La arquitectura y la escritura, en diálogo
El escritor y el creador del Centro Georges Pompidou, entre tantas obras maestras edilicias, se encontraron para conversar sobre las particularidades de sus disciplinas, la ética de cada obra y la influencia, como italianos que son, del Mediterráneo
"La arquitectura –dijo Renzo Piano al recibir el premio Nonino 2011– es por cierto el arte de dar respuesta a necesidades reales, pero también es el arte de dar respuesta a los sueños de la gente, y por eso la llamo arte… Si falta la parte ética, la parte que responde a las necesidades de la gente, hay una traición." Y en una carta de hace unas semanas, en la que se propuso "contar lo que quiere decir ser arquitecto", Piano escribió: "Ocupación polifacética y complicada, porque requiere ser constructores, pero también humanistas y militantes. Y poetas. Excavar en la memoria y proyectarse hacia adelante, y en el imaginario".
Este hombre que en 2009, cuando se inauguró esa "catedral de cristal" que es el ala moderna del Instituto de Arte de Chicago, fue definido por The Independent como "el más grande arquitecto del mundo", ha buscado incansablemente, de las maneras más diversas y a la vez con extrema coherencia e inconfundible creatividad, dejando signos admirables y tangibles en los más variados puertos del mundo, esa simbiosis de respuesta concreta a las necesidades reales y de imprevisible y al mismo tiempo concreta respuesta a los sueños. Necesidades reales pero difíciles de identificar incluso antes de poder satisfacerlas, y a las cuales Piano ha dado una forma fantástica pero corpórea, porque aquellos sueños se han convertido en madera y piedra, lugares habitables, casas donde vivir más humanamente, donde encontrarse, conocerse, crear. Sueños convertidos en paisajes del mundo.
Desde el Centro Georges Pompidou hasta la Academia de Ciencias de San Francisco; desde el Auditorio de Roma, con Luciano Berio, hasta el Taller de Regeneración Urbana de la Unesco en Otranto; desde el Centro Cultural Kanak en Numea (Nueva Caledonia)y el edificio-taller de Renzo Piano Arquitectos de su Génova natal hasta el aeropuerto Kansai, en Osaka; desde el Edificio New York Times en Postdamer Platz (Berlín), corazón de la nueva Europa surgida tras las caída del Muro, hasta la "catedral de vidrio" de la Bridge Tower de Londres… Ni siquiera es posible pasar revista a las obras más importantes de Renzo Piano, que ya son parte del paisaje del mundo. Ningún arte –le digo al encontrarnos en París– es de por sí más grande que otro, pero la arquitectura no es sólo, como un cuadro o un libro, la figuración y el relato de la realidad; la arquitectura es todas esas cosas y además también es realidad, paisaje, lugar donde los hombres viven, trabajan, aman, yerran, mueren. Hermann Broch decía que es la llave maestra para entender la totalidad de una época, su estilo y su no estilo, sus valores y su falta de valores. Y que tal vez la arquitectura sea la obra de arte "total"…
Renzo Piano: –Sí, también porque la arquitectura es un arte público. Un arte de frontera, o sea que atraviesa las fronteras de las ciencias, la tecnología, la geografía, la historia, la climatología, la vida de comunidad y, por lo tanto, la política. Es un arte ampliamente "comprometido" con todo eso, pero al mismo tiempo, felizmente fecundado por el mundo real. Está contaminado por la realidad pero justamente por eso está impregnado de realidad, de lo bueno y de lo malo. Como arquitecto, si uno está en el momento justo y en el lugar justo, tiene la suerte de ser testigo y de celebrar los cambios del mundo. Pero la literatura también es un arte "total"…
Claudio Magris: –Sí, y desde hace un siglo, sobre todo la narrativa es representación de una realidad metamórfica desmesurada, que cambia vertiginosamente y cambia al propio hombre y que no se deja representar ordenadamente, como en la gran novela decimonónica, sino que extrae la escritura de ese mismo torbellino. Por eso (Raffaele) La Capria dijo que las obras maestras de la novela del siglo XX son obras maestras fallidas, dado que deben asumir en sí mismas, en su propia forma, la imposibilidad de poner orden en la realidad y al mismo tiempo no dejar de intentarlo. Es desconcertante ver tanta literatura actual, difusa y exitosa, que renuncia a sacar cuentas con los terremotos que han sacudido al mundo y al hombre, como si Musil, Kafka, Svevo y los otros grandes no hubiesen existido. Tanta literatura que no sabe y no quiere enterarse, y que se convierte entonces en puro consumo, o sea, algo kitsch. Tal vez porque como decía también Bertolt Brecht, siempre es kitsch querer hacer "un trabajo bello", mientras que el verdadero artista debe ante todo hacer "un buen trabajo", y sólo así la belleza le será dada, por añadidura.
