Jürgen Habermas, un “joven” de 95 que sigue haciendo filosofía sin perder de vista el mundo real
Hoy cumple años el influyente pensador alemán, que escribió sobre la historia de la racionalidad, la opinión pública y la acción comunicativa; un “optimista”, a pesar de todo
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Uno de los filósofos contemporáneos más reconocidos cumple hoy 95 años. El alemán Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929), que en la infancia debió someterse a cirugías correctivas del paladar (retrospectivamente, atribuyó su teoría de la “acción comunicativa” a las dificultades en el habla), estudió filosofía, historia, psicología, literatura alemana y economía en las universidades de Gotinga, Zúrich y Bonn, donde estudió con destacados pensadores como Nicolai Hartmann, Wilhelm Keller, Johannes Thyssen, Hermann Wein y Oskar Becker.
La tesis doctoral de Habermas en la Universidad de Bonn, aún inédita, fue sobre el pensamiento de Friedrich Schelling, pero el joven investigador cobró celebridad en 1953 por sus críticas al filósofo Martin Heidegger que había vuelto a publicar Introducción a la metafísica, de 1935, con las alabanzas al nacionalsocialismo intactas. De 1956 a 1959 fue colaborador de Theodor W. Adorno (de quien dijo que, en su compañía, se presenciaba “el movimiento del pensamiento”) en el Instituto de Investigación Social de Fráncfort. Habermas integra la “segunda generación” de la Escuela de Fráncfort, caracterizada por la “teoría crítica” de las ideas, la cultura y la moral occidental.
Sus análisis sobre capitalismo y democracia, la conciencia moral y el proyecto inconcluso de la modernidad fueron claves y tuvieron gran influencia en los años de la posdictadura en la Argentina. Habermas señaló como amenazas de la vida democrática (todavía vigentes) la juridificación, la monetarización y la burocratización que impulsa la “racionalidad cognitivo-instrumental”. Según él, la redefinición de la relación de la filosofía con la ciencia y la crítica del “cientifismo” fueron decisivas para la evolución de la filosofía y las ciencias sociales.
En su obra, postuló una “ética del discurso” que confronta con las aspiraciones de la “posverdad”. De Perfiles filosófico-políticos (con escritos sobre Karl Jaspers, Herbert Marcuse, Hannah Arendt, Walter Benjamin y Hans Georg Gadamer, entre otros) a Teoría de la acción comunicativa, y de ¡Ay, Europa! al profético En la espiral de la tecnocracia, sus libros se encuentran disponibles en español. El pensador, que en 2019 publicó Una historia de la filosofía, de más de 1700 páginas en dos tomos, reside en la ciudad de Starnberg.
Herzlichen Glückwunsch, Jürgen Habermas! Der große Denker feiert heute seinen 95. Geburtstag. Wir gratulieren – und danken Habermas für die zahlreichen großen Werke der letzten Jahrzehnte. Weitere Infos findet Ihr hier: https://t.co/jJLEFH4YFF pic.twitter.com/3LFpnSuS4W
— Suhrkamp Verlag (@suhrkamp) June 18, 2024
“La pregunta nostálgica de por qué ya no hay intelectuales está mal planteada -dijo al diario El País en 2018-. No puede haberlos si ya no hay lectores a los que seguir llegando con sus argumentos”. También consideró que, con el tiempo, se podría aprender a manejar “de manera civilizada” las redes sociales. “Antes de que entrasen en juego estas tendencias centrífugas y atomizadoras de los nuevos medios, la desintegración de la esfera ciudadana ya había empezado con la mercantilización de la atención pública”, sostuvo.
La filosofía habermasiana es útil para pensar la realidad argentina. “Habermas nos sigue enseñando una dirección crítica hacia los ideales emancipatorios de la modernidad, atemperando la autonomización del sistema económico y perseverando en el universalismo de los derechos humanos -dice a LA NACION Claudio Martinyuk, profesor de Filosofía del Derecho y de Epistemología de las Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires-. Es un ‘joven’ que insiste en animarse a pensar el mundo, la autonomía personal, la democracia, la deliberación y la búsqueda del consenso, la reducción de desigualdades y pobrezas”.
