Ken Follett: cómo seguir escribiendo después de la peor tragedia personal
El autor más exitoso de Europa está en su peor momento; en España, contó que hace el duelo por la muerte de su hijo escribiendo 8 horas diarias, de lunes a lunes
SEGOVIA, España.– Está acostumbrado a responder con respeto las mismas preguntas, o versiones de los mismos interrogantes clichés, como si reflexionara por primera vez sobre un tema en particular: la longitud de sus libros, el proceso previo de documentación histórica, su método de trabajo y hasta la geopolítica. Ken Follett, el autor más exitoso de Europa (con títulos como La isla de las tormentas y La caída de los gigantes), se hunde en un sillón de terciopelo rojo después de ofrecer una conferencia de prensa. Busca las palabras para expresarse sobre un hecho fulminante y trágico. "Sí, mi hijo murió –dice–. Puedo perderme en el mundo imaginario de la escritura, y eso ayuda mucho, pero esto es algo que nunca se va ni se va a ir. Es como si te cortaran una pierna. Nunca vas a olvidar el tiempo en el que tenías dos para andar".
Follett realiza su duelo en su escritorio, de lunes a lunes, trabajando ocho horas diarias en una novela que verá la luz en 2020 y de la cual no quiere dar más precisiones.
Emanuel Follett, o "Sunshine", como lo llamaba su padre, el hijo que acompañaba a menudo al escritor en sus presentaciones y en su banda de blues, murió de leucemia en junio pasado, tras cuatro meses de batalla.
"Mi hijo tenía 49 años cuando murió –dice apesadumbrado–, así que durante medio siglo –porque lo tuve cuando tenía 19 años, y eso significa toda mi vida adulta– estuvo conmigo. El hecho de que no esté es algo a lo cual no me voy a acostumbrar nunca. Siempre habrá una tristeza en mi vida. Es una pérdida terrible, terrible. Mis padres murieron, y eso es triste, pero sabés que en algún momento tus padres van a morir. Es algo natural. Pero que un hijo muera no lo es. Todos esperamos morir antes que nuestros hijos. Pienso todo el tiempo cómo estará. Se fue. Se fue", añade un Follett íntimo durante la conversación con LA NACION.
La familia de Follett –cinco hijos y seis nietos– emerge en varios pasajes del diálogo. Ha sido un gran respaldo en la carrera del escritor británico, a quien no le tiembla la voz cuando asegura que la primera lectora y editora de sus manuscritos es su esposa, Barbara Follett. Barbara fue miembro del Parlamento británico por el Partido Laborista (no es la madre de Emanuel), y de un modo u otro aparece siempre en las invenciones de su marido, camuflada bajo la piel de heroínas célebres. "Esto no es sorprendente, porque es el tipo de mujer que a mí me gusta –dice él–. Es la mujer con la que me casé. Pero no siempre aparecen personas de mi vida en mis novelas. Funciona así: cuando sé que un personaje se va a equivocar, pienso a quién conozco que podría equivocarse de ese modo. Lo que señala mi familia es que no hay retratos de gente real en mis libros, pero sí los hay en grandes trazos. Cuando mis hijos leen cada novela, dicen: ‘¡Yo sé quién es este personaje’".
Días antes de la muerte de su hijo mayor, Follett fue condecorado por la reina Isabel, por "sus servicios a la literatura y a la caridad", como oficial del Imperio Británico, una distinción que recién se hará oficial en noviembre. El escritor está contento por el nombramiento, pero pareciera que el mundo de la realeza lo entusiasma más para crear literatura. Una columna de fuego (Plaza&Janés), su última novela, se sumerge en la dinastía Tudor, en el reinado de Isabel I, en pleno siglo XVI, en el momento en que una joven monarca ordena crear una suerte de primer servicio secreto para detener conspiraciones.
Follett, un experto en la novela histórica, admite que sus narraciones, siempre plagadas de estrategias, complots e intrigas políticas, contienen un elemento que cada vez lo apasiona más: la emoción. "Creo que he mejorado un poco –señala–. He aprendido mucho. Mi escritura está más enfocada en las emociones y en los sentimientos, no tanto en persecuciones y luchas. Escribir una obra sobre dos hombres que combaten es aburrido, pero si el lector se da cuenta de quién es bueno y quién es malo, la pelea se vuelve interesante".
Ateo confeso, Follett fue educado estrictamente en la religión católica (Los pilares de la Tierra y Una columna de fuego remiten en su título a la Biblia) y es un apasionado de las catedrales. El escritor participa del Festival Hay, una celebración dirigida por la argentina Sheila Cremaschi, en esta ciudad española, famosa por su acueducto del siglo II y su catedral. Y admite su adoración por este tipo de edificios, que ha sido, por ejemplo, un personaje crucial en Los pilares de la Tierra, la novela que lo catapultó al éxito de ventas en su prolífica carrera, durante la que ha vendido más de 160 millones de libros en 80 países. Follett aceptó la invitación para participar en el festival porque la consigna de esta edición es "Convivencia en Europa" y su última novela aborda precisamente la intolerancia religiosa, en este caso entre católicos y protestantes.
Como intelectual, admite que no sabe bien qué pueden hacer los miembros de su círculo para crear conciencia en un mundo de posverdad y fake news. El panorama futuro le preocupa ("el próximo gran enfrentamiento será entre los Estados Unidos y China; claramente habrá un conflicto, de hecho ya lo hay"), pero admite que el mundo marcha en una dirección no tan errada y coincide con la tesis de Steven Pinker (Los ángeles que llevamos dentro), quien sostiene que la violencia y la crueldad han mermado a lo largo de los siglos. "Cuando el hombre comenzó a leer empezó a ver el mundo desde el punto de vista de alguien que no es él –precisa–. Las novelas nos han permitido ser menos crueles".
Follett está anclado en el presente y valora el momento que vive: "Cuando escribo sobre la Edad Media o el siglo XVI, pienso: ‘Qué suerte que no vivo en esa época. Tendría ropa horrible, el vino no era bueno, las casas eran frías, y si alguien se enfermaba no sabían qué hacer’".
Acostumbrado en sus presentaciones internacionales a impresionar cada vez que irrumpe en una sala de prensa –como lo hizo en 2014, en Madrid, cuando dio a conocer El umbral de la eternidad con un acto rockero al estilo del Pink Floyd de The Wall–, ahora prefiere el bajo perfil, aunque su público lo sigue adonde vaya: "Veo que las cosas son cada vez mejores –concluye–. Soy optimista, está en mi personalidad, no es algo racional".