La batalla de las canciones
Lo que te hace mover y lo que te conmueve, lo que te toca de la música, está ligado a las emociones
- 4 minutos de lectura'
Entonces viene y me dice: “¿Sabés cuál es la canción argentina más escuchada en Spotify?”, y para rebatir todas las alternativas arriesgadas, le da play a la respuesta inequívoca. Se oye: Me quieren agitar/ me incitan a gritar/ soy como una roca/ palabras no me tocan/ adentro hay un volcán /que pronto va a estallar / yo quiero estar tranquilo. “¿Los Enanitos Verdes? ¿Vos estás seguro?” No hace falta imaginar que la siguiente hora y media el iPhone se convirtió en una rockola frenética que tocaba temas a medias y declaraba números altos con la entonación de un bingo, tratando de encontrar un parangón en el género nacional que perforara la marca de las 405 millones de reproducciones. Ni la “Mariposa technicolor” de Fito Paez (103,6) ni Charly García con “Nos siguen pegando abajo” (59,7), tampoco “Crimen” (193,2) de Gustavo Cerati, ninguno de ellos solos, con sus temas más escuchados, podía medirse con ese “Lamento boliviano” infaltable en cualquier fiesta. No se puede creer: ¿¡Y Soda Stereo?! No: “De música ligera” (322,7 millones de veces) no le pisa los talones.
El experimento parecía hecho para pulverizar cualquier dejo de sentido común –el fenómeno no se explica con un patrón generacional– y extrapolado al repertorio anglo volvía a poner en jaque la lógica. ¿Cómo era posible que “Here Comes the Sun” (889,2 millones), el tema más escuchado de los Beatles, apenas duplicara al de los mendocinos? Muy cerca de los cuatro de Liverpool se ubicaba “Paint it, Black”, de los Rolling Stones (775,7 millones), casi tres veces más popular que el top de Madonna, “Material Girl” (291,2 millones). Y eso no es porque en la pulseada del rock y el pop el primero sea más poderoso. Miren, nomás, en qué liga jugaría Michael Jackson con “Billie Jean” (1218 millones), ¡claro que era el rey del pop! Pero reina, eso sí, reina hay una sola: “Rapsodia Bohemia”, la canción más escuchada de Queen, casi toca los dos mil millones de reproducciones, mal que le pese al rey Elvis, cuya cúspide, “Can’t Help Falling in Love”, mide solo 595,1.
Cuando los que sabemos de memoria, al derecho y a revés, el repertorio de todas estas bandas, éramos chicos y los celulares no existían más que en prototipos, “la batalla de las canciones” era otra cosa, un juego: alguien empezaba a cantar algo al azar y con la letra que terminaba la última palabra del verso que dejaba en suspenso el contrincante tenía que arremeter. Por ejemplo, si uno entonaba “Yo vivía en el bosque muy contento” (un clásico de este juego) el otro devolvía “Osías el osito en el bazar”, como si Moris y María Elena hubieran estado diseñados para ensamblarse en ese diálogo osuno.
Sumadas, las composiciones más populares en Spotify de Mozart (el Concierto para piano N°21, con 65,7 millones), Chopin (Nocturno N° 2, con 68) y Tchaikovsky (El lago de los cisnes, Op. 20, Acto II, escena 10, con 68,2) no alcanzan para igualar a la celebérrima Suite para cello N°1 de Bach (212,4), que con tres siglos de indiscutida vigencia seguimos escuchando no solo en la sala de conciertos sino en publicidades y películas, pero en la aplicación de streaming ¡no le llega ni a la cintura a los Enanitos!
El quid de la cuestión, el hecho de que no haya una explicación detrás del ranking de reproducciones que conforme a los unos y los otros, podría estar sencillamente en que lo que te hace mover y lo que te conmueve, lo que te toca de la música, está ligado a las emociones. Y tratar de encasillar las emociones es imposible. Hay un subgénero de libros que hablan de esto: de 31 canciones de Nick Hornby y Love is a mixtape de Rob Sheffield a Música, solo música de Murakami, donde el escritor conversa con el director de orquesta Seiji Ozawa, pero ya antes, en el prólogo, se interroga: ¿por qué cierta música me conmueve y otra no? Ojalá la pregunta sea eterna y no descubran un algoritmo también para predecir esto.