Kate Millett: la escritora que hizo una revolución sexual
A veces, aquellos que sientan bases sobre las que después se remueve el mundo, tienen tiempo de verificar si lo hicieron bien, mal, regular o, incluso, de maldecir por llevar razón medio siglo después. Kate Millett tuvo ese tiempo. La escritora y activista feminista murió anteayer en París, a punto de cumplir los 83 y rodeada por un panorama que reafirma en gran parte la vigencia de aquel discurso que comenzó en 1969; aquel año leyó su tesis doctoral en la Universidad de Oxford y unos cuantos meses después la convertía en Política sexual (Doubleday, 1970), uno de los libros imperdibles para entender el feminismo de la segunda ola, el llamado radical, defensor de la teoría de que cualquier desigualdad social tiene en su origen la dominación del hombre sobre la mujer.
Millett fue infinidad de cosas en aquel Estados Unidos en el que la izquierda empezaba a chisporrotear y las mujeres, en bloque, marchaban envueltas en pancartas reclamando la propiedad de su propio cuerpo, el aborto, la atención a la infancia, el papel de las mujeres en la familia, en sus puestos de trabajo... Fue la primera en pergeñar y leer una tesis doctoral sobre género, posgraduada en Oxford y Columbia; escultora, cineasta, bipolar y panfletaria; miembro de la Organización Nacional de Mujeres y durante un tiempo también del grupo New York Radical Women; madre de Women's Art Colony Farm, una comunidad de mujeres relacionadas con el mundo de la literatura y el arte en un pequeño pueblo del condado de Dutchess (Nueva York); profesora de inglés en Japón durante dos años, donde conoció al que después, ya de vuelta en Estados Unidos, fue su marido, el escultor Fumio Yoshimura; defensora de los derechos de la mujer en Irán, de donde fue deportada más temprano que tarde y acusada de islamofobia; miembro de la institución estadounidense Salón Nacional de la Fama de Mujeres (National Women's Hall of Fame)...
Y fue visionaria. Acuñó la frase "lo personal es político", cuatro palabras que resumían con nitidez su discurso. Ella, libre, se atrevió a definirse como bisexual, acabó siendo portada del Times el 31 de agosto de 1970. Su discurso y su rostro dieron la vuelta al mundo. Betty Friedan, líder feminista liberal de aquellos años y premio Pulitzer en 1964 por Mística de la feminidad (1963), lo recuerda en su biografía (Mi vida hasta ahora, Cátedra, 2003).
Millett no tuvo durante mucho tiempo esa libertad absoluta que su movimiento demandaba. Y desde esa posición, aventuró la jerarquía familiar como espejo y lazo de unión con la sociedad y punto sobre el que gravita el patriarcado; definió los estereotipos culturales que intentan vestir a hombres y mujeres con un carácter, un temperamento y un lugar en el mundo según el sexo; puso sobre el papel mucho de lo que venían sufriendo las mujeres a lo largo de la historia, en casi todas las esferas, desde la literatura hasta el sindicalismo, la economía, la política, la familia, los círculos sociales.
Las hubo antes de ella, las hubo después, las seguirá habiendo. Y, como guía entre generaciones, sirva el último párrafo de su Política sexual, un mapa que, pese a que pasó casi medio siglo, todavía se puede transitar: "Tal vez una segunda ola de la revolución sexual pueda finalmente lograr su objetivo de liberar a la mitad de la raza de su subordinación inmemorial -y en el proceso nos acerquemos mucho más a la humanidad-. Tal vez incluso podamos retirar el sexo del duro terreno de la política, pero no hasta que hayamos creado un mundo más soportable que el desierto que habitamos".
Isabel Valdés
LA NACIONTemas
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