Renzo Piano: –Es exactamente así: hay una gran diferencia entre un "bello trabajo" y un "buen trabajo". Yo crecí en una familia de constructores (pequeños constructores, de esos que de veras construyen), crecí en las obras en construcción de mi padre, sentado sobre montañas de arena y observando, entre los siete y los diez años, el milagro del nacimiento de una pared derecha. Crecí con la idea fija de un "trabajo bien hecho", con la idea de que un trabajo debe hacerse en un determinado número de horas, porque si no, sale mal. Ésa es la ética de cada creación, que "luego" y durante, puede devenir estéticamente bella. En esta fe en el trabajo hay, sin embargo, un concreto, no vago ni iluso, optimismo. Quienes nacimos durante la guerra somos un poco hijos de un temporal, y crecimos durante la reconstrucción, con la idea –tal vez irracional pero sana y productiva– de que cada día era un poco mejor que el anterior, los caminos, un poco más rectos; la comida, un poco más sabrosa; la madre estaba un poco más sonriente y el padre, un poco más contento. Tal vez eso sea como un viático de optimismo que alcanza para toda la vida. Pero la escritura también debe ser, por sobre todas las cosas, un "buen trabajo".
Claudio Magris: –En la escritura, un "buen trabajo" tiene tantos aspectos… Por ejemplo, la minuciosidad, la precisión, el respeto por la realidad, sobre todo, pero no solamente, por la realidad humana. Incluso cuando se escribe un texto que terminará siendo fantástico, distorsionado, hasta delirante, es necesario buscar primero, como un maníaco, la realidad de los hechos, de los datos, de las fechas, de los detalles: dónde pega exactamente la vuelta determinado río, qué ocupación tenía fulano de tal… Usted trabajó en todo el mundo, en civilizaciones y contextos sociales diversos. Ha escuchado, por ejemplo, la cultura kanak de Nueva Caledonia, para ayudarla a expresarse, a ser conocida y a encontrarse con lo otro, como con la perturbadora y continua metamorfosis de Nueva York. Usted ha construido edificios altísimos, pero ha combatido, como dijo en una entrevista, la arrogancia de la grandeza. En su obra, se produce un fascinante cortocircuito entre lo local y lo universal.