“Hay dos aspectos de Habermas que me parecen especialmente relevantes hoy -dice el filósofo Iván Petrella a LA NACION-. En primer lugar, su optimismo. Habermas confía en nuestra racionalidad, en nuestra capacidad de argumentar de buena fe, dar razones e incluso de cambiar de opinión. Son elementos que, según él, se encuentran presentes de manera implícita cuando las personas dialogan: su famosa ‘situación ideal de habla’. Es cierto que esto va a contramano de lo que vemos en nuestras democracias donde rige más el tribalismo y las emociones que la argumentación racional. Pero desde mi punto de vista, eso vuelve su optimismo más importante. Habermas siempre tuvo claro que la democracia no puede sobrevivir si la ciudadanía pierde fe en su capacidad de lograr cambios a través de la acción colectiva. Cuando esa fe se pierde, estamos a un paso de entregarle el poder a un autócrata”.
En segundo lugar, Petrella destaca la defensa habermasiana del legado del Iluminismo. “Valores como igualdad, libertad, derechos humanos, que consideramos de raíz occidental -sostiene el director de Ciencia y Cultura en la Fundación Bunge y Born-. Hace unas décadas, algunos lo criticaban de eurocéntrico y por eso anacrónico. Hoy, en un mundo de choque de civilizaciones y tensiones geopolíticas que tienen mucho que ver con una puja de valores, ese eurocentrismo parece casi profético y absolutamente necesario. Con su optimismo democrático y su defensa del legado occidental, Habermas se ha vuelto de una relevancia enorme para navegar los tiempos que vivimos”.
“La pregunta fundamental de Habermas es la misma que estaba en Platón y en Kant: ¿cómo justificamos racionalmente nuestros valores? -dice a LA NACION el profesor de filosofía política Santiago Armando-. El problema, que atraviesa toda la historia de la filosofía occidental, es cómo encontrar algo que sea universalmente válido en un mundo en el que ya no podemos apelar a Dios como fuente de toda razón y justicia. ¿Cómo puede ser que haya algo universal si parece que estamos todos en desacuerdo?”.
Para Armando, dos nociones clave atraviesan el pensamiento de Habermas. “La primera es no haber abandonado su compromiso con la universalidad -señala-. A eso alude cuando habla de la ‘modernidad como proyecto inconcluso’. Después de la filosofía del Nietzsche, y después de los horrores de Holocausto, muchos pensadores terminaron creyendo que la promesa de universalidad de la Ilustración era solo un engaño. Que quien habla de valores universales solo está tratando de imponer los propios. Habermas cree, en cambio, que hay una chispa de universalidad que brilla cada vez que las personas tienen una conversación honesta. Que cuando hablamos, cuando desplegamos argumentos, cuando hacemos esfuerzos por encontrar la respuesta correcta a un problema, lo que estamos haciendo es comprometernos con una idea sobre la verdad. La verdad siempre está ahí, como horizonte, pero es un horizonte que se hace presente cada vez que hablamos, y sin el cual no podríamos hablar: los argumentos son posibles porque pensamos que, al menos a veces, la otra persona no va a tratar de manipularnos, sino que está dispuesta a cambiar de idea ante lo que Habermas llama ‘la fuerza sin coacción del mejor argumento’”.
“La otra noción que hace singular su pensamiento es un interés profundo, genuino y erudito con las ciencias sociales -dice Armando-. Esto es algo que hereda de la tradición de la Escuela de Fráncfort. La teoría de la racionalidad habermasiana no es puramente abstracta o, como decimos los filósofos, ‘de escritorio’. No se trata de un filósofo tratando de estipular cuáles son las características de la racionalidad ideal. Habermas ha pensado y escrito mucho sobre la historia de la racionalidad, sobre cómo emerge la posibilidad de la conversación racional, tanto a partir de la prensa del siglo XVIII como de los procesos de racionalización capitalista del siglo XIX. Y también ha pensado y escrito sobre el modo en que la racionalidad se encuentra con obstáculos, y cómo se sobrepone a ellos”.
“A veces se lo acusa, injustamente, de ser un teórico que solo habla de construcciones ideales, seguramente porque es un optimista sobre las posibilidades de la democracia y la capacidad de los seres humanos de producir acuerdos constructivos -concluye Armando-. Pero todo su optimismo está apoyado sobre un conocimiento muy fino sobre la sociología, el derecho y la antropología. Es un modelo sobre cómo hacer filosofía sin perder de vista el mundo real”. En ese sentido, Habermas reflexionó también sobre la ideología en la era del “capitalismo tardío”, la religión (en 2005 se publicó un libro de diálogos con Joseph Ratzinger), la izquierda, las crisis migratorias y el psicoanálisis.
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