¿Katherine Mansfield escribió o no escribió un diario?
Se sigue publicando una edición de las anotaciones de Mansfield al cuidado de quien fue su pareja, el escritor y crítico inglés John Middleton Murry, donde se refuerza el mito de la escritora “etérea y sensible” y que años atrás fue considerado obsoleto por varios investigadores
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Un día como hoy, en Wellington, capital de Nueva Zelanda, nacía Kathleen Beauchamp, que pasó a la historia de la literatura como Katherine Mansfield (1888-1923) y fue autora de algunos de los cuentos más memorables en lengua inglesa. Casi en simultáneo, semanas atrás se publicaron dos libros de la escritora neocelandesa: Diarios (Chai), con traducción y notas de Florencia Parodi, y Sopa de ciruela (Eterna Cadencia), con traducción, selección, prólogo y notas de Eleonora González Capria e ilustraciones de Josefina Schargorodsky.
El primero tiene una introducción de la escritora y librera Cecilia Fanti, donde aparecen algunas imprecisiones, por ejemplo, cuando se afirma que la escritora neocelandesa conoció al crítico y escritor inglés John Middleton Murry (que fue marido y albacea de Mansfield) en Hogarth Press, cuando en verdad se conocieron en 1911, años antes de la creación de esa editorial. El mismo Murry lo aclara en la introducción que sigue a la de Fanti: “La conocí en diciembre de 1911, en la casa del novelista W. L. George”. Para Fanti, que según cuenta en 2013 había encontrado un ejemplar del libro de Mansfield “en una caja arrumbada en el rincón de un depósito con otros tantos libros en ese formato” en la editorial donde trabajaba, los diarios de la autora de Fiesta en el jardín son “inspiradores, arrebatados, inteligentes y marciales”.
En verdad, Diarios (aunque en el interior se lee Diario) no difiere mucho de la clásica edición de Losada, titulada Diario y traducida por Antonio Bonanno, ni de aquella de DeBolsillo (probablemente la que halló Fanti en la caja del depósito), con traducción de María Aranzazu Usandizaga Sainz, la introducción de Murry y un artículo de Virginia Woolf. Pese a que hubo una edición de 1954 de The Journal of Katherine Mansfield, las ediciones de Losada, DeBolsillo y Chai se basan en la de 1927. Ambas fueron editadas por Murry, que no pudo resistirse a dar al volumen un “final feliz” con un texto de 1922, que concluye con la célebre frase “En el fondo me siento feliz. Todo está bien”. Sin embargo, aun enferma, Mansfield siguió escribiendo hasta su muerte. Los textos posteriores al “todo está bien” fueron amputados por Murry.
Con excepción de dos notas de 1910, el material de los “diarios” proviene de cuadernos de notas escritas entre 1914 y 1922; a veces, las anotaciones toman la forma de la entrada de un diario pero en muchos casos son relatos o esbozos, apuntes, fragmentos de cartas, quejas, anécdotas y descripciones sin datación alguna. Es conocido que Murry se tomó varias licencias a la hora de editar los cuadernos de su mujer; investigaciones literarias desarrolladas después de la muerte del escritor, en 1957, comprobaron que los “diarios” de Mansfield eran, por momentos, una invención de su albacea. Murry -que volvió a casarse tres veces- dedicó su vida a transcribir los manuscritos de la autora neocelandesa, cuya caligrafía era algo ilegible.
El investigador Ian Gordon, de la Universidad Victoria de Wellington, dictaminó que el “diario definitivo” de Murry era casi un texto apócrifo, por la distorsión llevada a cabo con el propósito de presentar a una Mansfield mítica y etérea. En simultáneo, la bibliotecaria Margaret Scott trabajó en la edición completa de los cuadernos de notas de Mansfield, los transcribió y publicó en 1997 los cinco volúmenes de The Katherine Mansfield Notebooks: Complete Edition, donde la palabra “diario” es adecuadamente elidida. “El Diario no existe -concluyó la investigadora Valérie Baisnée-. Más bien, su práctica está diseminada en 46 cuadernos”. No sería esta la primera ni la última vez que un viudo manipula a su gusto y conveniencia el legado de una escritora. Murry también dejó indicaciones del modo en que debía procederse con el legado de Mansfield luego de su propia muerte (fue desatendido por los propios británicos).
“Para entender exactamente de qué trata Sopa de ciruela y su diferencia con los papeles privados que circularon durante gran parte del siglo XX en inglés o que han sido traducidos al español, hay que tener presente la historia editorial de la obra de Mansfield, un aspecto que recorro en el prólogo -dice la traductora, escritora y docente Eleonora González Capria a LA NACION-. Cuando Mansfield murió en 1923, su marido se convirtió en su albacea y muy pronto (demasiado pronto, según opinaron sus contemporáneos) comenzó a editar volúmenes póstumos, que pusieron a disposición del público libros de ficción muy conocidos como El nido de la paloma y otros cuentos, así como su producción poética y crítica, su correspondencia y lo que conocemos como los diarios”. González Capria -autora de Revientacaballos (Caleta Olivia)- fue docente de traducción literaria en el posgrado de la Universidad de Buenos Aires y da clases de esa materia en la carrera de Traductorado de Inglés del Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández.
