Templo surrealista o refugio vital, adentrase en la casa de Salvador Dalí de la Costa Brava catalana es un onírico viaje al centro de su obra; la visita, que habitualmente requiere reserva con meses de antelación, ahora está disponible de manera virtual
Puede que no haya un caso más extremo de compenetración entre una obra y la morada de un creador, incluido su entorno natural, que la Casa Museo Salvador Dalí de Portlligat. Quizá la casa de Neruda o la legendaria cabaña de Martin Heidegger en la Selva Negra jueguen en la misma liga, pero como no he visitado ni una ni otra y sí la del artista del bigote erecto en varias ocasiones y carezco de un parámetro de comparación fiable, me gusta pensar que el surrealista gana por goleada en esa competición. Intentaré explicar porqué.
Ya para llegar allí, el peregrino devoto del Gran Masturbador (1929) se sumerge en una de sus telas más célebres, La persistencia de la memoria (1931). El viajero experimenta en carne propia la relatividad del tiempo, como la representó Dalí con sus relojes derretidos. Sobre todo si lo hace bajo el sol el Mediterráneo en la temporada estival. Portlligat es un minúsculo pueblito de pescadores ubicado en una caleta de la Costa Brava catalana a tiro de piedra de Cadaqués, pero el tiempo se dilata para completar ese trayecto a través una tortuosa carretera entre barrancos y acantilados. Y el paisaje se convierte de pronto en un paraje onírico que nada tiene que envidiar al escenario de El espectro del sex-appeal (1932).
Al llegar a destino esa experiencia se intensifica porque la humilde barraca de pescadores que compró Dalí en 1929 se convirtió con los años en un enorme y laberíntico búnker de paredes encaladas que funcionaba como epicentro de su universo creativo. Objetos estrafalarios, animales disecados, desniveles imprevistos, pasajes ocultos, estancias imposibles... Cada rincón subyuga y perturba, porque al recorrer ese delirante y multidimensional atelier en el que creó toda su obra, ingresamos en realidad al inconsciente dalineano en su más genuina expresión.
La historia es conocida, Dalí repartía su tiempo entre París, Nueva York y Portlligat. Si en las dos primeras siempre estaba de paso durmiendo en hoteles de lujo, en el pueblito de pescadores tenía su casa, su taller y su mundo. Para cuando le robó la mujer a Paul Éluard y quiso instalarse con Gala en su tierra, Salvador Dalí padre, un estricto notario de Figueres, ya lo había desheredado. Entre otras cosas, porque el joven surrealista no quería renegar de su capilla ni de un dibujo expuesto en París que rezaba: "En ocasiones, escupo en el retrato de mi madre para entretenerme". Y la ruptura definitiva se produjo por carta, cuando el artista le envió esperma con una despechada misiva de "te devuelvo lo que es tuyo" o algo por el estilo.
Allí entró en escena un excéntrico personaje de Cadaqués con fama de bruja y serios problemas mentales que encandiló a Federico García Lorca cuando la conoció: Lídia Noguer o Lídia La Ben Plantada, inspiración del escritor catalán Eugeni D’Ors. Lídia ayudó a la joven pareja a instalarse en Portlligat al venderle una miserable casucha donde su marido y sus hijos guardaban las herramientas de pesca. Para Dalí la ubicación de Portlligat era perfecta, porque se encontraba lo más alejada posible de la Platja es Llaner Gran, de Cadaqués, donde veraneaba su padre.
Tras la guerra, Dalí se instala con Gala en Nueva York, del 40 al 49. Por entonces eran los apestados del régimen, aunque muchos años después Dalí se declarara franquista por interés, se retratara con el Caudillo en El Pardo y pasara por un místico e inofensivo artista para que el régimen le permitiera abrir su Teatro Museo de Figueres. Por esos años de bonanza neoyorquina, cuando sus pinceles se convirtieron en una máquina de hacer dinero, Dalí se las ingenió para ir comprando una a una las humildes barracas o casitas de pescadores colindantes de Portlligat y dirigir desde la distancia las obras de remodelación de lo que se convertiría en su templo creativo.
Templo surrealista, refugio vital o desquiciado atelier, la casa de Dalí de Portlligat es todavía hoy, antes que todo eso y pese al celo museístico, un viaje onírico y perturbador al centro de su obra
Desde su regreso a España, en 1949, Portlligat fue su centro de operaciones artísticas y de todo tipo. Allí Dalí pintaba, dibujaba, ilustraba obras literarias como su versión del Quijote, hacía grandes y provocadoras esculturas como El Cristo de las basuras que aún yace en los jardines de la casa por las faldas del barranco, o simplemente escribía. Pero no solo eso, sino que también realizaba todo tipo de performances con su corte de incondicionales y celebraba esa suerte de bacanales o ágapes erótico artísticos desde revoltosos años 60 en adelante. De ese tipo de ceremonias quedan abundantes documentos gráficos entre fotografías y películas en las que, por ejemplo, Dalí preside ataviado el encuentro de una bohemia de la época del más variado pelaje desde esa especie de altar pagano que corona la piscina de la casa. Incluso aparece ese tipo de imágenes hasta en el NO-DO, el propagandístico y casposo noticiario del franquismo.
Lo cierto es que para tener audiencia o simplemente reencontrarse con el viejo amigo había peregrinara necesariamente a Portlligat. Por allí pasaron desde Walt Disney a Picasso o el venerado escritor catalán Josep Pla. Y así continuó siendo bien entrados los años 70, después del revés que sufrió el pintor cuando le diagnosticaron Parkinson, hasta la muerte de Gala en 1982. Con la depresión en la que cayó entonces llegó a pesar 37 kilos y abandonó definitivamente Portlligat para instalarse en el Castillo de Púbol, que le había construido, decorado y pintado a su musa, al que solo acudía con una invitación por escrito de Gala.
Pero de Portlligat no solo salió la totalidad de la obra de madurez de Dalí, sino que allí viven y respiran en un tiempo elástico el fondo esencial de muchas de sus telas. El mismo paisaje abrupto de peñascos y rocas sobre el mar que brilla en El Cristo de San Juan de la Cruz (1952) o El sacramento de la Última Cena (1955), para citar solo dos de su óleos de grandes dimensiones, es una perspectiva del paisaje natural de la caleta desde la ventana de su dormitorio y la de su taller de trabajo. Por cierto, a diferencia de Picasso que se trepaba a una escalera, Dalí se hizo instalar en Portlligat un sistema de aparejos y poleas para trabajar telas de grandes dimensiones sin necesidad de moverse.
Templo surrealista, refugio vital o desquiciado atelier, la casa de Dalí de Portlligat es todavía hoy, antes que todo eso y pese al celo museístico, un viaje onírico y perturbador al centro de su obra.
Para saber más
La visita imposible. Antes de la pandemia, para visitar la casa del genio catalán, centro neurálgico de su producción y trasfondo esencial de toda su obra, había que armarse de paciencia. Gestionar cita con meses de antelación, colas e ingreso con tiempo limitado y en grupos reducidos a razón de 464 visitantes al día. Cerrada al público por las restricciones del Covid, esa experiencia surrealista se puede realizar ahora de manera virtual a través de la visita interactiva que propone la Fundació Gala-Salvador Dalí en su web, en la que además dispone de abundante material fotográfico y audiovisual y catálogos razonados de su obra.
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