Renzo Piano: –En esa observación suya están mis raíces. Cuando se vive intensamente lo "local" de cada uno (para mí, eso fue Génova, ciudad de piedra y de agua), al final y a fuerza de vivirlo, a fuerza de observarlo y de hacerlo propio, ese bendito "local" –el agua, el infinito, las luces del Mediterráneo, sus voces, colores, vibraciones– se convierte en un "superlocal", es decir, se vuelve universal. Lo llevamos con nosotros toda la vida: se convierte en nuestra naturaleza, nuestro lenguaje. Para mí, es Génova. O más bien, el Mediterráneo, que ni siquiera es un mar sino más bien una sopa de culturas. Una especie de consomé en el que se han consumido durante siglos por lo menos cinco o seis culturas. Ese mar es una gigantesca "máquina grabadora" que recupera a quienes tienen ojos para ver y oídos para escuchar. En suma, entra en juego la poética, el lenguaje, la ligereza, la transparencia, la luz. Creo que es válido, de otra manera, también para usted…
Claudio Magris: –Sí. Es en lo particular, en lo pequeño, en el microcosmos, donde se encuentra lo grande, lo universal. Pero nada de clausura regresiva, nada de "small is beautiful". Es como cuando los niños juegan en el patio del fondo de la casa y ahí encuentran la aventura, la sensación del espacio sin fin… En medio de la aletargada falta de perspectivas de futuro en que vivimos actualmente, ese optimismo del que hablaba es hoy más necesario que nunca. Usted escribió, respecto al Taller de Regeneración Urbana de la Unesco en Otranto, que las exigencias artísticas no pueden ir en detrimento de la cotidianidad de los habitantes, y otras declaraciones suyas similares hablan de alguien que tiene su atención puesta en la vida de todos. El arquitecto, constructor de la città, de los lugares de la gente, de la polis, siente que su ocupación también es política, lo que no significa ideológica…
Renzo Piano: –Sí, ya que el arquitecto es un sismógrafo un poco particular. Después de haber captado, sentido el cambio, el sismo, la imprevista transformación del mundo y de su comunidad, no lo describe sino que lo construye. Por cierto que el arquitecto no cambia el mundo. Sería una estupidez creerlo, pero lo construye y materializa sus sacudones. A mí me ocurrió por ejemplo en el Beaubourg, el Centro Georges Pompidou, en París, cuando tenía poco más de treinta años, como mi compañero de aventura, Richard Rogers, que tenía treinta y cinco. Cierto, éramos chicos un poco maleducados, pero era necesario, en 1971 –tres años después del Mayo Francés de 1968–, redescubrir la playa que estaba debajo de las baldosas, y de hecho levantamos las baldosas y construimos esa especie de fábrica de sueños curiosa, feliz, abierta, accesible, que es el Beaubourg. Y me volvió a ocurrir cuando cayó el Muro de Berlín: pocos años después, había una obra en construcción llena de grúas (con las cuales Daniel Barenboim hizo un ballet, mientras yo discutía con Claudio Abbado, que dirigía la vecina sala de conciertos de Hans Scharoun).
Claudio Magris: –Su "buen trabajo" se revela ya en la atención que, como se ha dicho, es una forma de plegaria a lo material: usted sabe hacer hablar a la madera en el viento que la recorre; sabe capturar, pero con humildad, la luz y en general la materia que plasma. ¿Puede ocurrir que un material sugiera la idea de una creación arquitectónica? ¿Cómo nace, en usted, una obra de arte?
Renzo Piano: –En cada material ya está la promesa de la forma. En cuanto a cómo nace una obra, no lo sé bien. A las nueve de la mañana uno es un constructor, alrededor de las diez uno se convierte en sociólogo, a las once ya es poeta… Es un continuo cambio de roles que hacen de la vida algo un poco turbulento. Pero ya se sabe que la armonía hay que ponerla en la obra y no necesariamente en la propia vida. La génesis de una obra es un continuo rebote de un rol al otro, de una emoción a otra. Es como la paleta de un flipper que nos hace rebotar entre la invención del constructor, el anhelo social y la búsqueda de la belleza, que no se alcanza nunca porque cuando extendemos el brazo, nos damos cuenta de lo corto que es. Pero la arquitectura vive de tiempos largos, como las montañas, como las ciudades. Y a veces nos toca ser pacientes, porque los edificios deben ser adoptados, deben ser vividos y después, amados.
Traducción: Jaime Arrambide
- "Como decía Brecht, siempre es kitsch querer hacer ‘un trabajo bello’. El verdadero artista tiene que hacer un ‘buen trabajo’"
Claudio Magris
- "La arquitectura es un arte que atraviesa las fronteras de las ciencias, la tecnología, la geografía, la historia, la vida de comunidad y, por lo tanto, la política"
Renzo Piano