Hubo dos ediciones de los presuntos diarios de Mansfield. “Una de 1927, que ha sido traducida y retraducida al castellano, y una de 1954, que Murry consideró la definitiva y que no circula en nuestra lengua -agrega-. Tanto en la correspondencia como en los diarios de 1927 y en los de 1954, aunque en mucha menor medida, Murry censuró y manipuló los materiales originales. No es esta una historia nueva ni sorprendente, sino la repetición de un patrón ya conocido en el caso de un gran número de escritoras. Las censuras y expurgaciones que realizó Murry no están declaradas: no introdujo, al recortar esto o aquello, ni puntos suspensivos ni notas aclaratorias, sino que simplemente borró de los textos de su esposa lo que, a su juicio, no debía ver la luz. A veces, realizó intervenciones puntuales; otras veces, eliminó oraciones, párrafos enteros”.
Como Murry era el único que tenía acceso a los papeles de Mansfield, se creyó que eso era lo que la autora había legado: diarios, con anotaciones fechadas y ciertos títulos. “Pero lo cierto es que a partir de más de cincuenta cuadernos muy diversos y de pilas de papeles sueltos, Murry organizó una unidad fabricada, intervenida por sus propias mediaciones implícitas y explícitas -destaca la traductora-. Censuró, recortó, fechó, inventó títulos que no existían, reemplazó títulos que sí existían, dejó aclaraciones y opiniones en todas las páginas. Recién tras la muerte de Murry en 1957, la Biblioteca Alexander Turnbull de Nueva Zelanda adquirió los materiales y entonces se reveló con claridad la situación: ciertamente no existía el diario así como Murry había querido mostrarlo, y los diarios editados por Murry, incluso el de 1954, pasaron a considerarse obsoletos en el mundo anglosajón”. No pasa lo mismo en el ámbito hispanoamericano.
A diferencia de Diarios, Sopa de ciruela reúne textos seleccionados y traducidos por González Capria directamente de los manuscritos de Mansfield: sus cuadernos y su correspondencia, transcriptos por completo por estudiosos como Margaret Scott, Gerri Kimber, Vincent O’Sullivan y Anna Plumridge. “Son los materiales efectivamente escritos por la pluma de la autora en sus cuadernos y cartas, sin mediaciones más que la de la traducción -dice González Capria-. Constituye también una selección de materiales, porque el archivo de los cuadernos y la correspondencia supera las cuatro mil páginas y hubo que elegir un camino, que en este caso fue el de la comida, el de la lectura y la escritura como prácticas nutricias, y el del cuerpo”. El libro se divide en siete secciones e incluye recetas, poemas, cartas, viñetas, relatos y listas de gastos semanales de una terrenal Mansfield.
“No voy a negar que traducir a Mansfield y preparar Sopa de ciruela fue una tarea abrumadora, ante todo porque el libro está compuesto por textos que en su mayoría jamás habían sido traducidos al castellano, textos que tienen más de cien años, con todas las dificultades que eso supone, y que revelan facetas borradas de una autora consagrada -dice González Capria-. Fue una responsabilidad que, por momentos, me llenó de incertidumbre. Desovillar el hilo que me guiara a la hora de recorrer más de cuatro mil páginas, casi siempre caóticas, fue un desafío. Y lo cierto es que me encontré traduciendo a Mansfield la autora y a Mansfield la persona en distintos momentos de su vida, a la Mansfield joven, aunque siempre fue joven, y a la Mansfield madura, en toda su intimidad y su ternura, con su gracia y su agudeza tan propias. Nunca es fácil anticipar la profundidad de los lazos que se crean con quien traduzco, pero fueron meses y más meses en los que conviví con Mansfield, la escuché y la vi, la sentí cerca de todas mis cosas y me transformó. Espero haberle hecho justicia”.
Una receta de Katherine Mansfield
Soufflé de naranja
Rallar la cáscara de una naranja & un limón, poner en una cacerola con el jugo de cada fruta las yemas de tres huevos & media taza de azúcar, revolver la preparación hasta que adquiera el espesor de la miel, batir las claras de los huevos hasta obtener una espuma firme & agregar a la mezcla, sin dejar que hierva a lo loco, sino solo durante unos minutos para que se integre bien, luego emplatar con o sin un bizcochuelo húmedo de base embebido en jerez y mermelada de frambuesa, ¡en estas condiciones finales se ganaría el nombre de pudín de fiesta!
De Sopa de ciruela
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