Klemm vs. Klemm
A diez años de su muerte y veinte de la creación de su galería, la fundación que lleva su nombre recordó en imágenes a la persona y al personaje; separados por una delgada línea roja que a menudo atravesó
Verborrágico, histriónico, excéntrico, hijo único, heredero, Federico Klemm fue también un coleccionista notable y un visionario. Una versión finisecular del Ludwig de Baviera de gestos teatrales y del Warhol rodeado de celebrities , entregado a una fiesta perpetua con su Polaroid en la mano con la obsesión por el "registro". Hizo de su vida lo que quiso y eligió el mundo del arte como universo de pertenencia. Para la posteridad, dejó el legado de la Fundación Klemm, que alberga su colección de obras maestras, mantiene un calendario anual de muestras y sostiene el premio que lleva su nombre.
Como si hubiera presentido un final sin despedidas, diez años atrás Federico dejó todo orquestado para que su obra tuviera continuidad bajo la mirada rectora de la Academia Nacional de Bellas Artes. La semana última regresó de manera virtual a la galería que fundó veinte años atrás en el sótano de la Plaza San Martín, donde supo estar Alfredo Bonino, el galerista que impuso el arte argentino en el mapa mundial en los gloriosos años sesenta.
En una de las pantallas un loop de fotos en blanco y negro mostraba la imagen del Federico Klemm "social". Un joven rubio de facciones perfectas, con cigarrillo y cara de film de la Nouvelle Vague ; en la playa y con Rosita, su madre, en la puerta de Notre Dame, en París. Ya maduro, se multiplica su imagen en la seguidilla de fiestas con las que celebraba su cumpleaños de ariano de ley. Tenía fascinación por las celebrities y por fotografiarse con ellas. Posa con Amalita Fortabat, ambos radiantes y sonrientes, con Susana Giménez, Antonio Gassalla, Martita y Jorge Rometo Brest, Jorge López Anaya, Macció (su artista fetiche), Marta Minujín, Silvina Benguria y un joven atildado que resultó ser Martín Wullich juniorísimo.
Su porte teatral se duplica en la segunda pantalla, donde se proyecta una selección de El banquete telemático , el programa de tevé que, visto retrospectivamente, no sólo es genial, sino que también anticipa, al igual que sus pinturas de impronta kitsch , la estética y las ceremonias del arte contemporáneo. El cuadro que ilustra este comentario, una técnica mixta, es muy representativo del universo Klemm. Su madre, representada como la Pietá de Miguel Angel, sostiene el cuerpo desnudo de Federico, mientras todo alrededor estalla. El banquete telemático se transmitió en los años noventa por Canal(á) con guión de Charly Espartaco, amigo, colaborador y álter ego. Sentado en primera fila en la celebración del homenaje, compartió comentarios y elogios con Fernando Ezpeleta, entrañable colaborador de Federico, y Elena Lynch de Grondona, animadora con Mariano, su marido, de muchas veladas en el sótano de M. T. de Alvear.
Federico Klemm era ya un coleccionista ambicioso y de mirada ecléctica cuando murió su padre y decidió abrir la galería. Sus dos primeras "espadas" en esta actividad fueron Adriana Rosenberg y Teresa Anchorena. Ambas, con relaciones, trayectoria y buenos contactos en el mundo del arte, seguirían al poco tiempo su propio camino. En el equipo estaba, por cierto, Charly Espartaco y también su gran amiga, la artista iconoclasta Mildred Burton. Desde ese búnker de Plaza San Martín, Klemm puso en marcha el proyecto de una galería de gravitación internacional. Arrancó con un do de pecho: las muestras de Botero y Matta. En paralelo, crecía su personalidad mediática. La popularidad del personaje comenzaba a correr con ventaja sobre la de la persona.
Colaboradores de la primera hora fueron Valeria Fiterman, Santiago Bengolea y Fernando Ezpeleta; ellos recuerdan con admiración el frenesí con que Federico encaró su proyecto del Banquete . No fue menos intensa, como lo era todo en él, la vocación de coleccionista "sin fronteras", hasta el punto de lograr reunir obras de Man Ray, Kuitca, Botero, Picasso, Max Ernst, Jim Dine, Cindy Sherman, Mapplethorpe, Yves Klein y Magritte, entre otros. En la intimidad de su petit hotel de la calle French guardaba dos tesoros amados: el sillón de Maria Callas y el traje de torero de Nureyev.
Selección antológica de banquetes
La palabra banquete es ya una carta de presentación. Federico Klemm amaba los gestos ampulosos, y ése es el tono del programa en el que pasa revista a tópicos de la historia del arte que van del Barroco a las fotografías de Sebastião Salgado. Más cerca de la performance que de un programa de arte "culto", Federico se mueve frente a las cámaras con una intencionalidad teatral, subraya las palabras, exagera el tono, pero esa desmesura vuelve más atractiva la serie. El guión de Charly Espartaco acompaña la estética general. La repetición con gradación de intensidad es un recurso, pero hay también momentos de serenidad, más coloquiales, que resultan especialmente atractivos. El vestuario es un tema en sí mismo. Mucho Versace. La selección antológica está consagrada a Caravaggio, Dalí, Rembrandt (partes 1 y 2), la cultura kitsch , Rafael Sanzio, Salgado, Magritte y Basquiat. Vale la pena verlos.
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