaciones del taller artístico de Rigolleau (vajillas, vasos, piezas hechas a mano) integraron la muestra "L´art du verre"en el Museo de Artes Decorativas de París en 1951.
Lucrecia comenzó a diseñar alfombras en 1954. Volcó su pasión de colorista y la frescura de su dibujo en cartones para la realización de alfombras que eran tejidas a mano en telares de los talleres de El Espartano y de Dándolo y Primi. Dos años después, organizó, en la Galería Pizarro, su primera muestra individual de vidrios y alfombras.
El prestigio internacional de Moyano siguió afianzándose. En 1957, llevó sus trabajos al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y la Smithsonian Institution de Washington la invitó a exponer, en 1959, 54 obras de vidrio y 12 alfombras, algunas de las cuales fueron adquiridas por coleccionistas. Al realizarse en Washington y en el Metropolitan Museum de New York la muestra "Glass 1959", el arquitecto italiano Gio Ponti (entonces director de Domus) seleccionó, entre 173, las tres mejores obras expuestas. Una de las elegidas en esa oportunidad pertenecía a Lucrecia Moyano. Ponti definió la pieza como "bárbara" (por primitiva), en contraposición a las otras dos, utilitarias, "civilizadas", de expositores europeos. Otras piezas de la artista han merecido la atención de estudiosos en el Corning Museum of Contemporary Glass, de Nueva York, y en el Brooklyn Museum.
Cuarenta de las obras en vidrio realizadas por Lucrecia Moyano artesanalmente, con una destreza que la producción industrial fue relegando, se cuentan en la colección donada por Rigolleau en 1982 al Museo Nacional de Arte Decorativo. La colección comprende vasijas, vasos, jarras, algunas de gran tamaño, con texturas cromáticas personalísimas. Algunas piezas son antropomórficas (reproducen figuras humanas o de animales "humanizados") o evocan máscaras primitivas. Parecen tocadas por un espíritu americano ancestral. La gracia, la espontaneidad y la irregularidad de lo popular entrañan una posibilidad de desmesura.
A Lucrecia Moyano, que murió el 30 de diciembre de 1998, le hubiera gustado, seguramente, que entendieran su arte como una entrega sin límites. Eso sugieren sus palabras: "Al lado de los hornos, muchas veces tratando de materializar una idea, mi trabajo ha sido disfrutar de lo inesperado y apropiarme de él, gozando de una forma apenas esbozada que sugería a mi mente algo sorpresivo que yo aprovechaba sin titubear. Sólo conociendo el vidrio por contacto directo se lo puede moldear a voluntad con suavísimos movimientos. Es como un sonido que va retumbando en esa masa ígnea. Un pequeñísimo toque puede producir una hecatombe impredecible o una delirante belleza. Controlar lo desconocido, ¡qué placer sin par! Eso se vive en instantes intensos y eternos, no existe sensación de tiempo y maravilla igual. Haberlo vivido jamás se olvidará: el fuego y el movimiento apresados, transformados en sólida, transparente belleza".